Naturaleza muerta

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Un grupo de personas, un asesino que se encarga de ir liquidándolos de a uno, una protagonista que se mete donde no debe, todas las reglas del terror cumplidas a rajatabla. Todo esto sonaría como una extrañeza para el cine argentino hace no más de diez años. ¿Se acuerdan cuando hablábamos del incipiente cine de género en nuestro país?
Lo primero que hay que remarcar sobre Naturaleza Muerta es que estamos en presencia de la consagración definitiva del terror argentino; una película que nos invita a no conformarnos con menos. Gabriel Grieco sabe de pelearla desde abajo, director de varios cortometrajes entre los que podemos contar la co-autoria (junto a dos nombres fundamentales como Pablo Pares y Nic Loreti) de los míticos cortos de Nathan, el peluche asesino; hace su debut en el largometraje cumpliendo nuevamente su doble rol de director y guionista.
El hombre parece que sabe de lo que habla, y desde los pocos minutos de Naturaleza Muerta las grandes referencias se hacen evidentes. Una mujer (Mercedes Oviedo) sola en su casa, se encuentra cenando un jugoso plato de achuras; el aire es raro, sabemos que algo no está bien. A los pocos días llega al pueblo Jazmín Alsina (Luz Cipriota) una periodista que esperaba ser nombrada como titular del programa de noticias, y no, es enviada a hacer una nota sobre la contaminación de las heces vacunas. Pero el destino quiere que sea ella quien encuentre la billetera de Julia Cotonese (Oviedo), que desde aquella noche se encuentra desaparecida.
De manera oculta y sin informarle ni siquiera a su camarógrafo (Ezequiel de Almeida), Jazmín inicia una investigación paralela sobre lo sucedido, pero se topará con una verdad que no podrá soportar. En el pueblo parecen rendirle un fuerte culto al vegetarianismo y veganismo, por lo que personas como los Cotonese o el ganadero interpretado por Nestor Sánchez no son personalidades muy queridas.
Hay varios sospechosos, y Jazmín cuenta con la ayuda, para resolver el misterio, de un activista (Amín Yoma) que entre otras cosas tiene una ONG (dice integrada por él solo) para concientizar sobre el no consumo de animales. Son varios los aciertos de Naturaleza Muerta, tanto estéticos como narrativos. En primer lugar, el constante in crescendo que propone. La tensión se crea de a gotas, se hace un inteligente uso del fuera de cámara sin que resulte a manipulación hasta llegar a una escena que funciona como una bisagra, uno de los momentos más shockeantes que recuerdo haber visto en la filmografía local.
Grieco sabe cómo colocar la cámara, como crear un clima ominoso permanente y como ir dosificando la información visual de modo justo. En este aspecto también es remarcable que se trata de uno de los pocos films que supo utilizar coherentemente el uso de cámaras fijas de seguridad o cámaras en mano (El llamado found footage), en contados momentos y para crear un momento de caos e incertidumbre medida que no resulta ni desmedido ni incongruente con la lógica de las situaciones.
El argumento, que se propone también como un fuerte alegato en contra del maltrato animal (verla en conjunto con la reciente "El Patrón" de Sebastián Schindel asegura no probar un bocado de carne en un largo período) es perfectamente funcional como móvil de terror.
Si bien no destaca totalmente en su originalidad (las referencnias son muchas y recoconocibles) cuenta a su favor con un asesino serial logradísimo dispuesto a convertirse en un ícono local temprano, con personajes con características bien delineadas (con el aporte de interpretaciones convincentes de todo el conjunto) y con un ritmo permanente que descansa tanto en la agilidad del relato como en el interesante montaje que otorga virtuosismo sin convertirse en “videoclipero”.
" Naturaleza Muerta" es un slasher de manual, pero en el mejor sentido de la palabra, es un film altamente entretenido, divertido, que sabe aprovechar a su favor varias “inconducencias” en los hechos, que maneja un humor sutil y varias escenas para mantenernos atentos y aferrarnos a la butaca. Lo mejor que se puede decir es que recuerda a las mejores épocas del slasher, a aquellos films a los que de cierta manera homenajea, y no lo hace desde un lugar de inferioridad, se para de par a par y sale airoso, como un film inteligentemente sangriento. Seguidores del género (local, extranjero, ya no importa), tienen una cita obligada. Recomendable.