Nine

Crítica de Fernando López - La Nación

Muchas estrellas, poca imaginación

El film de Rob Marshall sufre por su libro inconexo y sus canciones olvidables.

Nine tiene su origen en el cine: créase o no viene de 8 y medio y ha pasado por sucesivas transformaciones hasta llegar a hacer de las ensoñaciones y los fantasmas personales de un cineasta en pleno bloqueo creativo este musical superpoblado de estrellas, de brillos decorativos, de lugares comunes del género, de números musicales con coreografía y vértigo de clip, de brochazos de italianidad tomados de un manual del estereotipo.

Es cierto que hay un elenco de famosos que se toma en serio el compromiso, que a la fotogenia de Roma se suman otros seductores paisajes italianos y que el diseño de producción (más allá del barroquismo abrumador de las escenas musicales) se ha preocupado por asegurar imágenes vistosas.

Pero no se hace un film sólo con la popularidad de sus actores y el centelleo de sus imágenes, sobre todo si se cuenta con un libro tan inconexo y una estructura narrativa tan intermitente. A cada escena (melo)dramática le sigue una canción y a cada canción otra breve escena, con el agravante de que las canciones, ninguna de ellas muy memorable, interrumpen la acción en lugar de hacerla progresar.

Siete mujeres pueblan la realidad y la fantasía del protagonista: su esposa (Cotillard, lo mejor del elenco); su musa (la reciclada Kidman); su amante (Cruz, en plan vamp); su confidente (Judi Dench): su santa mamma , tan diva como Sophia Loren; la ahora estilizada prostituta de la playa (Fergie, de Black Eyed Peas), y una periodista de Vogue (Hudson). Cada una tiene su número musical y lo resuelve con oficio, a pesar de que nadie es especialista en el género. Y es un trabajo como mínimo decoroso el de Daniel Day-Lewis como el cineasta vacío de ideas y colmado de zozobras existenciales.

Se diría que quien padece en este caso el bloqueo creativo es Rob Marshall, que no se aparta demasiado de la concepción teatral, aplica la misma fórmula que en Chicago para que las canciones se desarrollen en el imaginario terreno del pensamiento de cada uno (aunque aquí todo debería formar parte de la interioridad del atormentado creador) y termina dándole al film el aspecto de una sucesión de episodios aislados, o mejor -visto el nervioso ritmo de su montaje- en una sucesión de trailers.

Claro que sería injusto echarle toda la culpa a Marshall: la dispersión del anodino libro colabora, y las letras -las de las canciones originales y las que Maury Yeston agregó, como la que Kate Hudson dedica al cine italiano- son de una chatura alarmante. Nine quiso ser un homenaje a Fellini; parece casi una parodia.