Muerte en el Nilo

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La fórmula del crimen

Fascinado por la fórmula literaria de la popular novelista inglesa Agatha Christie y con su icónico personaje, el inquieto realizador británico Kenneth Branagh regresa una vez más con una adaptación literaria de la autora de El Misterio de Sittaford (The Sittaford Mistery, 1928), Muerte en el Nilo (Death on the Nile, 2022), novela publicada en 1937 en base a las impresiones de la escritora durante su estadía en el hotel de primera clase Old Cataract en Egipto, donde se filmaron escenas de la primera adaptación de 1978 dirigida por John Guillermin en base a un guión de Anthony Shaffer, film protagonizado por Peter Ustinov como el sagaz detective Hercule Poirot que contó además con intérpretes de la talla de Angela Lansbury, Bette Davis, Maggie Smith, Mia Farrow, David Niven, Jack Warden y George Kennedy.

A diferencia de la versión de Shaffer y Guillermin, la interpretación del talentoso guionista Michael Green, con Branagh en la dirección, se aleja en algunas cuestiones importantes de la novela de Christie ofreciendo una introducción diferente y cambiando el talante de algunos personajes y ciertas cuestiones difíciles de digerir para el delicado paladar actual de la enrevesada trama de Christie, pero sin alterar el núcleo del relato.

Al igual que en Asesinato en el Expreso de Oriente (Murder on the Orient Express, 2017), Branagh regresa como el implacable detective belga Hercule Poirot, protagonista de las novelas de la prolífica y reverenciada Christie, para adentrarse en la historia del personaje y agregarle algunas anécdotas a su vida que le sirven a Green para desarrollar la personalidad de Poirot, aquí un poco más melancólico que en las versiones de los setenta y los ochenta. El film comienza a principios de la Primera Guerra Mundial en las trincheras belgas con una anécdota sobre el curioso y extravagante bigote que Kenneth Branagh, para muchos un tanto ridículo, desarrolló para componer a Poirot, para saltar luego a 1937, año en que transcurre también la novela, donde en un prestigioso salón de baile londinense se presenta la famosa cantante de blues Salome Otterbourne (Sophie Okonedo), en el libro y en el film de 1978 una escritora de novelas románticas interpretada histriónicamente por Angela Lansbury. En el salón, un obcecado y compulsivo Poirot observa el concupiscente baile entre Simon Doyle (Armie Hammer) y su sensual novia, Jacqueline de Bellefort (Emma Mackey). La llegada de la mejor amiga de Jacqueline, Linnet Ridgeway (Gal Gadot), una millonaria que le ofrece trabajo a Simon a instancias de Jackie, capta la atención del curioso Poirot, un detective narcisista y obsesionado patológicamente con la simetría, que vislumbra el comienzo del drama que se trasladará a Egipto poco después. La atracción entre ambos es inmediata y el compromiso de Simon con Jackie se rompe para abrirle paso al casamiento entre Simon y Linnet, seguido de una Luna de Miel en Egipto con la pareja rodeada de las ruinas del imperio de los faraones. Jacqueline decide seguir al dúo para atormentarlo en su idilio en un periplo en el que Poirot coincide con un viejo amigo, Bouc (Tom Bateman), que viaja con su madre, Euphemia (Annette Benning), personajes que no existen en la novela y que reemplazan a otros tantos.

A diferencia de la novela, que presenta a un grupo heterogéneo que se encuentra en Egipto por diferentes razones, tan solo algunas involucradas con la dupla romántica, en el film de Branagh todos los personajes acompañan a la pareja en su Luna de Miel en el Hotel Cataratic en Asuán. Linnet invita Poirot a acompañarlos en su viaje para intentar alejar a la molesta Jacqueline, pero la despechada mujer mantiene su actitud y amenaza la paz de la pareja, que es a su vez acompañada por un grupo ecléctico que componen el antiguo prometido de Linnet, un abatido médico que quiere ayudar en regiones sin acceso a la medicina, Windlesham (Russell Brand), la cantante Salome Otterbourne junto a su hija y representante, Rosalie (Letitia Wright), la sirvienta de Linnet, Louise Bourget (Rose Leslie), una millonaria de ideas socialistas que acaba de donar toda su fortuna al Partico Comunista, Marie van Schuyler (Jennifer Saunders), que viaja junto a su acompañante, Bowers (Dawn French), y el primo de la familia, Katchadourian (Ali Fazal), quien maneja las finanzas de la fortuna del clan. Durante la convivencia Poirot descubre que todos tienen un motivo para odiar a la joven y rica Linnet, lo que lleva al detective a sospechar que la salud de la mujer corre peligro.

