Mujercitas

Crítica de Maia Debowicz - La Agenda

Cómplices, complejas, eternas

A diferencia de otras adaptaciones, la versión de “Mujercitas” de Greta Gerwig pone el foco en la individualidad de cada una de las hermanas March.

“Te vas a aburrir de ese hombre en dos años. Nosotras seremos interesantes para siempre”, le dice Jo (Saoirse Ronan) a Meg (Emma Watson), en una escena de Mujercitas, intentando convencerla de que no se case. Trata de evitar una traición. En gran parte, Jo tiene razón: 152 años después de que la escritora estadounidense Louisa May Alcott presentara en sociedad a las cuatro hermanas March, el paso del tiempo solo ha provocado que el amor por ellas sea cada día más grande. Sin importar la edad, todas soñamos con ser la quinta hermana y ser parte de esa complicidad al menos por un rato. La novela se ha adaptado al cine incontables veces: desde las versiones mudas de 1917 y 1918, pasando por la de 1933 en blanco y negro dirigida por George Cukor con Katherine Hepburn interpretando a Jo, hasta la Mujercitas que crió a la generación millennial en 1994. Donde la escritora rebelde tiene el rostro de Winona Ryder y, por fin, la película es dirigida por una mujer, Gillian Armstrong. En 1949 Mervyn LeRoy nos hizo conocer a los vestidos y sombreros de las hermanas March en Technicolor, y a Elizabeth Taylor en la piel de la caprichosa Amy. Pero también hubo dibujos animados: el animé de 1980 dirigido por Yugo Serikawa y la serie de 1987 que resumía parte de la historia en 48 episodios.

Ningún autor se alejó demasiado de la novela original. Hasta que llegó Greta Gerwig: su adaptación es, seguramente, la que hubiera querido ver en el cine May Alcott, quien, a diferencia de su personaje Jo, fue soltera toda su vida, de lo que se deduce que el final no es el que la autora quería, sino el que le fue impuesto por el editor. ¿Es un gesto de empatía de Greta hacia la creadora? Tal vez, pero ante todo es un acto de justicia, de tomar al paso del tiempo como una oportunidad para enmendar errores del pasado. Greta Gerwig sacó a la luz el desenlace tan deseado por la escritora, logrando al mismo tiempo hacer propia una obra ajena.

Zurcir medias rotas

No existió una Jo más salvaje y chispeante que la interpretada por Katherine Hepburn. Aquella que silbaba para parecer un chico y prometía llevar suelto su cabello hasta los cien años para nunca convertirse en una señorita. Era mandona, gritaba con gracia y no sabía cómo manipular su cuerpo de mujer. Por eso cuando jugaba a las espadas con el joven Laurie terminaba cayéndose para atrás, con la falda del vestido dada vuelta. La Jo de Saoirse Ronan tiene mucho de ese peso físico, una especie de torbellino que no es posible detener. Sus hermanas aprecian esta particularidad del personaje, llamándola, entre risas no exentas de admiración, “hermano”. Esa Jo que ayuda a moldear -que conduce- Greta Gerwig es una que lanza puñetazos, da empujones y baila como si estuviera en medio de un pogo en un recital punk. La directora ya había visto en ella ese espíritu indomesticable: en Lady Bird (2017) la actriz, en la piel de Christine, abre la puerta de un auto andando y se lanza a la ruta por estar en desacuerdo con lo que le dice su madre. La secuencia es sorprendente y finaliza con un yeso pintado de fucsia decorando su brazo roto.

Ambas películas, Lady Bird y Mujercitas, tienen muchos puntos de contacto. Sus jóvenes protagonistas buscan su lugar en el mundo y ser fieles a sus deseos en medio de un contexto de limitaciones económicas. Christine no tiene hermanas pero tiene a su mejor amiga, Julie, con quien entabla el mismo vínculo: tanto de alegría como de dolor. Jo y Christine atraviesan etapas similares: una adolescencia donde se es demasiado niña para algunas cosas y por demás adulta para otras. Al igual que Christine, Jo sueña con irse a vivir a Nueva York. Jo se enfrenta a los mandatos sociales que la obligan a contraer matrimonio; Christine a las enseñanzas cristianas de las monjas que adoctrinan en su colegio. En ambas películas los bailes se hacen presentes: en una escena de Lady Bird, cuando llegan los esperados lentos Christine esquiva a los chicos y saca a bailar a su mejor amiga, Julie. Cosen sus cuerpos, como las hermanas March arreglan sus medias, rompiendo las expectativas de los ojos ajenos. Pisoteando la lista de lo que deben hacer la noche de su graduación. Jo bailaría toda la noche con Meg, si no fuera porque su hermana mayor no quiere lo mismo que ella. “Porque mis sueños sean diferentes a los tuyos no los hace menos importantes”, le dice a Jo. Jo no comprende por qué alguien elige casarse antes de gozar de libertad. Es una incomprendida, pero tampoco comprende a nadie. Esa es su mayor soledad.

