El universo de la furia. Es de sabido conocimiento que no es nada sencillo estrenar películas argentinas en cine a nivel comercial, por lo que muchas obras lo hacen bastante después de haber sido mostradas en otro tipo de circuitos, como los festivales u otro tipo de muestras. Este es el caso de Mujer Lobo de Tamae Garateguy, especie de film maldito que se vio hace más de un año en el BAFICI 2013 y que ya en ese momento sorprendía tanto por sus logros visuales y narrativos, como por su anarquía al momento de exponer un mundo tan fantástico como realista, en dónde surgían diversos acontecimientos bestiales. Como en Mala de Israel Adrián Caetano, en Mujer Lobo un grupo de distintas actrices (tres en este caso) representan al mismo personaje: una asesina que llama la atención por su excentricidad y belleza. Con una impecable fotografía en blanco y negro, la realizadora argentina construye una historia atrapante que explora los más oscuros climas de un mundo desquiciado para provocar una especie de hipnosis al encerrar los hechos en un submundo tan grotesco como real. Frenética y apasionante, Mujer Lobo expone un relato que va mutando entre el terror, el policial y lo trash para redondear un film de sumo interés: fuerte por sus logradas escenas de sexo y violencia, y pintoresca a la hora de retratar a una Ciudad de Buenos Aires dentro de un universo caótico y desesperante. A través de imágenes de un gran atractivo y un montaje más que logrado (que hacen que la película tenga un ritmo descomunal), con este nuevo trabajo su realizadora -quién antes había dirigido Pompeya- se impone como una de las mejores exponentes del emergente genero fantástico o de terror en Argentina. Sin dudas, con Mujer Lobo Garateguy logra un film imponente tanto desde el plano visual como narrativo y que -sobre todas la cosas- debía ser estrenado, porque obras del tal factura no se ven tan seguido en la cartelera nacional.
Cine en estado de mutación Mujer lobo muta; el cine de Tamae Garateguy, también, porque sigue su camino de búsqueda ya despuntado en la interesante Pompeya, que roza sin casarse el policial con agregados propios y hasta a veces contrapuestos a los convencionalismos o códigos genéricos. En esta ocasión, la directora se anima a construir una película que explora el erotismo como pocas veces se ha atrevido el cine argentino, pero sin caer en la exposición gratuita o publicitaria y en plena confianza con un reparto muy convencido de los fines narrativos y estéticos de la propuesta. Mujer lobo avanza un paso más allá al tomar como eje una trama policial sencilla: en el Buenos Aires más urbano posible anda suelta una asesina serial, personaje interpretado por tres actrices de la talla de Mónica Lairana, Guadalupe Docampo y Luján Ariza. Busca en los subtes o en las calles a su presa masculina, la seduce y aniquila luego del acto sexual, a veces bestial y otras, envuelto en sábanas de sensualidad. Perseguida por un desagradable policía (Edgardo Castro) de insipiente misoginia –¿acaso el género policial no tiene algo de misoginia?-, que junta cadáveres en los recovecos de la ciudad, algunos envenenados y otros envueltos en charcos de sangre. A ese relato, filmado en un rabioso blanco y negro, se le suma un fuerte contenido erótico en coqueteo permanente con el soft porno, que impregna la película de una visceralidad más que interesante, donde son los cuerpos los que sufren, gozan y ocupan el centro de atención. Por otro lado, la idea estética del blanco y negro, integrado también a un concepto que otorga a la misma protagonista tres personalidades o rostros distintos –similar recurso al empleado por Adrián Caetano en Mala y también por Todd Solondz en Palíndromos- multiplica los sentidos de las lecturas que puedan realizarse, confirma que detrás de la joven realizadora se respira un aire de renovación que el cine argentino siempre necesita y mucho más cuando se trata de explorar géneros sin perder creatividad. La atmósfera de peligro latente que atraviesa el relato se vincula con la esfera psicológica de una mujer lobo torturada pero instintiva, capaz de desgarrar los cánones básicos narrativos con sus audaces uñas y dejar las marcas de un cine desafiante, que provoca al espectador y lo saca de la complacencia pasiva a la que está habituado. Rasgos de una mirada en permanente estado de mutación.
