Naturaleza muerta

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

A los chori, a los chori

El género recobrado (o algo así): Naturaleza muerta va hacia el género desde el primer fotograma; en principio, con una unción que resulta risible y pertinente en partes iguales. El género de terror, para la película que nos ocupa, parece en esos primeros minutos ser el de producción reciente, el de esos destellos perfectamente reticulados y seriados que inundan las pantallas y se pueden ver después, casi enseguida, en la televisión, con la falta legítima de atención que se les dedica a las cosas que olvidamos prácticamente mientras las estamos viendo. Naturaleza muerta abre con una chica en shorts apetecibles que se mueve en una casa inmensa en medio del campo, cuyas luces son lo único que se puede ver con claridad en la noche cerrada. La chica (Mercedes Oviedo, en una participación tan fugaz como competente) se sienta a la mesa a degustar un asado surtido que ha retirado amorosamente del horno. En cuanto se decide a ensartar el tenedor en un regio chorizo este le escupe proverbialmente la remera mínima. Esa escena naturalista, más propia de la publicidad de un removedor de manchas o de una comedia chusca, se acompaña en todo momento con música estruendosa que informa al espectador que está delante de un ejemplar esmerado del género al que la película pretende pertenecer mientras anticipa lo que sigue. La mujer va a limpiarse la remera y advierte un movimiento inadecuado en una casa de la que se creía la única ocupante. Entonces se da cuenta de que algo no está bien: en la casa efectivamente hay alguien, o algo, que la acecha. De modo que opta por salir corriendo despavorida a campo traviesa hasta que ese algo la alcanza y le proporciona, sin que lo veamos cabalmente, lo que podemos suponer que es una muerte espantosa. Ese es el prólogo de la película y también, hay que decirlo, su sección menos imaginativa. A partir de allí, luego de una presentación con carteles rojos muy simpáticos y un auto en la ruta, el director Gabriel Grieco parece disponer un mood diferente, menos burocrático, más aireado e intrigante. La protagonista real de la película es una periodista relegada en su trabajo que recorre un pueblo del sur argentino con su camarógrafo para ir a cubrir un caso que no le interesa a nadie relacionado con el poder contaminante de la bosta de ganado. En el medio se topa con el episodio de la chica desaparecida y adivina el filón noticioso capaz de sacarla de la postergación laboral en la que se encuentra. El asado de la primera escena no era un detalle casual destinado a complacer el espíritu nacional sino el elemento que vertebra el asunto central de la película. La periodista está diseñada a la manera de esas muchachas movedizas y pizpiretas del cine americano, que dan brazadas para salir a flote en un mundo de hombres. La película no es que mejore demasiado, pero se desprende con cierta soltura del mimetismo sin horizonte del principio para encontrar un paso con algún rasgo de originalidad y de ligereza, a mitad de camino entre la historia sórdida de pueblo chico y la aventura en pos del crecimiento personal con toques de humor de la protagonista. Luz Cipriota es una actriz muy bonita y se desenvuelve bien entre mohínes rigurosos y gritos de espanto lanzados con bastante solvencia. Naturaleza muerta se guarda una serie de truculencias de baja estofa para el último tramo (que incluye imágenes auténticas de faenamiento de animales), acaso a modo de concesión apresurada a la estética de “pornotortura” puesta en boga hace poco menos de una década. A esa altura resulta evidente que la película es también un monstruo un poco solitario y errabundo en busca de su verdadero rostro.