No miren arriba

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Impacto espectacular

Adam McKay vuelve a la comedia sin escatimar seriedad en “No miren arriba”, sobre una alerta mediática planetaria.

La comedia impacta en la Tierra con dramatismo cósmico en No miren arriba, triunfal regreso de Adam McKay a la sátira que lo hizo conocido.

El director y guionista une de algún modo la revisión político-económica de El vicepresidente (2018) y La gran apuesta (2016) con los chascarrillos mediáticos de Anchorman (2004), combinando lo mejor de ambos mundos.

La cornisa entre ambición y mofa lo es todo en este filme que hace estallar a la sociedad actual desde el acercamiento sostenido de un cometa fulminante. El astrónomo Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y su aprendiz Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) integran una minoría mínima junto con el doctor Teddy Oglethorpe (Rob Morgan) en la misión pública de alertar a la humanidad del plazo de seis meses que la separan de su final.

La camisa a cuadros y la mirada angustiada de Mindy y el pulóver y piercing con flequillo de Dibiasky son los emblemas humildemente sensatos del choque contra una realidad espectacular que se rige por códigos tan amnésicos como ambivalentes.

La presidenta Orlean (Meryl Streep, con reminiscencias sociópata-fascistas a la Vivienne Rook de Years and years) y su cínico hijo asistente Jason Orlean (Jonah Hill) y el micro televisivo de noticias conducido por Brie Evantee (Cate Blanchett) y Jack Bremmer (Tyler Perry) se asumen centros neurálgicos de unos Estados Unidos que perdieron la cabeza.

La audiencia sumida en el minuto a minuto de ratings, memes e intimidad de celebridades no se queda atrás en un filme que agota la agenda global en efecto dominó: la manipulación de noticias, el negacionismo, la extinción, los pros y los antis, la demagogia, el gobierno de las finanzas y de CEO tecnológicos (con méritos al criogénico Peter Isherwell de Mark Rylance) se exponen en toda su pavorosa literalidad.

Pero McKay es astuto en no enrostrar moralismo a troche y moche y fricciona a sus personajes para gestar una instantánea empatía desde la repulsión: así, la eyección a la popularidad científica del altruista Mindy lo lleva a engañar a su mujer con la glamorosamente evasiva Evantee, que se excita cada vez que oye hablar de apocalipsis.

No deja de ser paradójico que No miren arriba plague de celebridades su negro mensaje, una indirecta más sutil de que el colectivo se reconoce más en la complicidad que en la toma de conciencia. De ser así, la conciliatoria moraleja de la película es que el fin nos hallará seriamente distraídos.