Voracidad con aroma de mujer Luego de su paso por el BAFICI 2013, llega al Centro Cultural de la Cooperación la nueva película de Tamae Garateguy. Mujer lobo es una típica película con elementos de cine clase B trash y del policial que tiene todo: una gran, grandísima dosis de sexo desenfrenado, violencia, y una mujer fatal que es encarnada por tres diferentes actrices: Mónica Lairana, Luján Ariza y Guadalupe Docampo. Nuestra mujer lobo utiliza al sexo como arma de seducción que pasa sus días seleccionando futuras presas en la línea B de subterráneos para luego seguir un patrón perverso común: los seduce con su belleza, simpatía, timidez o impulsividad, tienen sexo y luego los asesina. Un mal día, uno de esos hombres seducidos -el más desagradable policía que se pueda imaginar- lejos de llegar al climax, comienza a pesquisar datos que irá conectando para perseguir a la criminal. Si bien la propuesta inicialmente resulta interesante, Mujer Lobo cae en la repetición a la hora de reflejar las distintas aristas que componen la personalidad de nuestra feroz protagonista: los cambios de actitud de tímida y naif -Guadalupe Docampo- hacia costados más osados y avasallantes -Lairana, y Ariza- resultan demasiado obvios, y por momentos forzados. El plano narrativo deja mucho que desear, no así el actoral que presenta tanto a actores y actrices de primera línea, si bien casi ninguno pertenece al universo mainstream; mientras que el plano visual es excelente. Filmada en blanco y negro, Mujer Lobo genera un clima hipnótico y embriagador al punto de sumergirnos en ese mundo exótico, lujurioso y descarado, cuyo estilo va más allá de la trama. En esta película lo que Garateguy parece decirnos es casi una declaración de principios: las mujeres del cine argentino se las traen, y en la constante mutación se genera provocación con nuevas formas de filmar y de contar historias. Sin embargo, la película exploitation que genera Tamae Garateguy (una de las codirectoras de Upa!, y autora de la genial Pompeya) la termina de consolidar como una de las grandes realizadoras del cine de género nacional. Además la producción resulta una apuesta más que original dentro del panorama del cine argentino ya que el film no sólo muestra la voracidad femenina, sino también explora y exhibe un universo grotesco, alienado, desequilibrado, pero sobre todo actual.
Las chicas superpoderosas Mujer lobo es una de esas películas que sólo pueden disfrutarse si uno entra en (y adscribe a) las convenciones y claves genéricas de ese cine clase B más trash, con importantes dosis de violencia y sexo (debe ser récord de desnudos en la historia del cine argentino). Como en Mala, de Israel Adrián Caetano (o en la saga tarantinesca de Kill Bill), tenemos a una mujer vengadora (interpretada en sus diversas personalidades por tres actrices distintas: Mónica Lairana, Luján Ariza y Guadalupe Docampo) y a hombres perversos que recibirán su merecido. Hay, claro, un antagonista, que en este caso es un policía, un pesado, que investiga el caso y trata de desquitarse de la/s chica/s. Perversa, lúdica, grasa y estilizada a más no poder, Mujer lobo tiene un alcance limitado porque resulta un poco redundante, obvia, subrayada en los cambios psicológicos del personaje central (de tímida y dócil a impulsiva y avasallante) y porque algunas situaciones no son del todo contundentes y sólidas. Pero aún con sus desniveles y carencias (y con sus logros, como la fotografía en blanco y negro de Pigu Gómez o el uso del subte como una de las locaciones principales), la película exploitation de Garateguy (nuestra directora más osada dentro del cine de género) resulta una apuesta seductora, descarada, extrema. Bienvenidas sean estas irrupciones desinhibidas y atorrantes dentro del muchas veces adocenado panorama local.
