No llores por mí, Inglaterra

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

Pan y circo

Como cuenta la historia, la ocupación inglesa de la desguarnecida capital del Virreinato no encontró resistencia: apenas 300 soldados alcanzaron para lograr que el virrey se fugara con el tesoro público, el verdadero objetivo de los atacantes. Mantenerla fue un poco más difícil para el general Beresford (Mike Amigorena), ya que inmediatamente después de su llegada comenzaron a organizarse milicias criollas con la misión de expulsar a los británicos por las armas.

En la versión de los hechos que cuenta No llores por mí, Inglaterra, el general sabe que necesita distraer a la población el tiempo suficiente como para recibir refuerzos. Para eso les presenta un nuevo juego: el fútbol.

Sin proponérselo encuentra un aliado en Manolete (Gonzalo Heredia), un criollo empresario del espectáculo que ve el potencial comercial del nuevo deporte si logra darle a cada equipo un verdadero incentivo para ganar y que sirva para llenar las tribunas de público. ¿Qué mejor para recaudar que enfrentar en un partido a dos equipos que se odien a muerte?

Pero como es de esperar, no todo es tan fácil como Beresford planificaba: lejos de distraer a la gente, el fútbol se convierte para ellos en un arma de resistencia.

Escape a la criolla

Lo deja explícito a los pocos minutos haciendo que su protagonista juegue con un spinner para matar el tiempo: aunque se apoya en hechos y personajes reales, No llores por mí, Inglaterra no tiene pretensiones de rigurosidad histórica, abraza con ganas al centenar de anacronías que le sirven para contar una historia que podrá ser predecible (y eso es algo que siempre juega en contra de la comedia), pero su gracia está en el tono demencial con que está contada.

Todo es incoherente y por alguna razón no desentona tanto como cabría esperar, al menos si se tiene claro qué verás antes de entrar a la sala. Tomársela en serio sería darse un tiro en el pie; no hay forma de disfrutarla con esos ojos. Hace falta aceptar que los británicos hablen en castellano, cada uno con su propio acento o algunos sin él. Hay que mirar para otro lado ante chistes y líneas de diálogo demasiado obvias, a veces con una carga chauvinista que solo tiene sentido dentro del folklore futbolero. Y de eso hay bastante: desde chicanas entre equipos y futbolistas a cassette, pasando por referencias a encuentros históricos que no se quedan en los más conocidos o modernos, sino que hasta llegan al partido del ´66. Claramente hace falta compartir ese código del deporte para aceptar mejor lo que propone No llores por mí, Inglaterra y gran parte de su atractivo pasa por ahí.

En todo este contexto puede esperarse que sea difícil evaluar las actuaciones dentro de parámetros rígidos. Los intérpretes se relacionan con diferente fluidez ante ese absurdo: no sorprende que Capusotto se mueva como pez en el agua, Heredia lidera con bastante solidez, José Chatruc sorprende con un trabajo decente teniendo en cuenta que no es actor de profesión. Pero otros secundarios parecen mucho menos cómodos con el tono, y no hacen más que leer las líneas que le tocaron para personajes sin mucho desarrollo.

En donde toda esa incoherencia hace más agua es en la reconstrucción de época y los efectos visuales: mientras por un lado hay un trabajo de vestuario y ambientación que sin ser rigurosamente históricos están bien logrados, desentona el uso abusivo de efectos digitales. Además de ser innecesarios, están en un nivel de ejecución muy por debajo del resto de la película. Y esto no parece ser algo intencional como en otras producciones del director, donde mostrar los hilos del bajo presupuesto es parte del chiste.

En algunos aspectos se nota la voluntad de generar otra cosa un poco más elaborada. Quizás ese sea el mayor problema de No llores por mí, Inglaterra: en ocasiones parece tener pretensiones de abandonar ese absurdo intencionalmente berreta que tan bien le funcionó siempre a la comedia de Néstor Montalbano, pero la mayoría de esas veces no encuentra la forma de hacerlo, se queda en el medio tropezando con sus propios pies.

Mientras que películas como Soy tu Aventura o Pájaros Volando funcionaban muy bien con historias chicas pero armadas, en este caso se desdibuja entre una gran cantidad de cosas que se quieren contar sin tener suficiente tiempo para desarrollarlas, con lo cual termina pareciendo desaprovechada.

Conclusión

No llores por mí, Inglaterra explota el folklore futbolero y funciona bien dentro de los márgenes del humor absurdo apuntado a un público específico que ya sabe lo que va a encontrar: Pero lo que gana en recursos lo pierde en ciertas sutilezas que le daban valor a producciones anteriores del director.