Muere monstruo muere

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Muere, Monstruo, Muere (2018), la extraordinaria película de Alejandro Fadel –El amor (primera parte), 2004; Los salvajes, 2012–, va a trabajar sobre el asunto que define, en última instancia, el género al que apunta inicialmente y que luego trasciende: el origen incierto –monstruoso– del terror. La causa primera del miedo es un enigma que Fadel va a identificar, a priori, como un problema del lenguaje. Un cortocircuito entre palabras e imágenes que provoca desconcierto, perplejidad. Un vacío de sentido. Su nueva película –“desconcertante, enigmática”– convertirá esa “falla”, que no es más que la ausencia de una significación concluyente, en el centro dramático que organiza la historia. El carácter inaccesible, en principo inexplicable, de una forma brutal de violencia. Y no cualquier violencia, sino aquella ejercida sobre el cuerpo de mujeres.

En un rancho pobre y desolado al pie de las montañas nevadas de Los Andes, aparece el cuerpo de una mujer decapitada. Será tan solo el primero de una serie que se intuye interminable. "Nos van a matar a todas", expresará una joven policía, con la certidumbre que promueve la evidencia de lo que observa a su alrededor: cuerpos de mujeres sin sus respectivas cabezas. El oficial Cruz (Víctor López), integrante de la policía rural, es el encargado de investigar los crímenes. La película de Fadel, cuyas ambiciones son manifiestas, aunque también un poco desmedidas, va a incursionar en el cine de género, en el terror clase b, en el policial. La sangre va a brotar a raudales. Las cabezas rodarán sin reserva.

Cruz es un hombre extraño, como casi todos los hombres de un auténtico territorio de frontera, páramo inhóspito habitado por marginales, desvelados, adictos a medicamentos –un catálogo de fármacos–, depresivos, maniáticos. Fadel vuelve a confirmar aquí, como lo hacía en su película anterior, su capacidad para filmar los distintos espacios por donde circulan los personajes. Sucesivas tomas panorámicas señalarán la enormidad inquietante de las montañas. A partir de ahí, la atención se aproximará a otros lugares más reducidos, cada vez más oscuros, donde la violencia, el miedo –un catálogo de fobias– y el horror surgen concentrados, cada vez con mayor intensidad. La representación del miedo exige para su desarrollo la configuración precisa de un contexto. Los gritos en un manicomio durante la noche. La oscuridad casi completa en las inmediaciones de una cueva tan solo iluminada por bengalas. La película de Fadel ofrece escenas visualmente notables.

La composición de los personajes del film es formidable. Principalmente la de Cruz, el protagonista, quien padece insomnio hace años y ciertas dificultades en el habla, pero que además es capaz de bailar, grotezco y encantador, al ritmo de una canción romántica y popular. Cruz mantendrá un amorío secreto con Francisca (Tania Casciani), una mujer casada con David (Esteban Bigliardi), un hombrezuelo alucinado por voces extrañas que escucha internamente, obsesionado por la presencia de un monstruo que deambula sin dejarse ver, pero que sí puede escucharse. El triángulo amoroso –el amor sin más– va a adquirir también un carácter propiamente monstruoso. La obsesión de David evidenciará, a su vez, un conflicto entre el devenir continuo de las palabras que circulan por su mente y el horror de imágenes indescriptibles. “Es dificil de explicar”, va a repetir una y otra vez a los interlocutores que intentan averiguar la causa de los asesinatos. Las palabras no alcanzan, no sirven, tienen “agujeros”.

Muere, monstruo, muere desplegará durante su desarrollo enigmas, posibles respuestas, más que nada preguntas. Es por eso mismo una película incómoda. Su fortuna reside precisamente en la voluntad manifiesta de escaparle a la prisión del sentido unívoco. En algunos momentos, el relato se tornará un tanto derivativo, sobrecargado por la profusión incesante –podríamos decir, desvelada– de los dilemas y delirios que acosan a sus personajes. Tal vez sea un costo a pagar por las ambiciones del cineasta. Eso sí: la película conservará, casi sin contratiempos, una tensión hipnótica. La sensación que procura un determinado tipo de ansiedad ante el acecho de aquello que se percibe, pero que no se logra definir del todo. Como si expresara, esa sensación, la inminencia de un monstruo que se encuentra demasiado cerca. Tanto como para soltar en cualquier momento su cruel zarpazo.