Para comerte mejor La nueva película de la realizadora de Pompeya (2010) cuenta una historia de sexo y violencia. La protagonista es una femme fatale sedienta de hombres a los que seduce y asesina. Mujer Lobo (2013) transita una zona poco frecuentada en el cine nacional, y lo hace con efectividad e imágenes de alto impacto. En una de las ciudades del mundo en donde la violencia de género está siendo cada vez más analizada, en donde los avisos pegados en los teléfonos públicos que ofrecen sexo rápido y pago son cada vez más visibles, y en donde la trata de blancas se asienta cada vez más; en esa ciudad transcurre Mujer Lobo. Se dirá que la propuesta de Tamae Garateguy se nutre de la misma violencia que expone, pero como reverso de su universo clase B se esconden esas múltiples violencias que tienen como eje al poder machista y heteronormativo. Lo cierto es que, más allá del condimento social, esta película se inscribe dentro de una tradición esencialmente americana, aquella a la que Quentin Tarantino revivió en más de una ocasión. Garateguy le da un toque porteño al ubicar como epicentro de la historia a la línea B del subte. Ya en Pompeya construyó otro ejercicio de género (cinematográfico) en una zona a la que la literatura argentina supo atender, pero no así nuestra cinematografía. Mujer Lobo nos presenta a una asesina en serie, criatura que desborda cualquier clasificación y es encarnada por tres notables actrices (Mónica Lairana, Guadalupe Docampo y Lujan Ariza). En un blanco y negro que remite a la página de los policiales de diarios de antaño, la mujer fija su mirada en la presa, seduce con su cuerpo, y una vez en su nicho ataca. Cada rostro está matizado por una personalidad: mientras que la mujer-lobo de Lairana, por ejemplo, es la más decidida y bestial, en la versión de Docampo percibimos esa fragilidad que la criatura esconde. Para cada una de ellas, la historia se complica cuando un policía comienza a seguir los rastros de la enigmática mujer, casi como si se tratara de un juego entre gato y ratón. La realizadora filma las persecuciones en una Buenos Aires degradada y mayormente nocturna. Las escenas, a tono con la premisa, no ahorran sangre y sexo que, si bien no es explícito, está filmado en un registro crudo. En suma, Mujer Lobo es una película no apta para espectadores impresionables, pero sí para los amantes de las emociones fuertes. Una apuesta por un universo urbano que aquí aparece deformado y magnificado. Pero que, como espacio simbólico y siniestro, revela esa violencia a la que nuestra mirada se ha habituado.
Tentaciones peligrosas en una línea de subte Son mujeres peligrosas éstas, tan sexys y tentadoras que en los coches de la línea B de subterráneos disponen de un variado repertorio de miradas persuasivas para cautivar a los galanes a los que les han echado el ojo. Son rubias, castañas o morenas, pero siempre esculturales. Pueden ir vestidas de la manera más llamativa, discreta o provocadora; ensayar algún gesto falsamente tímido, mostrarse desafiantes o bien a las claras ofrecidas. Hay algunos que prefieren ignorar esos avances agresivos así como para otros resultan irresistibles. De todas maneras, conviene andar con cuidado. Este tipo de chicas son peligrosas: están a la caza de sus víctimas. Y cuando las eligen, avanzan hasta el fin. Siempre encuentran la forma de arrinconarlos, hacerse perseguir, hechizarlos con sus técnicas de conquista, tener sexo con ellos hasta embriagarlos y, una vez sometidos, matarlos. Son asesinas seriales, quizá la contracara de los que protagonizan tantos films clase B cuyas víctimas son casi invariablemente mujeres. Quizá sus vengadoras. Las trae Tamae Garateguy (Upa, Pompeya) en este desenfrenado festival de sexo, sangre, suspenso y algo de rock, protagonizado por una asesina única con tres rostros y tres personalidades cuyo radio de acción es la línea ferroviaria que corre por debajo de Corrientes y que deja un tendal de víctimas, aunque también tropieza con alguien que ha descubierto su modus operandi y está dispuesto a atraparla. Ni el policial erótico ni el clase B con exceso de sexo y sangre son géneros demasiado explotados por el cine independiente local, y mucho menos lo son con tanta audacia y profesionalismo como los que muestra la joven realizadora en esta producción que puede no convencer del todo en términos de su construcción argumental, pero está formalmente muy cuidada (es muy buena la fotografía en blanco y negro de Pigu Gómez) y en el terreno interpretativo, en el que se lucen las tres sensuales protagonistas, Mónica Lairana, Guadalupe Docampo y Luján Ariza.
