No respires

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Terror en las ruinas imperiales

Desde hace unos años, las iniciativas más o menos novedosas, sea en temática o en modos de producción, parecen darse en el terreno del terror o el thriller. Allí están “La bruja” de Robert Eggers (premiada en Sundance) o “Avenida Cloverfield 10” de Dan Trachtenberg (apadrinada por J.J. Abrams), al menos en los últimos tiempos (corridos un poco del género, podemos pensar en “Hardcore: Misión extrema”, el experimento en primera persona de Ilya Naishuller, apadrinado por Sharlto Copley); y directores hispanos como el argentino Andrés Muschietti (“Mamá”), y españoles como el catalán Jaume Collet-Serra (“La casa de cera”, “La huérfana”) y Rodrigo Cortés (“Enterrado”) que, siguiendo la senda creada por Alejandro Amenábar con “Los otros”, rodaron con actores anglosajones y en inglés (Jaume Balagueró hizo “REC” y “Mientras duermes” en español y con actores españoles).
El uruguayo Fede Álvarez viene para sumarse a esa línea con “No respires”: una producción que suma una idea original, la producción ejecutiva de Sam Raimi, actores y ambientación estadounidenses y la posibilidad de filmar en Hungría, en este camino de la “Hollywood global” (fuera de la escala de locaciones que ocupan, por ejemplo, series como “Game of Thrones”). A partir de su premisa inicial, Álvarez apuesta a un relato intenso y psicológico que mantenga al espectador atornillado a la butaca, con algunas vueltas de timón sorpresivas.
Trasfondo político
Si en “Avenida Cloverfield 10” latía una pregunta como: “¿Qué pasa si caemos en las garras de un psicópata que tiene razón en su visión de las cosas?”, acá una de las consignas podría ser: “¿Qué resulta del choque de unos héroes políticamente incorrectos con una víctima que resulta (en términos “morales”) peor que ellos?” Eso sumado al hecho de que obviamente la víctima inofensiva tiene que, para que el cuento funcione, ser mucho más de lo que parece.
Lo que suma interés es el trasfondo. Así como en un filme de toma de rehenes como “El maestro del dinero” veíamos la posibilidad de hacer una lectura política, “No respires” hace lo propio en su planteo de la situación inicial; y es muy curioso que sea un uruguayo el que logre como al pasar, como si no fuera lo central (se supone que no lo es, en una cinta de suspenso, violencia y miedito), mostrar una foto de los Estados Unidos del presente.
Contemos la parte que se puede contar, que es la que habla de todo eso. Estamos en Detroit, la otrora capital automotriz hoy devastada por la globalización de los empleos, llena de fábricas y casas abandonadas, “white trashes” (“basuras blancas”, apelativo estadounidense para los anglosajones pobres) desocupados y sin destino y veteranos lisiados sobrevivientes de las campañas imperiales de la era Bush.
Money (que parece medio latino, y tiene contacto con un delincuente llamado Raúl) y Alex (hijo de un empledo de seguridad, que está muy pendiente de la legislación penal) integran una bandita con una chica llamada Rocky. La muchacha es madre soltera de una niña todavía inocente, hija de un padre que la abandonó y de una madre detestable que además trae los tipos que se levanta. Rocky sale con Money, pero Alex le tiene echado el ojo.
Cuando se dan cuenta de que los robos de poca monta que logran gracias a datos de Raúl y las llaves y claves del padre de Alex no les van a servir para escapar, deciden dar un golpe definitivo: robar la casa (solitaria en un barrio vacío) de un veterano de guerra que cobró una indemnización porque su hija murió en un accidente. Y el viejo es ciego: papita pa’l loro. O eso es lo que creen ellos.
Vibrar y pensar
Ahí estallará el conflicto entre los tres intrusos y el señor, que como se irá imaginando el lector está más cerca de Daredevil que de Ray Charles. Y ahí Álvarez recurre a toda una batería de recursos que tienen su clímax en la estética de los visores de luz residual (“El silencio de los inocentes” fue probablemente su debut cinematográfico), para cierto momento de oscuridad donde el ciego gana ventaja (y aprovechando que esa imagen grisácea tiene su propio dramatismo). Después viene una retahíla de elementos que nunca fallan, entre la sorpresa y aquello que se puede anticipar unos segundos antes.
La parte actoral también se basa en recursos mínimos, con el obvio cuarteto en los roles centrales. Para el rol de Rocky, Álvarez apostó por lo conocido y convocó a Jane Levy, quien fuera protagonista de su primer largometraje (“Posesión infernal”, donde también estuvieron el coguionista Rolo Sayagués, el director de fotografía Pedro Luque, ambos uruguayos, junto al compositor Roque Baños), así que está bastante ducha como damisela sufrida y en peligro permanente. Dylan Minette, uno que viene más o menos en ascenso (y también probó el terror), tramita con estoicismo a Alex, el más sensible del grupo de malandrines. Daniel Zovatto viene de “Te sigue”, y construye fácilmente un Money entre lumpen y prepotente: el tipo que a los cinco minutos sabés que la va a pasar mal en una película de estas. Finalmente, Stephen Lang fue elegido para interpretar al ciego: el villano de “Avatar” se la ha pasado haciendo de militar, y tiene el physique du rôle ideal para una actuación que es más bien física (un hombre maduro pero aguerrido y firme).
Con esos recursos austeros Álvarez construye una cinta que será del gusto de los seguidores del terror y el suspenso, y al mismo tiempo se permite hablar de otras cosas. ¿Quiénes son los héroes en la sociedad estadounidense: un psicópata que “peleó por el país” o los excluidos del Imperio en su propia sede? ¿Qué opción elegir, cuando se nos ofrece la justicia para otros o la posibilidad de redención propia? ¿Qué cosas pueden hacerse por los hijos? Si todo esto logra meterse en un relato para revolear pochoclo al techo, nos habrán hecho pensar mientras nos entretenemos... y eso es un mérito para la obra.