Música campesina

Crítica de Patricia Kaiser - Otros Cines

Hay muchas razones para largarse de su país. Y el amor puede ser una de ellas ¿Pero hay tantas razones como para no volver? Encontrarse a uno mismo, puede ser una de ellas. Alejandro Tazo, como el té, está buscando la respuesta a esa pregunta.

Llegado a Estados Unidos por amor, al ser abandonado por una novia gringa, con la que vivió la típica luna de miel de una extranjera liada con un ciudadano chileno, Tazo decide instalarse en Nashville para probar suerte y vivir la típica aventura de un extranjero descubriendo el mundo. Realmente, Tazo no tiene ni la menor idea de su itinerario ni de su futuro. Y sólo está claro en que está despechado por su novia, y en que no quiere volver a su país de origen en el estado emocional en que se encuentra.

¿Pero qué hacer en Nashville? Al principio, busca hospedajes baratos. Luego, intenta conseguir trabajo, desde limpiar baños en un hotel, pasando por plomero de segunda, hasta de vendedor en una tienda de música. Una de sus pasiones. La ciudad no se la pone fácil, entonces decide recorrer sus espacios, buscando respuestas a las mil preguntas que le rondan la cabeza. Y para ello usa su mayor talento: su encanto.

La película tiene, de manera bastante extraña, la estructura de una road movie, podrías permitirnos el término de road city. Deambula por sus espacios, por sus bares, por su gente. Intenta mimetizarse con esa cultura que le es ajena, y a la que, por momentos, odia o ama. Por lo que como todo filme de viajes, más que transformarse el entorno, que en este caso es siempre la misma ciudad; quien se transforma es el viajero.

Quiere ser aceptado por la sociedad, pero no le gusta esa sociedad. Transforma su cuerpo, su vestimenta, pero ésta más bien lo delata, como la patética figura de alguien que busca desesperadamente aceptación (o quizá pasar desapercibido). Domina parcamente el inglés y estudia para mejorarlo; pero su cerebro está cansado y sólo le pide volver a su español natal. Realmente Tazo, está entre dos aguas. Simplemente sufre de desarraigo.

Un desarraigo que Fuguet nos muestra, en un par de excelentes monólogos que sostiene con una camarera y con los compañeros que le alquilan el sofá de la casa; y en los largos silencios y acciones que emprende Tazo en su viaje. Es por cómo se mueve el protagonista en la ciudad, o en los lugares donde habita, que se nota la añoranza que tiene, quizá no por su vida pasada, sino por una vida que aún no ha descubierto cuál es.

Los primeros 15 minutos de la película, dan una excelente cuenta de ello. Sin diálogos, centrado en Tazo y las decisiones que toma, los gestos que nos muestra, la necesidad de transformar su primera morada en un hogar (como ordena sus artículos de aseo personal en el baño, es revelador). También da cuenta de la intención del director, la puesta en escena plateada. Largos planos, algunos de más de tres minutos, largos silencios, y la poca movilidad de la cámara (pues realmente Tazo no se mueve hacia ningún lugar); nos dicen muchos más, que las (pocas) palabras que el protagonista y los personajes pasajeros con los que se topa.

Al final, Tazo descubre que su país, lo ha llevado consigo siempre, y en un bar de “Ven con tu guitarra y canta”, se declara chileno, y toca una canción de su país, en español, con la que define toda su vida, y también su meta. Como era de esperarse, las calles de Nashville lo esperan para otra noche de ronda.

Hay que celebrar en este film la excelente actuación de Pablo Cerda en el papel de Tazo. El hombre se tira la película al hombro, y la sostiene. También, como es obvio por el título escogido, la banda sonora y el diseño de audio, son excelentes. El tema principal, que cierra los créditos, es una melodía que no me será fácil olvidar.