Durante el viaje tres personas morirán y todos serán sospechosos en una trama criminal alrededor de los espectaculares paisajes desérticos y las ruinas del Antiguo Egipto faraónico. Los cambios de Green no introducen ninguna mejora en la narración, tan solo hay una actualización del relato alrededor de las temáticas actuales, completamente alejadas del espíritu de Agatha Christie, pero que no alteran la historia en su estructura y su núcleo. Una decisión polémica teniendo en cuenta la popularidad de Christie, pero acorde con las ideas actuales de eliminar cualquier elemento que pueda herir potencialmente a alguna minoría. En este sentido, el guión de Green deja de lado las cuestiones raciales y de clase que figuraban patentes en la novela y en la película de Guillermin, donde por ejemplo se ridiculizaba al capitán egipcio del barco, dejando a su vez tan solo una pisca bastante lavada del contenido político y de clase de la novela e introduciendo la igualdad racial y la diversidad sexual, cuestiones que no hubieran sido del agrado de la conservadora autora inglesa y que marcan los principales desvíos de la historia original hacia una mentalidad más actual de respeto y tolerancia que enfatizan hasta sus extremos lo políticamente correcto. En este sentido, la ideología marxista, de la que Christie se burlaba a través del personaje de Mr. Ferguson, aquí subsumido en el de Marie van Schuyler, es presentada como una visión política válida como cualquier otra, anulando así el conflicto y convirtiendo al pensamiento marxista en una farsa, una forma de anulación que ni siquiera hubiera cruzado la mente de Agatha Christie, suerte de burla siniestra del marxismo que ni siquiera la conservadora Christie podría haber imaginado en su época. Los cambios introducidos por Green se enfocan en la anulación de los guiños cínicos de Christie, como la parodia de la personalidad y la obra de la escritora de escandalosas novelas románticas, también guionista y directora de cine, Elinor Glyn, una celebridad durante la década del veinte del Siglo XX, por nombrar uno de los principales cambios que le dan un tono diferente al film de Branagh, más circunspecto y atemorizado por las barbaridades políticamente incorrectas del filo de la prosa de Christie que la adaptación original de Shaffer y Guillermin.

Aunque la comparación con las actuaciones brillantes del espectacular elenco de la versión de fines de los setenta deja muy mal parada a la remake, el film de Branagh ofrece interpretaciones correctas, más cercanas a la idiosincrasia actual que a la visión del mundo, la vestimenta y el lujo de fines de la década del treinta. Annette Benning y Kenneth Branagh son los que salen mejor parados de la comparación y Tom Bateman es el que más desentona, un personaje completamente distinto al del Coronel Race de la novela, en el film anterior interpretado por el aristocrático David Niven.

Con algunos efectos especiales, escenas sobre la violencia que anida en la naturaleza y mucho glamour, Muerte en el Nilo se enfoca en las panorámicas espectaculares del director de fotografía que acompaña a Branagh desde Sleuth (2007), Haris Zambarloukos, siempre distanciándose de cualquier elemento que pueda considerarse alejado del mundo de la clase alta que se presenta aquí, una burbuja sin relación alguna con la realidad de la alta burguesía de la década del treinta, época de contradicciones sociales en la que los ricos se rodeaban de un sinnúmero de sirvientes y ayudantes de distinta índole, cuestión bien retratada en la versión de Guillermin. La música de Patrick Doyle, otro colaborador asiduo del director desde sus inicios a fines de la década del ochenta con Enrique V (Henry V, 1989), realiza una gran labor nuevamente en una composición que acompaña con parsimonia el clima de misterio que Branagh propone.

En esta versión más pulida y brillante, no exenta de problemas y que casi no se estrena en cines por cuestiones ajenas al film, que apela a un humor y un estilo muy distinto del de Christie y de la primera adaptación, hay un respeto muy marcado por la estructura de la novela de la escritora británica hasta la médula, tan solo cambiando elementos secundarios para crear una obra en la que Branagh no se destaca como director pero en la que tampoco destempla. A pesar de lo edulcorado de la propuesta, las historias de Agatha Christie y sus fórmulas narrativas siguen interpelando a los artistas de esta época y a un público que disfruta de una trama bien construida con un misterio que se resuelve mediante la inteligencia, elemento casi siempre ausente en muchas ficciones actuales.