Ni héroe ni traidor

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Adaptación con sólido elenco

La guerra de Malvinas es, para muchísimos argentinos, una herida que aun permanece abierta. Muy especialmente para aquellos que tuvieron que poner el cuerpo, y sobre todo cuando eso ocurrió contra su propia voluntad. Pensada originalmente como obra de teatro, esta película austera y emotiva refleja el clima tenso de aquel momento decisivo para una generación de jóvenes que debió dejar de lado sueños y proyectos para participar de un conflicto bélico fogoneado por un gobierno militar en retirada.

Cada rol simboliza las diferentes actitudes frente al problema: el chico que sueña con dedicarse a la música y con un viaje a España (Juan Grandinetti), el hijo de un militar que compra el discurso patriotero pero al mismo tiempo prefiere no exponerse (Gastón Cocchiarale), el pibe sensible que ni siquiera tolera la idea de enrolarse en un ejército (Agustín Daulte). Y también están los padres, con la natural carga de angustia y confusión que los tomó por asalto, sensaciones que Rafael Spregelburd e Inés Estévez transmiten con mucha solvencia.

Una de las fortalezas más notorias de la película, además de la solidez del elenco y la buena ambientación de época, es la fluidez de un guion que trabaja muy bien los vínculos entre los personajes (familiares, amorosos, de amistad), transformando aquella amarga coyuntura en el telón de fondo de una historia con muchos otros matices.