El sexo fuerte En Mujer lobo se coge por todo lo que no se había cogido hasta la fecha en el cine argentino. Y se coge fuerte, a lo bestia, con juegos y con violencia, con brutalidad. Tamae Garateguy prueba ángulos, experimenta con planos largos y se divierte engrosando el lánguido catálogo local de perversiones sexuales. En definitiva, Mujer lobo no es otra cosa que un dispositivo diseñado y calibrado para soportar unas dosis monstruosas de sexo y de muerte, como si a uno siempre, fatalmente le siguiera el otro. La protagonista es una y tres a la vez, como en Mala pero también como en Ese oscuro objeto de deseo (vamos, que la idea del personaje escindido ya estaba inventada antes de Caetano), solo que acá la historia no trata sobre ninguna venganza sino de una asesina implacable que, un poco como en La mujer pantera, nunca deja del todo en evidencia su costado animal. La cacería de la serial killer y sus incursiones en el subte son acompañadas por una robusta banda de sonido, rica en influencias punk y rockeras. No es casual que uno de los crímenes ocurra después de un recital y que la víctima sea un carismático líder de banda; la directora filma con un nervio impresionante el show y la performance desaforada de Guillermo Pfenning, solo para pasar al encuentro con la protagonista después y lograr una de las escenas de sexo más vitales, adultas y libres de todo el cine argentino. No se puede hacer una película sobre la carne, sobre una mujer que devora a sus víctimas, y al mismo tiempo no exhibirla en toda su plenitud, por eso es que Mujer lobo tiene tantos desnudos y se le confiere una importancia descomunal al cuerpo (y no se trata solo del cuerpo de la mujer: la imagen de las tetas gigantes de Luján Ariza dialoga en espejo con el primerísimo primer plano de las nalgas de Pfenning). El nervio que consigue Tamae Garateguy se siente en cada plano, tanto que, a pesar de tratarse de un acercamiento al cine de género, la película desdeña rápidamente los cuerpos destrozados que suelen concentrar la mirada en el terror y el gore: es que la directora, como su protagonista, pareciera interesarse solo por aquello que está vivo, que todavía late y es capaz de convocar el deseo; una vez extinguida esa chispa, la película deja tiradas a las víctimas y se ocupa nuevamente de seguir el movimiento perpetuo de la asesina (interpretada mayormente por Mónica Lairana, que hace un papel extrañamente similar en Las amigas de Paulo Pécora, también proyectada en este Bafici) o la pesquisa del policía que le pisa los talones. Garateguy coquetea con la clase B y el bajo presupuesto pero muestra un grado de sofisticación visual ajeno a ese tipo de producciones: la escena en la casa del policía está filmada casi en su totalidad en un único plano que permite mirar sin restricciones a los dos personajes y las distintas reacciones que tiene uno para con el otro. Si algunas escenas exhiben una pátina de desprolijidad, se trata siempre de una búsqueda de exceso y desborde y no de una falta de pulso, y eso vale tanto para el pistolón que se desenfunda de un momento a otro como para la lluvia de semen notablemente artificial que recibe contra su voluntad la asesina. La madurez con que la película se permite filmar el sexo, siempre con un compromiso notable y sin necesidad de reírse de sí misma o de autoparodiarse (es decir, sin recurrir a esa risita nerviosa de mucho cine que se quiere provocador pero que se sonroja frente a un desnudo) es equiparable a la libertad que se le otorga al ojo a la hora de observar: Mujer lobo nos convierte en voyeurs condenados a contemplar un acto trágico en el que el placer siempre acaba en una explosión de sangre y espanto; uno sabe lo que viene, pero igual no puede dejar de mirar.
