Muerte en el Nilo

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

El amor, convertido en un arma letal en medio del desierto

Los verdaderos protagonistas de “Muerte en el Nilo” no son ni Kenneth Branagh, en su efectivo rol del detective Hércules Poirot, ni el trío de tensión sexual que componen Gal Gadot, Armie Hammer y Emma Mackey. No, nada de eso, las estrellas de esta película basada en la poderosa novela de Agatha Christie son el amor y la muerte. Branagh dirige y se vuelve a poner en la piel de Poirot, como lo hizo en la anterior historia de la escritora británica “Asesinato en el Expreso de Oriente”, en un personaje hecho a medida. Aquí Poirot vuelve a presentarse como un personaje tan sufrido como exótico. Un bigote exhuberante pudo disimular su cicatriz de guerra pero las llagas del dolor por la muerte de su amada esposa son irreparables. Esa pérdida acentuó más su personalidad y lo convirtió en un investigador famoso, que sedujo a varias damas de su entorno pero principalmente a los más poderosos. La multimillonaria Linnet (Gal Gadot) lo contrata justamente para que la cuide en una luna de miel plena de derroches en un barco a bordo del Nilo. Ella teme que su ex amiga Jacqueline (Emma Mackey) se cobre venganza porque le quitó a su prometido Simon Doyle (Armie Hammer) y lo convirtió en su esposo. Poirot aparece como el convidado de piedra en medio de esa festichola, en la que se tira el champagne caro al mar pero de pronto en el fondo de las aguas comenzarán a caer las evidencias de múltiples asesinatos. Agatha Christie es una experta en crear suspenso y compartir con los lectores las sospechas sobre los asesinos. Y Branagh respetó ese pulso y lo tradujo a la perfección en una suerte de cajas chinas cada vez más oscura. Pero lo más atrapante es que detrás de cada una de las muertes que se van sucediendo aparece la pasión como nave insignia. Quien asesina lo hará por amor y también para ocultar algo. Y es ahí donde el espectador empieza a jugar su propio juego. Porque cada vez que Poirot pone el ojo en un villano aparecerá otra villana para sustituirlo, o bien una sospechosa impensada o un amigo que no es tan amigo. “No me siento segura con ninguno de ellos”, le dice Linnet al detective pidiendo protección al borde de la desesperación. Mientras tanto, esa tensión contrasta con los paisajes desérticos de Egipto, en un logrado trabajo digital, y las excentricidades de un barco lujoso en donde parece que nada peligroso podría suceder. La actuación de Kenneth Branagh es de un registro notable. Porque compone a un Hércules Poirot tan seguro y perspicaz como vulnerable. Y en esa encarnadura se corre del rol de superhéroe para convertirse en alguien tan cercano con quien es muy simple tener empatía, sobre todo por el inicio de la historia cuando se muestra un incidente en su juventud que lo marcará de por vida. “Muerte en el Nilo” también se destaca por una dirección muy inteligente. Porque la mayor parte de la película sucede a bordo de un barco y Branagh logra combinar escenas casi teatrales e intimistas con otras tan ampulosas al estilo de “Titanic”, de James Cameron. En el medio, nunca se pierde la tensión dramática. No se sabe quién o quiénes son los culpables de tantas muertes hasta el último respiro. Por eso dan ganas de ver este policial hasta la página final, como leyendo el epílogo de Agatha Christie.