Nada es lo que parece 2

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Ojo por ojo.

La secuela de Nada es lo que Parece (Now You See Me, 2013) continúa, a pesar del cambio de director, por los mismos carriles que su predecesora (salvo por el cambio del personaje femenino de turno, que en esta oportunidad es interpretado por Lizzy Caplan). Con el mismo elenco de la propuesta original y a cargo nuevamente del guionista Ed Solomon, el opus del realizador californiano Jon M. Chu (Jem and the Holograms, 2015) busca transformar cada escena en un efecto ilusionista que sorprenda al espectador con el estilo de los espectáculos de David Copperfield durante los años ochenta.

La historia discurre algunos años después de que los “cuatro jinetes”, bajo el mando del agente del FBI Dylan Rhodes (Mark Ruffalo), encarcelaron al ilusionista Thaddeus Bradley (Morgan Freeman) y expusieron públicamente a la compañía de seguros de Arthur Tressler (Michael Caine) por una estafa.

Los cuatro magos amateurs, Daniel Atlas (Jesse Eisenberg), Merritt McKinney (Woody Harrelson), Lula (Caplan) y Jack Wilder (Dave Franco) regresan ahora a los escenarios para denunciar a un empresario de la tecnología cuya aplicación pone en riesgo la privacidad de los usuarios. El truco es previsto por alguien más y todo el plan se viene abajo. Los jinetes caen en la trampa, son expuestos como un fraude en medio del caos y deben intentar salir de la confusión mientras Rhodes encuentra en Bradley, su antiguo enemigo, a un dudoso aliado que parece saber mucho de su padre.

Aunque inferior a la primera parte en su narración, y por momentos ambigua y confusa en su trama, Nada es lo que Parece 2, es un exponente aceptable que se propone como un entretenimiento comercial sin pretensiones con un bagaje de trucos de ilusionismo representativos de la actualidad de los espectáculos de magia multimedia.

La propuesta se apoya mucho en la versatilidad del elenco, en el que Caplan (al igual que Isla Fisher en la primera parte) desentona especialmente promediando la mitad por problemas en el guión, que busca más un tono de comedia ligera ajeno a la trama policial. A pesar de esto, la película no decae del todo y mantiene el interés a través de las técnicas ilusionistas y una buena historia.

Lo mejor del film es el espíritu de denuncia -desde el espectáculo artístico- de la avaricia de las corporaciones millonarias que viven de destruir vidas y la utilización de la paranoia que sobrevuela Estados Unidos respecto de la privacidad, debido al avance inmoral de las nuevas tecnologías de incomunicación sobre la información con el fin de influenciar y controlar los consumos de los entumecidos y adormecidos ciudadanos. El fantasma del control social sobrevuela el Primer Mundo nuevamente y parece que a veces la vigilancia sí es lo que parece.