El gran ataque de la lobisonísima trinidad El terror nac & pop sigue engrosando sus filas, aunque el segundo largo en solitario de Tamae Garateguy (directora de Pompeya y una de las chicas Upa!) está tan cerca del film de horror como del policial y el thriller erótico. Desde un punto de vista cinéfilo, las referencias que pueden hallarse en Mujer lobo, sin que sea necesario escarbar demasiado, van desde la mujer pantera de Tourneur hasta la muchacha caníbal de Trouble Every Day, sin olvidar el juego actoral del Buñuel de Ese oscuro objeto del deseo, reconvertido aquí a un clásico del psicoanálisis cinematográfico, la personalidad dividida. O bien a la mitología: la mujer como monstruo devora hombres, la mujer como amante, la mujer como vórtice del deseo erótico. La lobisona del título es una y tres al mismo tiempo, cortesía de las actrices Mónica Lairana, Guadalupe Docampo y Luján Ariza; dependiendo de qué hombre la esté observando, será rubia o morocha, más o menos angelical, más o menos madura, más o menos joven, más o menos curvilínea, más o menos agresiva sexualmente. Y el sexo aquí es, huelga decirlo, primordial. Tanto como la muerte. La(s) protagonista(s) son cazadoras, tres Keres en busca de hombres a quienes poseer/destruir, apresados usualmente en el recorrido del subterráneo. Ese submundo y la nocturnidad son los ámbitos ideales para llevar a cabo la faena, rodada en un blanco y negro con reminiscencias noir, que no hacen más que acentuarse cuando Amanda/ María/ Lourdes se topa con su némesis, un detective encargado de resolver los asesinatos que han comenzado a apilarse (Edgardo Castro). La realizadora filma las escenas de sexo (que son varias y diversas, en más de un sentido) sin vergüenza ni falso decoro, con una mezcla en partes iguales de realismo y estilización, paradoja que se resuelve tensando el límite y soltando la soga a tiempo. Eso las aleja del convencional softcore de tevé por cable, al tiempo que las erige como campo ideal para la aparición de la violencia y la muerte. En esos instantes, ciertos fluidos son reemplazados por otros más oscuros y viscosos: no se verá en cámara la muerte de la segunda víctima, el rockero interpretado por Guillermo Pfenning, pero baste decir que el acto metafórico de devorar se convierte, sin solución de continuidad, en literal. No es fácil hacer cine así en nuestro país, particularmente con presupuestos reducidos y el estigma de film de nicho tatuado en la frente. Mucho menos cuando se intenta escapar –al menos, en parte– de los usos y costumbres para la tribuna. Como si imitara la escisión de su protagonista, el film de Garateguy es más estimulante cuando transita el camino de la abstracción: las calles del centro de Buenos Aires de noche, fotografía y encuadre mediantes, adoptan matices casi fantasmales; ciertas ambigüedades del relato, que nunca se abandona a lo explícito para pisar el más resbaloso territorio del fantástico. Mucho menos interesante resulta cuando intenta acomodarse en los márgenes de un contexto narrativo más clásico: las escenas con el detective García y su asistente, la subtrama del vecino y el perrito, el improbable origen de esa “sustancia muy compleja” que hace las veces de elixir de la muerte.
La última película de Tamae Garateguy combina suspenso y erotismo en la figura de una mujer partida en tres que se ayudan mutuamente para sobrevivir. Fue presentada durante el BAFICI [15]. Tres veces, matar es malo La mujer lobo es representada en escena por tres actrices que figuran un aspecto diferente de este personaje sin dejar de tener algo en común, la voracidad. Esto se ve en su cacería por el subte de la línea B en busca de potenciales presas que atrae con su enorme sensualidad y luego termina por matar en el momento álgido de la pasión, (ya estoy para reseñar a Danielle Steel). Las imágenes de los amantes son tan fuertes que uno imagina, al principio, que esa tensión no puede superarse y que el éxito de la película dependerá de ese impacto. Pero no, todo lo que sobreviene después hace el techo de lo que podemos llegar a soportar como espectadores suba y en cada vuelta nos retuerza aún más. Es para mí que ahí está el logro de esta peli y probablemente su éxito. Corre, loba, corre La Loba es una depredadora que se metió con el tipo equivocado, otro depredador. Allí comienza una cacería aún más grande que la anterior en la que uno como espectador no sabe de qué lado ponerse y eso no es fácil de lograr. El dilema de querer que atrapen a la asesina o de que se libere. Pero la Loba también enfrenta una crisis al conocer a un hombre distinto al resto en donde las tres lobas deberán decidir qué hacer. Alguien tiene que ceder La Loba sufre una lucha interna entre ellas mismas que no se ve inmediatamente pero está. Si bien coinciden al enamorarse de Leo, quizá el único momento en que son felices, es en este mundo hostil en el que la Loba mayor ya no podrá cuidarlas para siempre, o crecen y se adaptan o se mueren. Esa adaptación y decisión se logra hacia al final por la necesidad de sobrevivir pero también de dominar y perseverar. Conclusión Esta es una bajada de lo que acabo de escribir y no tanto una conclusión en si de la película que tiene varios puntos para rescatar como el nivel de dirección que posee sin mencionar la actuación de las tres protagonistas que funcionan en conjunto de manera perfecta. La Loba es una película que admite un desafío con una historia clara y potente al mismo tiempo.
