Nadie vive

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Yo, caníbal.

El terror mainstream norteamericano está reducido a ecos trasnochados de los fantasmas del J-Horror y propuestas de “found footage” que no suelen sobrepasar al exploitation más desgarbado de Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007) o El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999). Hasta hace unos años teníamos también el “porno de torturas” de El Juego del Miedo (Saw) y aledaños, indudablemente uno de los pocos subgéneros renovadores que en su momento supo usufructuar Hollywood, utilizado casi como una “alternativa” a esa verdadera andanada de remakes bobas a partir de clásicos y obras de culto de décadas pasadas, algunas quizás no tan conocidas por el gran público.

Por suerte para todo hay excepciones y de vez en cuando aparece una película que si bien respeta los lineamientos generales de la industria contemporánea, por lo menos aporta un mínimo aire de frescura u osadía a lo que en muchos sentidos podríamos denominar un estancamiento por demás preocupante (tanto a nivel macro de la producción estadounidense como en términos cualitativos, en lo que hace a la nula voluntad de innovar y/ o “fundir” con entusiasmo elementos ya existentes dentro del acervo estándar). Nadie Vive (No One Lives, 2012) llega a la cartelera argentina con dos años de retraso y propone una interesante “vuelta de tuerca” al típico slasher hardcore símil The Texas Chainsaw Massacre (1974).

Aquí tenemos la historia de una parejita (Luke Evans y Laura Ramsey) que en pleno viaje por carreteras inhóspitas se encuentra con la infaltable familia de criminales enajenados, no obstante en esta ocasión las apariencias engañan. Los giros narrativos son eficaces aunque no muy novedosos y nos remiten a Psicosis (Psycho, 1960) y todas las secuelas ochentosas de las franquicias Martes 13 (Friday the 13th) y Halloween: se extrañaba este nivel de sadismo, gore, delirios varios, hipérboles y one-liners jocosas. El film resulta entretenido y juega con las posiciones de “víctima y victimario” pero sin tomarse tan en serio a sí mismo en lo que respecta al apartado formal, al igual que Cacería Macabra (You’re Next, 2011).

En buena medida el éxito del convite se lo debemos a la presencia detrás de cámaras de Ryûhei Kitamura, responsable de las simpáticas Versus (2000) y Azumi (2003), en esta oportunidad entregando su segunda incursión hollywoodense luego de la excelente El Tren de la Medianoche (The Midnight Meat Train, 2008). El japonés sabe aprovechar la tez taciturna de Evans y exprime a conciencia las reflexiones intra-género que incluye el guión de David Cohen. Lo mejor de la realización es que nos ofrece un psicópata de vocación malsana que gusta de canibalizar a sus semejantes como una auténtica máquina de matar cinematográfica, sin ningún tipo de aliciente o prurito moral más allá de su propio ego…