Mujercitas

Crítica de Sofía Ferrero - La Voz del Interior

Mujercitas es mucho más que una nueva versión de la novela homónima de Louisa May Alcott y resulta insólita la ausencia de Greta Gerwig en la lista de nominados a mejor director en los próximos premios Oscar ya que éste, su segundo largometraje detrás de cámara, es un filme absolutamente contemporáneo, en el que nada falta y nada sobra. 

Llena de matices y sutilezas, la película trabaja desde las mira  das y los encuadres para construir una intimidad que, una vez que empieza a conmover, no deja de hacerlo hasta el final.

En el apabullante elenco sobresale Saoirse Ronan, quien encarna a Josephine March, uno de los personajes más queridos en la historia del cine. Gerwig inicia la historia cuando Josephine ya vive sola en Nueva York y vende sus relatos de ficción policial a un periódico de la ciudad. 

De ahí en adelante, la historia avanza mediante flashbacks que nos llevan a la adolescencia de estas cuatro hermanas en la casa materna, en el interior de los Estados Unidos. Recuerdos, fragmentos de conversaciones, momentos en los que cambia la vida. 

En este ir y venir, una duda se instala: quizás lo que vemos (a excepción del marco narrativo) es una ficción, una versión de la novela que Jo escribe a lo largo de la película. Pero ¿no son eso, acaso, los recuerdos? ¿Una versión de los hechos, una ficción? ¿No es la nostalgia la fuerza más creativa a la hora de reescribir nuestras memorias?

Gerwig no usa el contexto histórico para enfatizar lo mucho que ha cambiado la situación de las mujeres sino que reivindica las preguntas que siempre nos hemos hecho sobre la injusticia que implican los roles de género. Ese parece ser el verdadero trabajo de adaptación sobre esta novela escrita hace 150 años: situar históricamente esas preguntas, quitarles la novedad y, asimismo, reivindicar las libertades que sí disfrutamos las mujeres. 

¿Por ejemplo? La libertad para expresar la alegría y la admiración que esto genera en los varones, en este caso, el vecino Laurie (Timothée Chalamet) y su tío, que son testigos del alborotado ritmo cotidiano de la casa de las hermanas March.

En esas preguntas que se hacen a ellas mismas y, sobre todo, entre ellas, en ese tomar conciencia de las limitaciones socio-históricas de género, cada una encuentra su espacio de libertad, placer y goce. Sin acomodarse o conformarse, sino como un verdadero acto revolucionario.