Muerte en Buenos Aires

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Policías en la ciudad de las tentaciones

El primer plano del Chino Darín marca el escenario de la película Muerte en Buenos Aires. El actor es el señuelo para que el espectador entre y salga, se entusiasme o dude con respecto a los hechos que la cámara muestra.

La opera prima de Natalia Meta propone un juego de ambigüedades que comienza con ese rostro y un crimen. "Copito" Figueroa Alcorta yace en su cama en el señorial piso donde vivía. De ahí en más la investigación queda en manos del inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir) y su equipo.La película arma un cóctel entre las prácticas de manual de los policías frente a un homicidio y las implicancias que la cuna del muerto tiene en las altas esferas de la justicia.

El cartel, de rigor, sobre las coincidencias, que la directora muestra al principio, funciona como paraguas protector de una historia que puede ser materia de una saga, con inspiración episódica.

Completan el equipo, Mónica Antonópulos como la compañera del inspector; Hugo Arana, el comisario que prefiere ver la realidad superficialmente; Luisa Kuliok, la hermana del muerto, y Emilio Disi, el juez, con peinado y look que aluden a un juez muy conocido por el público argentino.

El agente Gómez, El Ganso (Darín) se relaciona a pedido del inspector con el sospechoso del asesinato, Kevin González (Carlos Casella).

Chávez arrastra una vida sin alegría, junto a su esposa y un hijo insomne. Le gusta decir: "arriesgar la vida por dos mangos", mientras estudia el caso que lo ha movilizado profundamente.

La directora incursiona en el melodrama queer en una película que plantea la homosexualidad como una trampa del guión.

Copito y su amigo Kevin son investigados. Para el punto de vista desprevenido, El Ganso arriesga la hombría, pero la historia tiene sus vueltas. La película entretiene, con momentos de tensión, imágenes de quiebre onírico (la escena de los caballos de noche en la ciudad) y una descripción esquemática de los vínculos homosexuales. En ese sentido, el abordaje del tema se convierte en un obstáculo conceptual. El guión elude el centro de la cuestión y el final hace pensar en una continuación.

Se destaca el Chino Darín por la naturalidad y el manejo del misterio con que viste al Ganso; Bichir da muy bien en el rol pero su voz es un problema; y Antonópulos juega un personaje que puede convertirse, en el futuro, en heroína incorrecta. La historia, para salir del cliché, toma un giro derrotista en el escenario de simulaciones y deseos reprimidos.