Mujercitas

Crítica de Rolando Gallego - Lúdico y memorioso

La principal virtud de una película como “Mujercitas” (2019) es la de no transformarse en un panfleto y atravesar la épica de las hermanas March con respeto por cada uno de los personajes desde su adultez y así y todo erigirse como el film más feminista que Hollywood haya producido en los últimos años.
Si bien su espíritu reivindicativo ya estaba presente en la obra de Louisa May Alcott, en dos escenas claves de la adaptación, Josephine March (Saoirse Ronan) defendiendo lo suyo (edición de libro) y manifestándose en contra del matrimonio (si los personajes protagónicos de sus relatos van a ser mujeres, que se casen o se mueran) hay más mirada de género y discurso feminista que en miles de horas producidas hasta ahora y que se venden como tales.
Gerwig hace otra cosa, toma los personajes, decide ubicarlos en la pantalla ya en su adultez, muestra a cada una de las hermanas March con sus características constitutivas, y las presenta sin juzgarlas nunca, reflexionando, además, sobre el mundo, Shakespeare, vínculos y mucho más. Ahí está su verdad y desde allí se desprende la empatía instantánea de la audiencia.
En el arranque de “Mujercitas” de Gerwig, vende su primer cuento a una editorial. Temblorosa, con sólo un plano detalle, mostrar sus manos entintadas, la directora comienza a develar el universo de la película, en donde la pasión, los secretos, los sueños, los mandato y la determinante mirada del otro, serán solo algunos de los disparadores narrativos.
A continuación Jo corre por la ciudad, la cámara ralentiza algunos movimientos, se detiene en reubicar a la joven en medio de una multitud que avanza, y ahí está la clave de todo, una línea de tiempo que va hacia adelante, y que si mira para atrás, o retrocede, es para comprender el estado actual desde el pasado de los personajes.
En “Mujercitas”, y en contraposición a otras adaptaciones de antaño, el relato tiene memoria. Los personajes van y vienen desde la mirada evocativa de Jo, encargada de plasmar las anécdotas, y desde allí se vigoriza.
Ese devenir agiliza la narración, la que, sin perder clasicismo, plantea giros modernos a la típica estructura de tres actos, rompiendo la cuarta pared con escenas como la lectura de cartas mirando a cámara de los personajes diciendo verdades necesarias.
Gerwig se nutre de puntos impulsores, presentes, obviamente, en el libro de Louisa May Alcott, como base para una entrañable narración que apela al recuerdo y el sueño como elipsis del relato, logrando, con estos mecanismos, que todo fluya, generando un contrapunto entre momentos y escenas que terminan de configurar un gran puzzle cinematográfico, entrañable, sensible, lúcido.
Gerwig ama a sus personajes, Jo (Ronan), Meg (Emma Watson), Amy (Florence Pugh), Beth (Eliza Scanlen), Marmee (Laura Dern), Tía March (Meryl Streep), y también a los hombres del relato, Laurie (Thimothee Chalamet), John (James Norton), Frieddrich (Louis Garrel), Sr. Laurence (Chris Cooper) y el padre de las jóvenes (Bob Odenkrik), y a cada uno le ofrece la posibilidad de destacarse en medio de lo coral de la historia. Todo el elenco, cada uno, ofrece una interpretación potente y sólida acorde al relato.
“Las chicas deben salir al mundo y formar sus propias opiniones” dice Marmee en algún momento, y así lo hacen, construyen sus ideales, amplían su horizonte de expectativas, dividen sus tiempos entre el ocio y el trabajo, siempre están haciendo algo, y la que no, es porque la pluma ha querido que se mantenga calma, recuperándose de alguna enfermedad, o a la espera de que se concrete alguno de los miles de planes que tienen.
Las mujercitas sueñan con dejar de ser pobres, miden con dinero sus expectativas, con libros, con pianos, aunque siempre falta algo, pero a diferencia de otras adaptaciones, la carencia no es motor de reversa, al contrario, ya que lo poco que tienen siempre se lo destinan a los demás. 50 dólares de seda pueden generar una debacle económica, pero luego se la reivindica como motivo amoroso de Meg y John, los únicos “casados” de la generación más joven.
Sin caer en romanticismos absurdos, “Mujercitas”, dosifica ese contrapunto entre las hermanas que aman al mismo hombre, entre la que sueña con casarse como única meta en su vida, y entre el eterno amor de los March como vector de las mujeres del relato.
Hay sacrificios (Jo se corta el pelo para poder pagar el pasaje a su madre para que vea a su padre), hay dolor (muertes, pérdidas materiales), hay una mirada sobre la educación interesante, pero sobre todo hay alegría y humor. A diferencia de sus adaptaciones previas, Gerwig decide quedarse con una mirada justa que evita el sentimentalismo e ilumina a los personajes.
Los amores se escupen como verdades a los cuatro vientos, y los que no se pueden así se dicen entre lágrimas pensando en cómo el otro tomará la noticia, muchas veces cayendo de sorpresa con algún giro, pero utilizando la complicidad de les espectadores para avanzar.
“Mujercitas” de Gerwig es la mejor adaptación hasta el momento de la clásica historia amada por generaciones, porque, principalmente, surge del amor que la propia realizadora posee por ella. “Amé Mujercitas, la historia y los personajes desde que tengo uso de razón, las March fueron como mis hermanas y sus aventuras se sienten como mis memorias”, dijo por ahí, y le creemos, mucho.