Acaso la diferencia más importante entre Lady Bird y Mujercitas sea que mientras la primera relata el doloroso proceso de la adolescencia, la segunda narra una época en la que no había paso intermedio entre niñez y adultez. Christine sufre su adolescencia. Jo y sus hermanas, en cambio, viven en un tiempo en el que el traspaso entre ser hija y ser esposa se atraviesa sin transición.

Una de las grandes diferencias con otras versiones es que la Mujercitas de Gerwig, nominada al Oscar como mejor película, no está narrada en dos tiempos ordenados sino con saltos temporales permanentes. De esa forma la directora rompe con ciertos esquemas: ver cómo empeora la salud de Beth de manera paulatina (ya conociendo el crudo desenlace) o mostrar el paso de la niñez a la adultez como una progresión. La narración va y vuelve, rebota como una pelota de ping pong, tal vez porque el crecimiento nunca es ordenado.

Como las hermanas March, Gerwig sabe encontrar riqueza donde otros no la ven. No hubo antes una versión que le diera tanto protagonismo al Sr.Laurence (Chris Cooper). Una de las escenas más potentes sucede cuando Beth (Eliza Scanlen) visita la enorme casa porque le prometió al dueño que tocaría el piano para evitar que se desafine. Asomado desde la escalera, el Sr. Laurence escucha al instrumento y vibra con él, como si una parte de su hija resucitara en cada tecla que hace sonar con intensidad la tímida Beth, invisible para todos, menos para el Sr. Laurence. Su hija ya no va a volver, pero la llegada de Beth le demuestra al Sr. Laurence que aún tiene mucho amor para dar.

Cuidar de los otros

A diferencia de versiones anteriores, Gerwig elige poner el foco en las cuatro hermanas, no solo en Jo. Resalta la individualidad de cada una, aquello que las distingue. Tampoco las juzga: ni a Beth por ser poco ambiciosa, ni a Meg por serlo demasiado. Tampoco se ensaña con las envidias de Amy (Florence Pugh) o el egoísmo reiterado de Jo. Gerwig no solo hace brillar el encanto de las cuatro, sino que las comprende como si fuera su propia madre. O, mucho mejor, como si ella misma las hubiera creado. “Las chicas deben salir al mundo y formar sus propias opiniones”, dice en voz alta esa conmovedora madre interpretada por Laura Dern. Una mujer que cría a sus hijas como puede porque siempre hay alguien afuera de casa a quien socorrer.

"No puedo creer que la infancia haya terminado”, expresa Jo como si viera avecinarse el apocalipsis. Podría ser una frase de cualquier película coming of age ambientada en el presente, pero Gerwig modifica el significado de la adultez de una forma más considerada. Para ella, y para esta Mujercitas, la adultez reside, más que en casarse, en hacerse cargo del otro. Por eso la Tía March (Meryl Streep) le dice a Amy que ella es la única que puede salvar a su familia casándose con un hombre de fortuna. Y así poder mantener a sus padres cuando sean viejos. “Jo es una causa perdida”, asegura. Sin embargo, ella se ve reflejada en esa chica que promete no casarse nunca. Tal es así que al morir le hereda su casa. Parte de la hermosura de “Mujercitas” reside en que los buenos gestos llegan de las personas que uno menos espera.

Publicar una novela

¿Cómo cambiar un final sin modificar su impronta? Lo que parecía imposible Gerwig lo consiguió. La versión más feminista de Mujercitas muestra a Jo discutir sobre el porcentaje de sus regalías por la publicación de su primera novela. Hasta que, con su masculino sombrero hongo, se planta y decide no cederle los derechos de autor de su obra a la editorial. “Si voy a casar a mi heroína por dinero más vale que valga la pena”, le dice a su poco confiable editor. Una escena que jamás formó parte de las adaptaciones al cine. Porque en esta Mujercitas Jo es también Alcott, un sistema de espejos que mezcla la ficción con la historia real. Mientras otras versiones cerraban con el profesor Friedrich Bhaer ofreciéndole sus manos vacías a Jo, en ese reencuentro donde la escritora rebelde rompe su promesa de no casarse, la película de Gerwig propone un desenlace con otra historia de amor: la de Jo/Alcott con su novela. En una reveladora secuencia Jo pegada al vidrio, como si de una nurserie se tratara, contempla cómo prensan, cortan, cosen, pegan, doran y encuadernan el primer ejemplar de su primera novela. Jo observa el proceso con ojos de madre. Cuando recibe el libro, lo apoya en su vientre. Gerwig deja en claro con esta poderosa escena cuáles son las prioridades de Jo, y también cuáles son las suyas como mujer y autora. La película no habla solamente de niñas madurando en mujeres, sino también de una amateur convirtiéndose en artista profesional. Si eso es mucho y difícil hoy, lo que habrá sido en 1868.