Necrofobia

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Giallo argentino

Una película de terror argentina en 3D, que se promociona por ser el primer caso local del género con ese relieve visual. Lo más justo sería destacar que es una película argentina con una notable conciencia de sus raíces genéricas y de su apuesta audiovisual. No son tantas las ocasiones en las que en el cine argentino se exhibe esta claridad para las influencias y hay tanta energía puesta en generar climas y sugestiones mediante los encuadres, el vestuario, los decorados y la música. Cine de género bien entendido como un cine con tradición.

Necrofobia tiene su afluente principal en la sangre del giallo, el subgénero italiano de terror-thriller, y con claridad aparecen citados dos de sus héroes principales: Mario Bava y Dario Argento. Necrofobia se da el lujo de tener como compositor a Claudio Simonetti, es decir, el tecladista del grupo Goblin, es decir, el músico de, entre otras, Rojo profundo y Suspiria, de Argento, cine de terror clave de los setenta. Cine de terror con la intensidad de la música como uno de sus pilares fundamentales.

La clave visual de Necrofobia proviene, sobre todo, de Mario Bava y de su Seis mujeres para el asesino (1964), uno de los primeros giallos. Necrofobia la homenajea desde el vestuario de su protagonista, la máscara blanca y los seis maniquíes del plano que se constituye como motivo visual. En una extraordinaria crítica -no firmada- de Seis mujeres para el asesino publicada en la revista Primera Plana se hacía mención de que los verdaderos protagonistas de la película eran las lujosas y decadentes villas romanas que hacían de locación, los muebles, las estatuas, las fuentes. En Necrofobia también las locaciones y la dirección de arte (de Walter Cornás, protagonista de la muy recomendable 20.000 besos, de Sebastián De Caro) se imponen, al ser registradas con fruición y gran sentido visual por De la Vega.

Cada entrada o salida del edificio en el que vive y trabaja el protagonista, cada excursión pesadillesca al cementerio, exhibe un rico despliegue de encuadres recargados, de picados, de luz mortecina, de claroscuros violentos. En este relato centrado en Dante (Luis Machín), que sufre de fobia severa a cualquier contacto con la muerte o cadáveres, se revela con nitidez el poder de seducción de la imagen y el sonido cuando hay claridad de objetivos audiovisuales, cuando hay sustento genérico y están bien aprendidas algunas de sus tradiciones. También se hace evidente -sobre todo con Raúl Taibo y Viviana Saccone- que el actor más eficaz para el género antepone la presencia y la fotogenia al esfuerzo gestual. Es una pena que todo este armado audiovisual tambalee y pierda gran parte de su potencia por unas peripecias endebles que intentan disculpar su arbitrariedad y su falta de cohesión mediante un desenlace previsible -demasiado tipificado y también presente en algunos giallos- resuelto con flashbacks que nos dicen que, bueno, la mente es un lugar complejo y múltiple.