Ni en tus sueños

Crítica de Marina Yuszczuk - Las 12 - Página 12

A pesar de la idea simplificadora de que la comedia romántica tiene como centro a una chica que se desvela por el amor de un varón como fin supremo de la vida, el género siempre fue mucho más diverso que eso. Desde la screwball comedy, donde Katharine Hepburn o Rosalind Russell eran mujeres de carácter que podían enloquecer a un Cary Grant más delicado –y que ocasionalmente aparecía en una bata de mujer–, hasta una película célebre como Desayuno en Tiffany’s, donde se trataba de pescar a la chica que andaba seduciendo ricachones y no quería enamorarse, el romance se trató más de conciliar los opuestos y convertir la fricción en deseo que de reafirmar los roles de género según estereotipos ya establecidos. Es más: cualquier buen protagonista masculino de una película romántica tuvo siempre un componente fuerte de vulnerabilidad y delicadeza, como si el género estuviera mostrando que el amor –y lo divertido que puede ser enamorarse– es un estado que no se puede alcanzar sin dejar de lado ciertas rigideces, sin bajar la guardia.

Ni en tus sueños se instala festivamente en esa tradición y la lleva hasta su punto máximo, casi al absurdo, porque imagina un amor donde ella sea la futura primera presidenta mujer de los Estados Unidos y él, algo así como su primera dama. Charlotte Field (Charlize Theron) es la Secretaria de Estado y trabaja para el presidente Chambers, un títere de las corporaciones de derecha que quiere dejar la carrera política para dedicarse a algo más prestigioso, el cine. Obviamente, todo en Charlotte es impecable: esbelta, bien vestida y elegante, sus encantos femeninos miden bien en las encuestas y la gente pretende verla saliendo con un político que esté a su altura, algo así como su equivalente masculino. Pero como corresponde a los mejores exponentes del género, toda la premisa de Ni en tus sueños consiste en desordenar ese equilibrio, y así Charlotte se cruza con Fred (Seth Rogen), el típico treintañero hipster que usa buzo con capucha y mochila, se droga con amigos y, ¿quizás por eso?, parece mantener intacto el idealismo adolescente, incluso ahora que trabajar como periodista para un periódico de Brooklyn.

Hay algo alegre y osado en la idea de armar una pareja donde el romance y la seducción surjan entre la diosa de velos dorados de las publicidades de Dior y el chico judío de voz ronca y dientecitos de castor (algo de esto aparecía en Ligeramente embarazada, claro, pero la presencia de Charlize Theron lleva el contraste a la estratósfera), y ver cómo sucede en la pantalla grande es una delicia. La construcción del amor en Ni en tus sueños es perfecta y fluida: la primera vez que se ven, intrascendente y algo incómoda, Charlotte y Fred parecen estar a años luz de algo que se parezca remotamente a una pareja, pero la película hace ese trabajo artesanal de hacer crecer la complicidad que es todo el arte de la comedia romántica, y lo hace más que bien. Incluso hay una forma preciosa de hacer contrastar la pose del amor ideal y la familiaridad del amor cuando realmente sucede, en una escena donde Charlotte baila un tango (digamos) con un diplomático canadiense para el aplauso del público y luego, entre bambalinas, una canción de Roxette con Fred (y de paso ella muestra magníficamente cómo ser diosa es solo una performance, entre tantas posibles). Por otra parte, Ni en tus sueños encuentra una manera brillante de hacerse cargo de las desigualdades de género con una serie de chistes inteligente donde dos presentadores de televisión comentan lo buena que está la Secretaria de Estado, y de modo general plantea un mundo en el que la categorización de lxs individuxs se traduce en pura estupidez, de modo que el amor romántico, y el desorden que plantea, puede ser una fuerza transformadora y festiva.