Sexo, música estridente y desbordes en todos los matices Ya en Pompeya, película anterior de Tamae Garateguy, se presentaba un importante grado de sofisticación visual para narrar una historia policial con personajes sórdidos y desagradables. Ahora le toca al terror en blanco y negro con tres protagonistas en una misma piel sufrida de mujeres lobos sedientas de sexo y sangre. La película trabaja desde la exhibición de colmillos afilados y semen eyaculado con la misma placidez con la que se muestran locaciones no demasiado exploradas en nuestro cine (por ejemplo, estaciones de subte) donde las mujeres lobo conocen a algunas de sus futuras víctimas. En ese sentido, Tamae Garateguy no esconde información (salvo en la primera muerte, filmada con una austera cámara fija). Se trate de sexo, música estridente, personajes desbordados en cualquiera de sus matices, cámara en mano por la calles de la ciudad y erotismo soft con tinte publicitario, todo en Mujer lobo resuena apabullante, invasivo, cool y berreta al mismo tiempo. Los cuerpos desnudos de Mónica Lairana, Guadalupe Docampo y Luján Ariza complacen al machismo voyeurístico de los personajes, y también, al espectador mirón que espía al sexo desde el ojo de una cerradura en forma de pantalla. Curioso film, explícito y explicativo, redundante y seductor, como si tratara de un policial de aquellos de HBO de fines de los 80 e inicios de los 90, Mujer lobo invade al género desde los márgenes, propiciando una relectura sobre el terror que no oculta su toque fashion entremezclado con el film explotation de bajo presupuesto y costosa posproducción. En ese punto están sus ostensibles virtudes, pero también, sus visibles defectos.
Mucho sexo en medio de una trama confusa A pesar del título, éste no es un film de licantropía, sino más bien de personalidad múltiple. De todos modos hay escenas con mordidas y, sobre todo, actitudes y situaciones sexuales bastante bestiales. Justamente, el fuerte de "Mujer lobo", más allá de su trama fantástica, es el erotismo fuerte y por momentos totamente descabellado y retorcido. Casi se podría afirmar que aquí hay más escenas de sexo que en la más tórrida película clásica de Armando Bo, lo que tiene cierta lógica si se tiene en cuenta que de algún modo, en lugar de una sola protagonista, hay tres. Las tres mujeres (Luján Ariza, Mónica Lairana y Guadalupe Docampo) conviven en una misma persona, y aunque el espectador puede ver sus distintas apariencias físicas las tres, por cierto, muy atractivas-, para los demás personajes la diferencia no parece ser evidente. Una de las chicas es una especie de seductora y asesina serial al estilo "viuda negra", mientras otra es una ninfómana y la tercera tiene una actitud más tímida y hasta arisca, eso hasta que se enamora. La que actúa como "viuda negra" es la que genera una trama policial, ya que comete el error de seducir a un detective que aparentemente está detrás de su pista. Pero si bien las múltiples situaciones sexuales mantienen el interés, sobre todo durante la primera mitad del film, tanto lo que tiene que ver con lo detectivesco y con lo sobrenatural se vuelve más confuso e incoherente. Al menos hacia el final el guión logra cerrar razonablemente los hilos argumentales aunque siempre dentro del más profundo hermetismo general, que por momentos no ayuda mucho. Por otro lado, "Mujer lobo" está bien filmada (en blanco y negro, con un atractivo toque de color hacia el final al estilo "La ley de la calle" de Coppola) y en general bien actuada, con una sólida banda sonora de estilo rockero.
