No llores por mí, Inglaterra

Crítica de María Fernanda Mugica - La Nación

Reescribir la historia en el cine puede ser un juego muy divertido, que además invita a pensar sobre lo que hubiese pasado si los sucesos reales hubieran tomado otro curso. En No llores por mí, Inglaterra esa potencialidad inicial no termina de desarrollarse.

La película de Néstor Montalbano, que tiene un importante despliegue de producción, imagina el origen del fútbol en la Argentina como el enfrentamiento entre británicos y criollos/españoles durante las Invasiones Inglesas. Cuando los ingleses, comandados por el general Beresford (Mike Amigorena), deciden enseñarles a los locales a jugar al fútbol para apaciguar los ánimos revolucionarios, Manolete (Gonzalo Heredia), un hombre que organiza peleas en las que levanta apuestas, encuentra un nuevo tipo de espectáculo para explotar. Mientras tanto, se va organizando la reconquista de Buenos Aires.

El absurdo está presente, pero no llega a desatarse porque el humor del film está muy anclado en las referencias y guiños a la realidad (un conductor o futbolista interpretando a un personaje de ficción o el invento casual de River y Boca y el nombre de Argentina). La mayoría de los chistes se quedan en eso y otros plantean algunas ideas esquemáticas sobre la relación del patriotismo con el fútbol que tampoco aportan demasiado.

Diego Capusotto es de los miembros del elenco que mejor logra exprimir el humor de las situaciones con su ya conocido talento para interpretar arquetipos argentinos; en este caso, un director técnico.