Newen

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

BÚSQUEDAS CIRCULARES

La reflexión final de Myriam Angueira, directora y también una de las protagonistas de la película, no sólo evidencia una mirada propia, sino una suerte de conciencia colectiva que se desarrolla a lo largo de Newen y que podría materializarse, quizás, en dos objetos: una agenda o diario y unas plantas medicinales.

¿Por qué? Bueno, la directora los pone en escena en conjunto o por separado y en cada mostración parecería que subrayan aún más algunos de los conceptos claves del documental: el origen y el conocimiento.

El diario se puede pensar desde un doble emplazamiento: por un lado, como elemento material que oscila entre lo conocido y lo oculto; sobre todo porque en su primera aparición junto a la foto de la abuela de Angueira, ambos objetos están mediados por agua, en una mezcla de distorsión, reflejo y movimiento, que bien podría dar cuenta de la memoria como del sueño. Por otro, como registro del viaje desde una mirada íntima –quien relee sus experiencias– y colectivo –la pantalla funciona como una hoja en blanco y los espectadores se involucran con aquello escrito–.

Por otra parte, las plantas son llevadas por la directora y Patricia, una amiga suya y perteneciente a la comunidad mapuche por descendencia paterna, a Elia, una kimche (anciana sabia). Esa visita no sólo plasma la búsqueda personal o los conocimientos de la anciana, sino que evidencia las tradiciones y la cultura mapuche, en particular, la casi extinción de la lengua o su desconocimiento por las nuevas generaciones.

En el final de la película, la imbricación entre lo privado y lo público se torna más patente, a tal punto que lo uno y lo otro se vuelven lo mismo: su propio newen (energía vital).

Por Brenda Caletti
@117brenn