No te preocupes cariño

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Vidas de maqueta

Olivia Wilde arma una perturbadora distopía en “No te preocupes, cariño”, su segunda película que llega a los cines.

Responsable de una de las mejores comedias estadounidenses de los últimos años (La noche de las nerds, 2019), la actriz devenida directora Olivia Wilde da un giro ambicioso con No te preocupes, cariño, donde toma por asalto el tren en marcha de la distopía social.

La historia se sitúa en una comunidad idílica que emula a los fastuosos Estados Unidos de posguerra llamada “Proyecto Victoria”, donde todo son sombrillas, piscinas y jardines impecables de publicidad.

“Simetría y control” son los lemas del paraíso aislado que comanda el benefactor Frank (Chris Pine), y por eso las dedicaciones públicas de sus habitantes obedecen a lógicas coreográficas estrictamente delimitadas por el género: las mujeres practican lecciones de danza mientras los hombres acuden en bandada de automóviles de época a trabajar en una hermética base esférica en el exterior desértico.

Recién llegada al lugar, la pareja compuesta por Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) parece adaptarse bien a esa vida de maqueta, en una rutina que alterna las esmeradas tareas de ama de casa de ella y la labor de ingeniero de él con apasionadas sesiones de sexo sobre la mesada.

Tal artificialidad no puede durar mucho, y así la circulación de rumores de que “construyen armas bajo tierra”, la revelación de unos huevos huecos, la desesperación de una mujer contrastantemente negra (KiKy Layne) que dice “nos mienten a todos” o la caída lejana de un avión ponen en vilo a la protagonista, quien haciéndole mérito a su nombre, emprende una andanza intrépida hacia la fabulosa cúpula futurista.

LA CÚPULA Y LAS MENTIRAS
La escena de rojo saturado, en que Alice ve su reflejo en el vidrio, se interponen flashes oníricos y suena el pop abstracto de John Powell, comunica de manera directa con la reciente Men de Alex Garland, así como el vallado sociológico apunta a la satírica ¡Huye!, de Jordan Peele; más allá de su faz anacrónica, No te preocupes, cariño es una inconfundible hija del cine mainstream actual.

Wilde entrega así The Truman show de la era #MeToo, refiriendo en su paranoia totalitaria al patriarcado, la manipulación carismática, el sectarismo, el simulacro, la tensión entre libido y política exterior o la psiquiatría represiva.

Lo más perturbador tal vez sea que aquí ya no hay una cuarta pared de bambalinas mediáticas, sino un detrás de escena neurocientífico que recuerda a La naranja mecánica y que encastra con la administración digital.

Inteligente y trepidante, No te preocupes, cariño expone al espectador a una saturación equivalente en su alegoría desbordada, y lleva a preguntarse si este género narrativo en boga cuestiona o justifica el mundo en curso, si no es la ideología ideal para un presente donde decirlo y mostrarlo todo ya no es una garantía de verdad.