No renuncio!

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Caricatura farsesca del espíritu italiano

¿Cómo fue un italiano a caer en manos de una tribu salvaje en algún lugar de África profunda? Mientras Checco, el protagonista de “¡No renuncio!”, debe exponer su situación ante el brujo de la comunidad para salvar su vida, el espectador se irá enterando, al mismo tiempo que los integrantes de la tribu, de quién se trata y cómo llegó ahí.
Checco, un hombre de 38 años, vivía una vida cómoda, como hijo único y soltero, en la casa de sus padres, en alguna ciudad de Italia. Tenía un trabajo en la administración pública provincial, más precisamente en la Secretaría de Caza y Pesca, donde se pasaba el día sellando papeles. Tenía una novia vitalicia con quien nunca llegaba a formalizar y gozaba de múltiples prebendas, como la gran mayoría de los empleados públicos de su país.
Pero un día, la administración provincial decidió descentralizar sus oficinas, lo que trajo como consecuencia algunos ajustes de personal. Por ser soltero, sin familia a cargo ni contar con otros atenuantes, Checco resultó seleccionado para ser removido de su puesto. En consecuencia fue obligado a elegir entre ser trasladado a algún lugar remoto, lejos de las comodidades a las que estaba acostumbrado, o acogerse al retiro voluntario.
Checco, hijo de un empleado público ya jubilado, no se imagina otra vida y se niega a renunciar. Es así que el gobierno lo transfiere a distintos lugares, mientras insiste en presionarlo para que renuncie. El periplo lo lleva a Val de Susa, luego a Lampedusa (donde debe controlar el ingreso de inmigrantes africanos), después irá hasta al Polo Norte (a proteger a científicos italianos de los ataques de los osos polares) y también pasará una temporada en Noruega, donde intentará acomodarse a una vida “más civilizada”, con tal de mantener el puesto fijo. Siempre acosado y perseguido por la implacable Dra. Sironi, la funcionaria que tiene a su cargo el plan de ajuste y quien se juega su propio puesto tratando de conseguir la renuncia de Checco.
El relato del joven es completamente delirante, en tono de comedia satírica, en la que hace una desopilante descripción, sin una pizca de autoindulgencia, del sistema burocrático al que pertenece, con todos sus vicios y sus malas costumbres, y también del modo de ser de su típica familia italiana, con una madre que lo malcría y un padre mediocre y sin ambiciones.
Pero durante su exilio conoce a una joven, Valeria, científica-militante-ecologista-ferviente, de quien se enamora. La apertura mental de ella, su sentido de la responsabilidad y su educación influirán en Checco de tal modo que experimentará un cambio trascendental en su vida, llegando a tomar decisiones y a asumir compromisos jamás imaginados.
“¡No renuncio!” abunda en gags de estilo programa-cómico-televisivo (solamente le faltan las carcajadas grabadas de fondo), pasando de un lugar común a otro, sin solución de continuidad, con la supuesta intención de hacer una crítica humorística del típico ciudadano italiano, holgazán y corrupto, colgado del Estado y de la mano de algún político influyente.
Dicen las crónicas periodísticas que Checco Zalone, el actor protagónico (y coguionista junto al realizador Gennaro Nunziante, además de autor de la música), goza de enorme popularidad en su país, donde es un éxito de taquilla tan extraordinario que habría superado en número de espectadores a algunas superproducciones hollywoodenses. Verdad o exageración all’italiana, conviene advertir que el éxito comercial no siempre es garantía de calidad.
“¡No renuncio!” es un compendio de humoradas insulsas, previsibles y precocidas, una serie de estereotipos más cercanos a la mueca sarcástica que a la gracia.
Cabe agregar que el título original de la película, “Quo vado...?”, es una parodia de “Quo vadis?”, una película estadounidense de 1951 del género histórico basada en la novela del escritor polaco Henryk Sienkiewicz. La película, dirigida por Mervyn LeRoy, fue candidata a ocho premios Oscar, pero no obtuvo ninguno. El título, en latín, significa “¿Adónde vas?”, y alude a un encuentro entre San Pedro y Jesús en la Vía Apia referido en los Hechos de Pedro. Según este libro extracanónico, cuando el apóstol estaba escapando de la persecución a que eran sometidos los cristianos de Roma por el emperador Nerón, tuvo una visión de Cristo. Pedro le preguntó: “Quo vadis, Domine?” (¿Adónde vas, Señor?), a lo que Jesús contestó: “A Roma, la ciudad que tú abandonas, para hacerme crucificar de nuevo”.