Nadie nos mira

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Si bien ahora ocupa un lugar destacado en las noticias debido a las cuestionables medidas del presidente Donald Trump, la situación de los inmigrantes en los Estados Unidos siempre fue un tema destacado. Sobre todo en las grandes ciudades, como Nueva York, donde más de la mitad de la población está compuesta por personas que no nacieron allí. Empezar de cero en un país distinto, adaptarse a un nuevo modo de vida, la interacción con nativos y con otros que también aspiran a cumplir el sueño americano… El cine sabe dar buena cantidad de ejemplos, generalmente protagonizados por personajes mexicanos y buenas cantidades de detalles oscuros, repletos de miseria y sufrimiento. La situación no es más feliz en Nadie nos Mira (2017), pero el rumbo que toma es contrario a los tópicos más familiares.

Nicolás (Guillermo Pfening) deja su ascendente carrera como actor de telenovelas en Argentina y decide mudarse a La Ciudad que Nunca Duerme. El proyecto más inmediato es un film que, además, le permitirá obtener la visa. El porvenir es prometedor, pero el presente resulta más complicado. Los retrasos del rodaje lo obligan a ingeniárselas para sobrevivir: cuida el bebé de una amiga compatriota (Elena Roger), concurre a castings, hace otros trabajos esporádicos. A la par, convive con una muchacha y por las noches concurre a discotecas gay. Son tiempos difíciles, y se hace urgente mentir y robar. En tanto, no olvida la historia con su amante (Rafael Ferro), productor de TV y motivo que lo llevó a irse lejos. Un pasado reciente que no tardará en volver.

Julia Solomonoff ya había demostrado su talento en Hermanas (2004) y El Último Verano de la Boyita (2009). Su tercer largometraje le permite explorar un aspecto menos visto de la inmigración, presentando a una clase de inmigrante menos usual. Nicolás no tiene rasgos latinos, no es pobre, no surgió de la nada, sino que es rubio, viene de triunfar en su país y pareciera tener más facilidades. Pero su aspecto no le permite ser tenido en cuenta para personajes vinculados a su origen, y su inglés no es lo suficientemente bueno como para acceder a roles de estadounidense. Además, para distanciarse aun más de producciones de este estilo, incluso de la mayoría de los films rodados en Nueva York, Solomonoff se concentra en la intimidad del personaje, mostrando el lado menos vistoso de la ciudad, sin caer en postales ni en guiños turísticos.

Aunque el tema de la inmigración es lo primero que salta a la vista, la película esencialmente presenta la historia de un individuo que quiere escapar de su pasado y reinventarse. ¿Es posible reconstruirse en un ámbito diferente, ignorando del todo lo que viene detrás? En nivel de complejidad la diferencia de recientes producciones argentinas rodadas en aquellos parajes, como Abril en Nueva York (2012), ópera prima de Martín Piroyansky, que se inscribe más en el género romántico e incurre en otra búsqueda, igual de interesante.

El factor principal para que funcione el concepto de Solomonoff es el trabajo de Guillermo Pfening. Apoyado en un guión cuidado, que revela información de manera específica, el actor compone a un muchacho con ilusiones, con secretos, con la voluntad de seguir luchando, y lo transmite de manera sutil, con los gestos y los diálogos justos. Remite -un poco- al aspirante a actor protagonista de la coproducción catalana-estadounidense Callback (2016), quien hasta actuaba incluso cuando no estaba siendo filmado, pero allí la trama deriva hacia el thriller psicológico no exento de gore. También vale destacar las actuaciones de Elena Roger, Rafael Ferro y Marco Antonio Camponi, y de un cast que incluye buenos intérpretes de diferentes nacionalidades.

El gran triunfo de Nadie nos Mira es evitar todo lugar común y trazo grueso vinculado a la inmigración, sin perder de vista una historia humana, donde los componentes principales son los sueños, las dificultades, las contradicciones, el amor, la esperanza.