No miren arriba

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

EL MUNDO DEL FIN

Adam McKay es una figura mutante de Hollywood; sus inicios fueron en Saturday Night Live para luego pasar a dirigir y producir comedias que fueron parte de la línea fundadora de lo que se conoció como la Nueva comedia americana. Un fenómeno que -entre otras cualidades- consideró a sus realizadores como verdaderos responsables de una línea autoral. El caso de McKay es particular porque además de hacer comedias gruesas y absurdas, sus intereses se nutrieron de cuestiones sociales y políticas aunque sin perder la cuota humorística de las películas anteriores. En El vicepresidente: más allá del poder, la biografía sobre un personaje gris pero influyente de la política estadounidense se presentaba bajo las características de una sátira plena, al punto de incluir a un Christian Bale completamente caricaturizado en el protagónico. En La gran apuesta, la perspectiva sobre el desastre financiero del 2008 en su país tenía un prisma deforme, quizás el único posible para hacer una reconstrucción de lo sucedido con los créditos hipotecarios. Hasta ahora, McKay siempre había demostrado tener una muñeca precisa para pensar los temas, en lo que se podría sintetizar como mezclas perfectas entre exposición sutil y humor paródico.

No miren arriba es ambiciosa. Por ejemplo, está nutrida de nombres rutilantes, incluso algunos de ellos tan solo para un cameo, como el caso de Ariana Grande en el papel casi metadiscursivo de una cantante pop superficial. Hay una contradicción saludable, sin embargo, en la selección de actores y actrices “clase A”, porque sus papeles representan a personajes cuestionables, vulnerables y de un sentido de la realidad completamente distorsionado. Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) es una astrónoma que descubre, en una noche más de su trabajo en un observatorio, la presencia de un cometa que se dirige hacía la Tierra. Su mentor, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), determina que el mencionado cometa caerá en seis meses, provocando un evento de extinción letal para el planeta. En posesión de semejante información crítica, estos personajes monótonos y académicamente irrelevantes deberán emprender un camino para tratar de llegar a la presidenta (Meryl Streep) y, así, promover un plan de acción para evitar la destrucción total.

La trama del tiempo límite y la angustia de una extinción más que posible conforman solo un dispositivo narrativo que McKay pone en marcha. La fortaleza está direccionada hacia el tratamiento de ciertas problemáticas sociales más urgentes: la toxicidad de las “fake news”, la “cultura del meme” para comunicar y la viralización que permite alcanzar una fama efímera como así también su lado B, la de una cancelación por ausencia de contexto. Esto último es lo que le sucede a Kate Dibiasky cuando tiene un momento de ira en un programa de televisión que no se toma en serio la noticia de un cometa que destruirá al mundo. A pesar de que Trump ya no es más el Jefe de Estado, existe en Hollywood una necesidad de subrayar la idiotez y la caricatura presidencial sin ningún disimulo. Si bien en otras películas lo hiperbólico de la estupidez funcionaba a pleno (recordemos El reportero, con el personaje de Ron Burgundy) en este caso se pierde cierto anclaje para partir hacia la exageración desmesurada, lo cual no significa que deba existir un carácter realista ni mucho menos. La sátira también precisa de un verosímil construido.

Casi como un Sodebergh en su faceta más industrial, aquí hay un sequito coral que solo parece funcionar con DiCaprio en un personaje inseguro y cargado de imperfecciones (hasta físicas), en lo que podría ser la antítesis de su propia figura. En el otro polo está el rebelde interpretado por Timothée Chalamet, un personaje innecesario que parece pegado a la historia con cinta adhesiva. Cargada de vueltas de tuercas y variaciones dramáticas, No miren arriba es caótica (ver los inserts arbitrarios de imágenes de la naturaleza o de la vida real) pero entretenida a la vez.