Nadando por un sueño

Crítica de Karina Botello - Las 1001 Películas

Otras formas de encajar.

Nadando por un sueño pone en escena a un grupo de hombres en plena crisis de mediana edad buscando sentido a su vida familiar, laboral y personal. Una pileta será el espacio que los reúna en un equipo de nado masculino sincronizado para enseñarles a respirar de nuevo, a compartir sus vivencias en los cambiadores o en el sauna, y a poner perspectiva sobre los pesares, la depresión y las aspiraciones frustradas.

La película transcurre entre el recupero de episodios de las biografías de los protagonistas que marcan sus perfiles, y los sucesos que se desencadenan a partir de la incorporación de Bertrand (Mathieu Amalric) a este grupo de hombres que necesitan salir del agobio existencial y la depresión. El equipo acuático será entrenado por dos profesoras: la permisiva Delphine (Virginie Efira) y la estricta Amanda (Leila Bekhti), que han sido pareja de nado y amigas en el pasado. Ambas encarnan dos modos de enseñar que hacen de diferencia pero también de complemento y equilibrio en la formación de estos particulares nadadores.

La competencia aparece —cuando buscan sumarse a un campeonato nacional-— como estímulo del team y motor del guion, pero lo que cuenta como logro en la narración no se reduce a la mera inversión de perdedores a ganadores, sino que apunta a mostrar la importancia de la pertenencia para el autoestima que estos veteranos sienten haber perdido en el camino.

Gran parte del humor de esta comedia dramática se produce en la mezcla entre disciplina, control y exigencia por un lado, y rebeldía, pereza, libertad y hasta abandono por el otro, que el director recupera en las tomas del entrenamiento de esos cuerpos, sin pretensiones de atleta. Esta combinación sirve para desdibujar los límites de dos maneras estrictas de ser, y del sesgo de género frente a esta disciplina —nado sincronizado— que arrastra con los trillados prejuicios de vinculación de la gracia y belleza a “lo femenino” y la rudeza y agresividad a “lo masculino”. De esta manera, vemos constantes reformulaciones del planteo binario inicial de círculos o cuadrados, con el que se caracterizan los posibles modos de vida con el único objetivo de adaptarse. Serán los hijos de los personajes, con mayor o menor crudeza y/o ternura, los encargados de traer a tierra las ilusiones de sus padres, pero también de darles la posibilidad de sobreponerse a la frustración de los sueños no cumplidos enfrentando sus miedos.

Es cierto que a veces se mantienen a flote a algunos de los personajes con escenas un poco forzadas aunque graciosas, aunque otras veces el director se enfoca en adversidades complejas como será el dramático caso de Laurent (Guillaume Canet) con su madre; de igual manera, siempre busca apelar a la importancia del sostén entre los compañeros, la necesidad de confiar y detectar el momento del silencio y abrazo para que nadie se hunda. Es una película sencilla, entretenida, con historias comunes que se vuelven divertidas poniendo a prueba estereotipos sin salirse de ellos, llevando al ridículo las pretenciosas formas sociales que clasifican a las personas, sus modos de vivir y sus formas adaptarse al mundo.