Nine

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

En este teatro que yo llamo mi alma

En el musical, Daniel Day-Lewis y Marion Cotillard están un escalón más arriba de un elenco de estrellas.

El hombre, de traje y encorvado, no sabe qué hacer. No sólo es un artista, que se siente agobiado porque no le surge una sola idea para su nueva película, y está a pocos días de comenzar a rodar, con toda la producción avanzada. Por ahí, Guido Contini balbuceará que las películas son sueños, y explicar los sueños es algo así como traicionarlos. Guido tiene sueños. Lo que no tiene es la fe, ni la fuerza para volcarlos en una hoja que se transforme en guión. Tampoco parece poder convencerse a sí mismo de cómo llevar adelante el filme... ni su vida.

Nine se basa en 8 1/2, la película de Fellini con Marcello Mastroianni como Guido Contini. Nine primero fue un musical, montado en Broadway en los '80 en los que el revival era moneda corriente en la Meca del género, y ahora que se convierte en filme, el encargado de plasmar esas canciones -varias quedaron en las veredas de la Gran manzana y no alcanzaron a llegar a la pantalla- es Rob Marshall, el director que acertó con Chicago. Y ése sí que era un desafío mayúsculo.

Marshall hizo una adaptación mayor que cuando tomó el musical de Bob Fosse, que fue premiado con el Oscar y auguraba una época de musicales por venir. A Guido sigue obsesionándolo lo mismo -el bloqueo creativo-, pero también las mujeres que pasaron y forman parte de su vida. Porque si detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, en este caso hay varias. El muestreo es parecido al de la escena original, con cada personaje femenino teniendo su momento en pantalla. Está la madre muerta -que revive con Sophia Loren, de vestido largo-, la prostituta que conoció cuando era un niño e iba a un colegio de curas -Fergie-, su amante esposa -Marion Cotillard-, su amante -Penélope Cruz-, su actriz y musa -Nicole Kidman-, su confidente y diseñadora de vestuario -Judi Dench- y, personaje creado para la ocasión, una periodista de Vogue -Kate Hudson-, nuevo disparador para que el latin lover de los años '60, cuando transcurre la película, se autodescubra perdido, confundido y sin horizonte.

Aquí Guido se aproxima a los 50, la edad que tendrá Marshall el próximo 17 de octubre. Fellini tenía 43 cuando dirigió 8 1/2. Si esto es un síntoma de que la madurez -o la famosa crisis que atraviesan los hombres- varió con el paso de los años es sólo anecdotario. Lo que preocupan a Fellini y a Marshall es que su alter ego no quiere mentir más -en el cine y en la vida real-, y la relación con su entorno más íntimo, pero también consigo mismo. Mucha fama lo envuelve, pero en ese escenario que es su alma, Guido juega siempre el papel principal. Y se siente tan solo...

Daniel Day-Lewis sorprende cuando canta y, más que bailar, se trepa a los andamios en Cinecittá. Porque que el irlandés componga a Guido desde lo más profundo de su ser, con o sin acento alla italiana, y nos emocione, a esta altura no puede causar sorpresa a nadie. Entre las actrices, lejos se destaca Cotillard, no sólo por el papel que juega, sino por los matices que sabe sacarle, así como Cruz es la misma de siempre y Kidman, no, en parte por esa naricita diferente, y porque Claudia, la musa, tiene escaso peso específico en la trama. El lujoso despliegue visual, el montaje y la escenografía son buen soporte para que Nine cautive en sus mejores momentos.