No debe haber muchas cinematografías en el mundo que en el transcurso de unos pocos meses estrenen dos thrillers sobre mujeres asesinas que mutan de una a otra y en el que ellas son interpretadas por varias actrices distintas. En el caso de MALA, de Adrián Caetano, eran cuatro. Aquí son tres. En ambos casos, diríamos, son mujeres psicológicamente dañadas que hacen una particular defensa de género (del femenino, digo, no del género cinematográfico). Aquí, la protagonista tiene sexo con hombres a los que luego mata de manera violenta, algo que de a poco la irá poniendo en la mira de un policía que parece ser el único que entiende algo del caso. Usando el sexo como arma y la conquista callejera como medio muy sencillo de atraer presas, ellas hacen su trabajo. Las tres personalidades de la mujer tienen sus importantes diferencias: una es salvaje y descarnada (Mónica Lairana), otra es tímida y reprimida (Guadalupe Docampo) y otra es sexy y voluptuosa (Luján Ariza). Y es así como entran en conflicto con los demás y, en un punto, con “ellas” mismas. La película es estilizada y trash a la vez, barata y elegante, perversa y juguetona, inocente y zarpada (con muchas escenas de sexo) en un combo desaforado en el que pareciera que todo vale. bafici mujer loboMUJER LOBO (no confundir con MALA pero tampoco con MUJER CONEJO, de Verónica Chen) es una curiosidad, atrapante por momentos y risible en otros, de algún modo fallida en un sentido positivo: allí donde el cine argentino gran parte de las veces juega sobre seguro, manejándose dentro de la comodidad de formatos probados, Garateguy se zarpa (ver si no una escena “caliente” con Guillermo Pfenning, rara en el cine argentino comercial) y entrega un producto desaforado y salvaje. Seguramente podría ser mejor, pero se agradece el desparpajo.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
The lead character is indeed a she- wolf serial killer who hunts down men along different stations in Buenos Aires’ subway tunnels. She seduces them with her bewitching looks, has wild sex with them, and then slays them. Too bad one of the men she’s trying to lure is a policeman investigating the murders. Not that he knows that she’s a she-wolf, of course. So on a frantic day, while trying to escape from the policeman, she meets a streetwise young dealer with whom she falls in love right away. Now her newborn feelings become an unexpected downside because she actually has three personalities: monster woman, sexual woman, and human still capable of loving. And because of her intense love, her personalities start to collide in a fierce death battle. Shot in eye-catching black and white, Mujer lobo is a rara avis in Argentine cinema. Doubtless, it’s Garateguy’s finest film to date. Her 2007 opera prima Upa!, una película argentina, co-directed with Santiago Giralt and Camila Toker, was an amusing and light weighted take on the scenario of Argentine indie cinema. Then came her solo début, Pompeya (2011), a gangster film set in Buenos Aires, and also a meditation on the process of screenwriting. And while Upa! and Pompeya had undeniably dexterous formal values, they tended to go somewhat overboard with flashy camerawork and too brisk editing. But not this time. Garateguy’s third feature is far more accomplished in the way form relates to content. For the action sequences, the camera is energetic and dazzling, and it truly captures and conveys the characters’ pulse and sensations. At nerve-wracking speed, it follows them wherever they go, and so a sense of sparkling spectacle is achieved. Let alone the intensely sexual and erotic scenes that are never gratuitous. Instead, they provide the raw power Mujer lobo is endowed with. As for the seduction scenes, the pace is relaxed and welcoming, as though trying to tempt viewers into familiarity with the sex-crazed, deadly she-wolf. Who, by the way, is played to great effect by Mónica Lairana, Guadalupe Docampo, and Luján Ariza, each of them a different kind of woman, all of them gorgeous. No wonder the men in this movie are so easily entrapped. The script’s most visible flaw is a certain lack of development to make the whole affair more compelling. These characters could have had more depth, more shades and perhaps even a background story. As it is, Mujer lobo sometimes does wear thin and becomes a bit repetitive, but for the most part it is quite enjoyable, entertaining, and very sensorial.