Mujer conejo

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Cine mutante

Mujer Conejo de la directora Verónica Chen es inquietante. Sin haber visto sus films anteriores no me atrevo a extenderme acerca de las virtudes de su cine, pero si puedo hablar acerca de esta interesante última incursión cinematográfica, presentada en el Festival Internacional de Mar del Plata 2013, y que se estrena este jueves. La película durante los títulos muestra a una inspectora del Gobierno de la Ciudad llamada Ana (la bella Haien Qiu), argentina pero descendiente china, recorriendo el Barrio Chino porteño. La cámara, y la música que acompaña, dan sustento a la idea de un mundo extraño frente a nuestros ojos. La extraña historia que combina la inmigración ilegal (vía mafia china) y unos conejos mutantes, puede resultar confusa, pero es la realidad que plantea, un fantástico y perturbador.

Desde el mismo título, Mujer Conejo es un híbrido, una mixtura de lo humano y animal, y este es lo que a lo largo del metraje vamos a presenciar.

El planteo de la cultura propia y la ajena, la invasión y la fusión. La protagonista es una descendiente china que no habla su idioma de origen, aún así, recorre el barrio chino. Las personas hablan a su alrededor un idioma que nunca es comprendido por ella ni por nosotros (no lo subtitulan), una realidad que tenemos frente a nuestros ojos pero que seguimos sin vislumbrar. Desde estas ideas Verónica Chen sube la apuesta combinando no solo culturas sino también géneros: un policial de denuncia y el fantástico. Ana es una inspectora del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que investiga un lavadero donde esconden inmigrantes ilegales, en paralelo, vemos a unos conejos carnívoros que se están desarrollando en un laboratorio clandestino en el campo. Esta combinación resulta fascinante porque la directora la sustenta con su virtuosa cámara, y ese mundo extraño, nos logra transmitir incertidumbre.

La hibridación además tiene su correlación entre la imagen real y una rudimentaria animación (que podría llamarse animé por la temática más que por el estilo), que sirve para enrarecer aún más el relato, y también me imagino, para poder resolver situaciones que el presupuesto no lo habría permitido. La irrupción de la animación muestra el juego de esta mixtura, si el animé es el lenguaje oriental más reconocido por el occidente, ese lenguaje invade este mundo desequilibrado.

Como una aventura hacia lo desconocido, lo que se deja sin explicar permite un fuera de campo sin rápidas conclusiones, dejando un extraño sabor en la boca. Los planteos acerca de la manipulación genética, nuestra pervertida alimentación, la corrupción, o las mafias chinas, son tan reales como las imágenes que se presentan frente a nuestros ojos, pero pierden entidad por esa irrupción de lo fantástico que dispersa la mirada, ahuecando su peso específico.