Nada es lo que parece 2

Crítica de Henry Drae - Fancinema

DEMASIADOS DOBLECES

Mientras la veía, a medida que iba desarrollándose el argumento de Nada es lo que parece 2 me preguntaba: ¿cuántas veces se puede doblar una servilleta de papel sin que esta se deforme y convierta en algo irreconocible? Sin pretender un número como respuesta se me antojó un resultado similar a lo que sucede con esta película; da demasiados giros, demasiados intentos de sorpresa, demasiados artilugios que terminan desvirtuando el sentido de la historia y acabando con lo que debía ser la magia de una ilusión bien planificada. Una servilleta doblada tantas veces pierde su elegancia, su forma y su razón de ser, y aquí pasa lo mismo.

Hay que recordar que la primera entrega de Nada es lo que parece contaba las andanzas de Los cuatro jinetes, una suerte de escuadrón de ilusionistas contratados por el magnate Arthur Tressler (Michael Caine), que decidieron dedicarse a desbaratar a estafadores hasta que se meten en problemas cuando van tras quien los contrata. En ese equipo lideraba Daniel Atlas (el entonces melenudo Jesse Eisenberg), seguido por el experimentado hipnotizador Merritt McKinney (Woody Harrelson), el pícaro principiante Jack Wilder (Dave Franco) y la bella del team, Henley Reeves (Isla Fisher). Su máxima travesura, la de robar un banco en París mientras daban un show en Estados Unidos y luego repartían el dinero entre su público, provocaba que el agente del FBI Dylan Rhodes (Mark Ruffalo) los persiguiese como un sabueso con la ayuda de su colega parisina, le hermosa Alma Dray (Mélanie Laurent) y un desmitificador de magos interpretado por el eterno Morgan Freeman. Todo transcurría con un escape ingenioso tras otro hasta que llegaba el desenlace que por supuesto “no era lo que parecía”. Hay que reconocer que esta primera parte tenía cierta “magia” y lograba que el espectador entrara en el juego y se dejara ilusionar como si fuese parte del truco y acompañara sin chistar los rebusques del guión y a las vueltas de tuerca aplicadas más allá de lo aconsejable. Los avances prometían algo que finalmente cumplía.

Pero en el caso de su secuela, estos giros son mucho más inverosímiles, carentes de lógica y auto expuestos como artífices de un engaño que satura. En Nada es lo que parece 2 la historia se retoma con algunos cambios; el personaje de Ruffalo es cómplice de los jinetes aunque intenta seguir ayudando desde dentro de la fuerza, su ex compañera ya no está así como tampoco la jinete interpretada por Isla fisher que esta vez es reemplazada por la graciosa aunque un poco sobreactuada Lizzy Caplan, encarnando a la incansable Lula. Hay personajes nuevos, como el gemelo de Harrelson interpretado por él mismo como si fuese un villano del Batman de los 60, y una implacable agente del FBI que viene a ser la nueva sabueso que le pisa los talones a nuestros héroes. Retoma Bradley (Freeman), el maestro del engaño que comienza encerrado en prisión tal como quedó en la anterior y vuelve Tressler (Caine), afianzando a su villano a la vez que lo hace más pintoresco. La sorpresa la da Daniel Radcliffe, que hace de un joven millonario deslumbrado por las hazañas de los Jinetes y decide contratarlos, algo que, por supuesto, tampoco será tan simple como parece.

Pero ni los agregados al casting ni los giros de la historia logran enganchar lo suficiente. Del mismo modo, los trucos pierden su gracia al servirse demasiado del método digital. Como ejemplo pongo la escena del naipe volador, en la que el espectador puede ver cómo una carta de baraja que contiene algo valioso sirve de transmisor entre los miembros del equipo, quienes van arrojándosela para burlar constantemente a la vigilancia y poder extraer de un lugar de máxima seguridad su contenido. Es tan burda y extensa la animación del naipe que termina aburriendo y borrando cualquier atisbo de sonrisa cómplice que se intente esbozar. Y como ese hay unos cuantos trucos más que pierden la gracia, ya que la ilusión fue retocada e imperdonablemente se le ven todos los hilos.

El final también es lamentable en cuanto a lo retorcido y predecible con respecto a quién es quién. Tanto como las hordas de fans que acompañan a estos jinetes y que parecen estar al tanto al detalle y en masa de cómo realizan todos sus trucos para zafar, y logran así estar, hasta ellos, un paso más adelante que sus poderosos enemigos. Pero no cuestiono al verosímil, algo muy subjetivo y propio de quien desea ser convencido para disfrutar, sino a la lógica de ese universo que de tanto que va y viene y se retuerce, termina despedazado y con las piezas del rompecabezas puestas con calzador.

Tienen razón ambos títulos, tanto el “Ahora me ves” si traducimos literalmente al original Now you see me que presume que luego y como en cualquier truco viene el “ahora no me ves”, como el “Nada es lo que parece”, porque parece divertida y una digna continuación y nada de eso es. Incluso da para sumarse al exitismo deportivo y decir que si viviera René Lavand y con una sola mano, a estos pibes se los come crudos. Sin post-producción, claro está.