Nada es lo que parece 2

Crítica de Martín Pérez - DiarioShow

¿Y la magia dónde está?

En "Nada es lo que parece 2" los cuatro jinetes vuelven a la luz pública pero un nuevo enemigo se propone arruinar su golpe más espectacular. Si bien las actuaciones protagónicas encuadran en el estilo y ostenta un pobre guión, el filme se salva gracias a Mark Ruffalo.

Por algún motivo incomprensible llega a las salas esta secuela de los magos en clave "superhéroes", justicieros o Robin Hoods. Sin la intención de ser peyorativo, "Nada es eso lo que parece 2" es innecesaria porque ni siquiera desde el final de la primera parte se asume que la historia podría continuar. De todas maneras, la apresurada réplica del filme colma las salas haciendo gala de sus trucos de magia, que antes caían simpáticos pero ahora sólo demuestran falta de ideas.

Todo transcurre un año después de que Los cuatro jinetes (Jesse Eisenberg, Woody Harrelson, Dave Franco, Mark Ruffalo) y el reemplazo de Isla Fisher, Lizzy Caplan consigan la admiración pública tras “ajusticiar” al empresario Arthur Tressler. Walter Mabry (Daniel Radcliffe) se presenta como un fan del grupo -pero no oculta para nada que tiene malas intenciones - y los amenaza de muerte si no roban un proyecto que él dice haber creado junto a un amigo, que se robó todo el crédito. Dylan Rodhes (Mark Ruffalo) deberá rescatar a su equipo antes de que sea demasiado tarde, sin demasiada intervención en toda la película más que mostrarse como el jefe. El de Rhodes es el “papel principal” más secundario que se vio en el cine, pero se entiende porque su juego ya fue descubierto en la primera parte.

Malas ideas

Si bien las actuaciones protagónicas encuadran en el estilo y ostenta un pobre guión, el filme se salva gracias a que Mark Ruffalo en pocas palabras puede trasmitir incluso más que lo que la intención del filme propone, resulta inadmisible desaprovechar a Morgan Freeman y Cane, casi un pecado. En cambio se pondera a la nueva generación como Radcliffe, que sale airoso en una película de magos mostrándose como villano y afortunadamente no nos recuerda a su rol de Harry Potter (punto para él).

El sorpresivo éxito de "Nada es lo que parece" le jugó en contra a una producción que quiso repetir la fórmula y devino en la clásica rutina: congelar a los protagonistas (inventar un hermano gemelo a uno de ellos no es innovador) sin dar un desarrollo a sus personajes, obligándolos a ser igual de soberbios, inocentes y ¿graciosos? que en la anterior entrega. Desgraciadamente, el truco de desviar la atención para maravillarnos cual mecanismo de mago, en esta ocasión no funciona simplemente porque todo el tiempo esperamos ese quiebre, genera expectativa, y el desenlace mágico es bastante ordinario. Lo asombroso es la falta de imaginación para inventar algo más contundente, más si nadie espera lógica y en un caso así (filme de ilusiones) es preferible pasarse de ridículo que de pacato.