No miren arriba

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Los imbéciles siempre serán imbéciles

Un género que se extraña mucho en nuestros días es la vieja y querida sátira, rubro de la comedia que desarma previsibilidades y como el humor en general está muy en declive en nuestra contemporaneidad debido al hecho de que las risas suelen pasarse por el traste toda corrección política demacrada, tienden a provocar a los distintos sectores sociales y tribus urbanas, se muestran irrespetuosas para con las conquistas simbólicas del montón, nunca son universales ni complacientes al cien por ciento y asumen a pura desfachatez su falta de decoro o de buenas intenciones, esas mismas que nos aburren desde el mainstream y el indie porque siempre implican un acto de autocensura creativa en pos de contentar a los retrasados mentales del público que viven encerrados en sus burbujas de causas ortodoxas/ repetición ideológica o ni siquiera consumen cultura ni saben qué carajo es el arte. Por suerte todavía existen directores y guionistas inconformistas como Adam McKay, señor que luego de la maravillosa El Vicepresidente (Vice, 2018), una parodia acerca de Dick Cheney, republicano repugnante vinculado a la mafia capitalista petrolera norteamericana que sirvió de vicepresidente del infradotado y payasesco de George W. Bush -tan psicópata, conservador y maquiavélico como el propio Cheney- durante casi toda la primera década del Siglo XXI, ahora nos entrega No Miren Arriba (Don’t Look Up, 2021), un ataque muy duro a los gobiernos actuales, el sistema de medios de comunicación, las redes sociales y el vulgo internacional en términos macros por su apatía y franca idiotez en lo que atañe a la indiferencia mostrada ante el cambio climático y concretamente el calentamiento global por el crecimiento poblacional, la deforestación masiva y la contaminación incesante desde el Siglo XIX, una mixtura compleja que en pantalla está metamorfoseada en una alegoría narrativa que abarca la amenaza de un cometa en dirección al Planeta Tierra que llegará en seis meses y 14 días, aniquilando a toda la vida existente aunque no sin antes despertar en el pueblo, los mass media y los dirigentes no el miedo y un llamado a la acción sino una negación colectiva muy lastimosa. Como si se tratase de una inversión del planteo retórico de la excrementicia Armageddon (1998), de Michael Bay, en vez de unos héroes maniqueos de la clase obrera aquí tenemos a un trío de científicos que en su camino hacia alertar sobre el peligro se topan con la mugre institucional y el ciclo de la ignorancia, necedad y codicia.

Retomando en parte aquella acidez de izquierda de Dr. Insólito o Cómo Aprendí a Dejar de Preocuparme y Amar la Bomba (Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964), de Stanley Kubrick, y el entramado coral de la recordada La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), retrato de la Crisis Financiera Global del 2008 provocada por la enorme especulación inmobiliaria a través de las hipotecas de alto riesgo o subprime en un mercado siempre al borde del colapso y la histeria súbita, No Miren Arriba se centra en Kate Dibiasky (la perfecta Jennifer Lawrence), una estudiante de la Universidad Estatal de Michigan que una noche descubre por casualidad en un telescopio el mentado cometa del apocalipsis y junto a su profesor, el Doctor Randall Mindy (buena labor de Leonardo DiCaprio), y un aliado en el laberinto administrativo oficial, el Doctor Teddy Oglethorpe (Rob Morgan), tratan primero de avisarle a la presidenta en funciones, Janie Orlean (Meryl Streep), y a su hijo y jefe de gabinete, Jason Orlean (Jonah Hill), consiguiendo nada más que minimizaciones del asunto y una evidente abulia, y luego de difundir en la televisión el descubrimiento del cometa empezando por un magazine para lobotomizados llamado The Daily Rip, conducido por los tarados totales de Jack Bremmer (Tyler Perry) y Brie Evantee (una muy graciosa y bella Cate Blanchett), nuevamente no despertando más que chistes oportunistas, muchas ironías y un ocasional arresto por haber revelado secretos de Estado. Arrinconada por elecciones y un hilarante escándalo sexual, la presidenta acepta enviar una nave espacial para golpear y desviar el cometa, misión suicida encabezada por el militar hiper fascista Benedict Drask (Ron Perlman), no obstante cancela todo cuando interviene un tal Peter Isherwell (Mark Rylance), principal financista de la campaña política de Orlean y magnate del gremio tecnológico y de los celulares que planea generar micro explosiones para que los fragmentos del cometa puedan recobrarse en la Tierra y así aprovechar los valiosos minerales que contienen. Dibiasky y Oglethorpe se bajan del bote institucional en protesta aunque Mindy se queda y empieza un romance con la banal y egoísta de Evantee, a espaldas de su esposa June (Melanie Lynskey), hasta que se cansa del desvarío y también abandona al personaje de Streep, quien se sorprende cuando los drones de Isherwell fallan estrepitosamente y el cometa se estrella contra la superficie del planeta con todo su poderío.

