Ni un hombre más

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Échale la culpa al dinero...

El joven encargado de una hostería en la selva misionera (Martín Piroyansky) prepara despreocupadamente un guiso de iguanas mientras espera una pareja de acaudalados brasileños que han anunciado su estadía... pero se les anticipará un imprevisto dúo compuesto por Valeria Bertuccelli y Juan Minujin, quienes han chocado su auto en las cercanías y vienen con un muerto para ocultar y cien mil dólares. Así, la tranquilidad se transforma rápidamente en una serie de confusiones, traiciones, cadáveres y otras cartas inesperadas. “Ni un hombre más” no deja de sumar sorpresas y acumulación de personajes que coinciden en el mismo lugar pero en el momento menos indicado.

El realizador Martín Salinas (guionista de “Gaby, a true Story”, nominada al Oscar y “El mar de Lucas”) cuenta -encadenando contundentes gags- una historia de ambiciones en la que todos quieren sacar tajada del botín, sin ningún reparo ético ni mucho menos sentimental.

Ambientada en la zona selvática de la Triple Frontera, esta comedia negra está plagada de enredos y situaciones imprevistas, muchas movidas por el contraste de que los involucrados en temas propios de una historia policial (secuestro, muertos, botín) no provienen de un submundo criminal y sus torpezas tienen una impronta de ingenuidad que sin embargo no evita el descarrilamiento hasta la sordidez y el esperpento en clave de un humor crepuscular. Humor negro que vuela lejos del naturalismo criollo pero con marco paisajístico litoraleño de caminos rojos y frondosos.

La película tiene momentos de acompañamiento musical muy divertidos que conviven junto a otros baches sonoros y pequeñas desprolijidades del montaje y su timing.

En realidad, el guión de “Ni un hombre más” está mejor construido que la película en sí, en tanto la cadena de eventos acumulados no alcanza a traducirse en una realización cinematográficamente sólida pero tiene a su favor que la conexión con el público y el entretenimiento se mantienen siempre altos.

olla a presión

Como en la letra de “Échame a mí la culpa” las relaciones entre los personajes se debaten entre el cielo y el infierno: las monjas de un convento, la historia de un huérfano, el comportamiento de supervivencia de las iguanas, los marginados en busca de superación material son algunos de los condimentos de una olla a presión que levanta temperatura y desborda imparable como una bola de nieve.

hombres e iguanas

Tanto el leit-motiv musical, la romántica canción de Montaner ya mencionada, como el título que refiere a una frase menor dentro de la trama son apenas cortinas de humo sobre el centro de una historia que se ríe amargamente de la condición humana y sus ambiciones desmesuradas, donde lo económico es el factor dominante y el resto -es decir, el amor, la piedad y otros sentimientos- pasan a segundo plano. Venga de donde venga (policías, lugareños, monjas...) el dinero siempre encuentra complicidad, abre todas las puertas y supera ampliamente la naturaleza salvaje de las inofensivas iguanas sumando un feroz (y humano) raciocinio especulador. Los estudiosos de la risa califican al humorista como escepticista, cuanto más si el humor es más negro. Y en este caso podría resumirse con una adaptación del clásico proverbio “más conozco a los hombres, más amo a... las iguanas”.