Nieve negra

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Otro secreto en la montaña
Ricardo Darín y Leo Sbaraglia se sacan chispas en este atrapante thriller situado en la Patagonia.

Un misterioso ermitaño que vive en un remoto paraje montañés, conflictos familiares irresueltos, una millonaria herencia en disputa, un pasado brumoso: todo en el argumento está servido para que Nieve negra resulte atrapante. Son elementos clásicos con los que el director y guionista Martín Hodara –en su opera prima en solitario- y Leonel D’Agostino –el coguionista- arman un efectivo cóctel de tragedia y suspenso.

Por supuesto, siempre ayuda contar con Ricardo Darín como uno de los protagonistas. Sería redundante insistir aquí en señalar sus virtudes o su carisma; basta con decir que una vez más pone esas cualidades al servicio de Salvador, ese hombre hosco y solitario peleado con el mundo, exiliado entre bosques y rocas. Sí, en cambio, hay que señalar el progreso de Leonardo Sbaraglia, que en los últimos años creció mucho interpretativamente, y muestra las herramientas necesarias para hacer contrapeso en el duelo actoral con Darín.

Porque esto es un ajuste de cuentas entre Salvador y Marcos, su hermano menor, que reaparece después de muchos años en el exterior para enterrar las cenizas de su padre y convencer a su hermano de vender las tierras que heredaron. La testigo de ese mano a mano es Laura, la mujer de Marcos (la española Laia Costa), casi una representante de los espectadores en la pantalla: ella sabe lo mismo que nosotros sobre el retorcido vínculo entre esos dos hermanos.

Un elemento clave para potenciar este drama familiar cargado de flashbacks es el contexto: el imponente paisaje cordillerano –se supone que es la Patagonia, pero en realidad fue filmada en los Pirineos-es el equivalente natural del personaje de Darín por su misterio y su hostilidad, tormenta de nieve incluida. Es un marco que crea un clima parecido al de los policiales negros nórdicos, tan de moda a partir de Henning Mankell y su inspector Wallander.

Hay un talón de Aquiles, y es esa fórmula –en la que tan seguido caen justamente los policiales- de hacer que la historia dé un giro sorpresivo, que asombre y a la vez explique todo. Un recurso efectista que resta profundidad dramática y circunscribe a Nieve negra al rubro de películas que se limitan a contar bien una historia y entretener. Pero pedir más quizá sea demasiada exigencia.