Ya desde el mismo principio de la trama, léase desde el primer contacto con la fauna estatal posmoderna, cuando el trío llega a la Casa Blanca y son estafados de manera pueril por el General Themes (Paul Guilfoyle) para que abonen unos snacks y algunas bebidas que en realidad son gratuitas, y cuando los hacen esperar durante horas y horas primero por un cumpleaños y luego porque simplemente se olvidaron de ellos y se fueron del palacio de gobierno a puro individualismo y soberbia del poder, queda claro el odio inconmensurable que McKay siente hacia toda la lacra política por igual, esos demócratas y republicanos que resultan intercambiables y que tan bien quedan resumidos en la Orlean de nuestra sublime Streep, una mujer estúpida y pancista a más no poder que alardea su nepotismo, siempre con su vástago Jason a su lado asintiendo ante todo lo que dice, y que tiene retratos suyos en su despacho con gente como Steven Seagal, Bill Clinton y Mariah Carey, ejemplos de un cholulismo grasiento que se mezcla con el narcisismo y también nos habla acerca del bajísimo nivel intelectual, científico y cultural del grueso de la fauna dirigente del globo de hoy en día. No sólo la pasividad de las elites y de los estratos populares constituye el gran foco de los bombazos discursivos de McKay, aquí firmando el guión a partir de una historia original craneada en conjunto entre el susodicho y el periodista David Sirota, ya que es también el antiintelectualismo insistente contemporáneo el otro núcleo fundamental del film en consonancia con una falta de conocimiento y de un mínimo interés en la búsqueda de la verdad, lo que implica cotejar diversas fuentes para formarse opinión al respecto de esto o aquello, por parte de unas mayorías que son manipuladas fácilmente por las cúpulas y subdivididas en sectores opuestos que incluyen los que exigen la destrucción del cometa, aquellos que denuncian un alarmismo injustificado y finalmente esos que aseveran que el cuerpo celeste ni siquiera existe, partición ideológica que replica en parte las divisiones en torno a la pandemia del covid-19 y sobre todo el tópico de las vacunas de unos laboratorios mafiosos y avaros hasta la médula, pensemos en aquellos que prefieren no inyectarse un producto en fase de prueba y con corolarios imprevisibles a largo plazo y aquellos otros que obedecen como cieguitos en una habitación hermética a las voces que llegan tanto desde los gobiernos como desde los popes del mercado, obligatoriedad de inoculación de por medio.

La propuesta de McKay, en materia de los antihéroes y villanos, también demuestra ser lo suficientemente enrevesada como para fascinar desde múltiples facetas, recordemos que Mindy toma la forma de un burgués cobardón que se vende al establishment ante la primera oportunidad, Oglethorpe hace las veces de una rara avis porque es el académico con cintura política y una sensatez que ya no existe en las tecnocracias mercenarias y usureras actuales y Dibiasky, en última instancia, representa a la burguesía de izquierda que se aferra a sus convicciones sin jamás soltarlas y prefiere el exilio antes que verse traicionando sus ideales en pos de la autenticidad y la justicia, por ello de hecho regresa a Michigan y comienza una relación muy improvisada con un muchacho al paso, Yule (Timothée Chalamet), y del mismo modo hay que considerar que la presidenta Orlean no es más que un títere patético del poder económico, verdadero centro de decisiones de ese nuevo capitalismo hambreador, especulador y ultra concentrado que en el relato queda antropomorfizado en la figura del extravagante Isherwell del genial Rylance y su conglomerado informático, Bash, uno de esos multimillonarios apestosos de los celulares, la todopoderosa Internet y sus algoritmos que se sienten dueños del mundo y encuentran caras varias en la praxis como las de Bill Gates, Mark Zuckerberg o el ya fallecido Steve Jobs. Con un excelente desempeño de todo el elenco y palos adicionales al mainstream cultural planetario vía una parejita de ídolos pop bien chatarras e hipócritas, Riley Bina (Ariana Grande) y DJ Chello (Kid Cudi), No Miren Arriba indaga en el juego de las traiciones a terceros y a uno mismo en el reino de los imbéciles que siempre serán imbéciles, hagan lo que hagan, porque no pueden concebir sus vidas por fuera de unos discursos homogéneos del statu quo destinados a garantizar la indolencia generalizada, el cinismo y las peleas bobas eternas mientras la masacre final se avecina, sin embargo la película no llega a ser perfecta por algunos baches en su desarrollo, una duración bastante superior a la deseable y cierta indecisión entre el humor seco y la farsa hiperquinética a toda pompa. Como decíamos anteriormente, en suma se agradece el trabajo de McKay en una coyuntura de una pobreza cinematográfica absoluta en el terreno de las sátiras porque permite burlarnos de la dependencia tecnológica a gran escala y de la mediocridad escapista de una humanidad que hoy marcha campante al suicidio ambiental…