Murales. El principio de las cosas

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Nadando en las aguas de la Historia. Alguien dice, al comienzo de esta película fragmentada de Francisco Matiozzi Molinas (Rosario, 1978), que los murales en paredes de la ciudad que algunos intentan cubrir son los únicos lugares en los que ciertas personas pueden ver a sus familiares desaparecidos: Murales demuestra –con empeño y sensibilidad– que también el cine puede hacerlos visibles, intuir sus vidas y componer algunas piezas para comprender el idealismo y las contradicciones de una época.
Estrenada en una de las secciones del último BAFICI, el film crece a medida que la búsqueda de su realizador-protagonista se complejiza, abriéndose a distintas revelaciones y confidencias. Si al principio puede desorientar un poco por su autorreferencialidad, de a poco va introduciendo afectuosamente al espectador en la historia de Francisco-tío y Francisco-sobrino. Viejas fotografías, consultas en una hemeroteca y recorridos por diferentes calles encuentran como banda sonora Los muchachos peronistas (en un antiguo audio o el ringtone de un celular), comunicaciones telefónicas y sencillas confesiones de entrecasa. En una de éstas, Francisco le reprocha cariñosamente a su madre la carga de llevar el nombre de su tío fallecido poco antes de que él naciera, recibiendo una respuesta que merecería ser analizada largamente.
FMM arma laboriosamente el rompecabezas familiar mientras debe atender contratiempos de su vida cotidiana –como encontrar un departamento para alquilar y mudarse– y, por distracción o deporte, se dedica a nadar. El agua lo lleva y lo trae, lo protege tal vez como un líquido amniótico, le permite avanzar con esfuerzo.
Viendo films como Murales –o M (2007, Nicolás Prividera), con el que tiene algunos puntos en común–, uno se pregunta si el cine no termina cumpliendo, a veces, una función de la que deberían ocuparse, u ocuparse más, determinados funcionarios e instituciones. “Aquí está la historia de tus parientes” debería decirle la sociedad a Francisco, y no éste desplegar su película para comunicarnos a todos “Aquí está esa historia”. La ventaja, en todo caso, es que de este modo se la cuenta desde la mirada del que la vivió de cerca, con sus sentimientos y dudas a flor de piel. La manera con la que FMM elude los nombres propios a los que suele recurrirse cuando se aborda nuestra Historia, e incluso los escasos –aunque significativos– minutos que destina al juicio a los represores involucrados, dejan en claro que lo que más le importa es reflexionar sobre su familia y su pasado.
Averiguando, cotejando datos, distribuyendo los elementos a su alcance, intentando reconstruir lo perdido en la memoria, el joven realizador y su equipo logran un testimonio honesto, límpido, fértil. Con muy poco del repentismo y didactismo de un documental para TV (Matiozzi Molinas puede quedarse tranquilo) y un hermoso tramo final, que moviliza y conmueve.