Morbius

Crítica de María Fernanda Mugica - La Nación

La era de la supremacía de las adaptaciones de cómics al cine implica una forma nueva de entender los géneros cinematográficos. No todos los cómics son iguales, ni sus protagonistas corresponden a un mismo tipo de superhéroe o villano. Esto le permite a los estudios hacer películas de distintos géneros, manteniéndose dentro de ese universo de los superhéroes que atrae al gran público.

Spider-Man es el personaje ideal para una comedia adolescente sobre las dificultades de crecer y Batman para un film noir. El público abraza estas películas, tal como sus taquillas lo demuestran, siempre que vengan junto con un nombre y una figura reconocibles. Y que tengan superpoderes o habilidades que rozan lo sobrehumano, claro.

Morbius, basada en un cómic de Marvel, podría ser una película de terror sobrenatural, más específicamente, “una de vampiros”, con condimentos de “una de científico loco”. Porque son esos arquetipos del terror clásico en lo que se convierte Michael Morbius, interpretado por Jared Leto, menos escondido en el maquillaje y vestuario que de costumbre, un hombre que sufre desde su infancia una enfermedad de la sangre, que lo mantiene en un estado general debilitado y le garantiza una muerte temprana.

Como tantas otras películas basadas en cómics, Morbius es una historia de origen del personaje. El film, dirigido por Daniel Espinosa, presenta a su protagonista en su infancia, en una clínica en Grecia, donde conoce a otro chico que tiene la misma enfermedad, al que apoda Milo. Michael tiene una inteligencia extraordinaria, por lo que el médico que cuida a ambos niños, encarnado por Jared Harris, lo envía a estudiar a Nueva York. Así, se convierte en médico y dedica su vida a encontrar una cura para su enfermedad, con la ayuda de la doctora Martine Bancroft (Adria Arjona) y el apoyo financiero de Milo (Matt Smith). La creación de una sangre artificial parece acercarlo a la solución, pero, por supuesto, todo se complica.

“No crees en estas cosas, ¿no?”, le dice Martine a Morbius, luego de leer un libro sobre vampiros. Tal vez esa línea sea un guiño para despegarse del terror sobrenatural, aunque la explicación “científica” sobre lo que le sucede a Morbius sea tan improbable como las historias de vampiros. Sin embargo, lo mejor de la película es cuando sigue las pautas del género de terror y fantástico: una escena en un pasillo con la luz titilando escondiendo un peligro inminente; la transformación física de hombre a monstruo; hasta la referencia a Murnau, director de Nosferatu, en el nombre de un barco.

Morbius pierde cuando intenta ser una película de superhéroes grandilocuente, con sexualidad contenida y una investigación policial conducida por un agente latino “gracioso” y Tyrese Gibson haciéndose el serio. Mientras es un poco ridícula y humilde en sus pretensiones, la película ofrece algo con que divertirse. Pero cuando llega la hora de las peleas con efectos visuales poco efectivos y planos en los que literalmente no se entiende lo que se está viendo, acecha el aburrimiento y deja al descubierto la vacuidad de todo el proyecto.