Morbius

Crítica de Lucas Soto - Cinescondite

Por favor, dejen de chuparnos la sangre

El universo cinematográfico de Sony se expande con la que podría ser su peor pieza hasta el momento.

¿De qué va? Michael Morbius, un científico con una enfermedad degenerativa, logra encontrar la cura a su problema, aunque los efectos secundarios despertarán en él una sed de sangre voraz.

Tras la montaña rusa de No Way Home y el callejón gótico de The Batman, llega a las pantallas grandes otra figurita del álbum de Marvel. Pero esta figurita es de esas que te vienen tres en el mismo paquete y encima nadie la puede cambiar porque todos “late”.

Sin generar ninguna expectativa con su trailer, y dando casi arcadas con sus afiches, Morbius llega 30 años tarde, queriendo plantear un conflicto de “Héroe o Villano” y dando como resultado un pastiche somnífero y desabrido. Qué ganas de que se llene el álbum para así no comprar más figuritas.

Desde los primeros minutos del film, presenciamos el mundo que rodea a Michael Morbius (Jared Leto), un científico de la hostia que sufre de una enfermedad degenerativa desde muy pequeño. Junto a su lado está su colega Martine (Adria Arjona), que lo “ayuda” en sus diversos procesos de investigación. Por otra parte, el amigo de Michel, Lucian AKA Milo, (Matt Smith) sufre de la misma enfermedad -o de una muy similar, ya que ni se molestan de aclarártelo- y tras largos años, Michael parece descubrir la cura para semejante tormento. Claramente, las cosas no van a salir como él quiere, aunque Milo demuestra un interés muy malévolo y vengativo.

Así, tan estrepitosamente y sin tapujos, se presenta el plot que seguimos hasta el final, sin ningún tipo de sorpresa, sobresalto ni movilidad alguna en la butaca. Con un villano que es malvado porque así fueron con él en el pasado, con una damisela en apuros que se destaca por su belleza hegemónica más que por lo que puede aportar a la aventura, y con una trama policial tan básica e innecesaria que hace que nos olvidemos de que hay dos policías dando vueltas en ella. Morbius sufre de la enfermedad -sí, de otra- de ser una entrega sin ningún tipo de condimento ni pasión alguna por un simple hecho: agregar trasfondo a un personaje secundario no lo hace apto de ser un protagonista ni de contar con una transformación propia que se excuse de robar minutos en pantalla.

Esta edición, al igual que las dos horrendas de Venom, es como si se pasara a guión el bosquejo de brainstorming sobre estos personajes que cumplen, cumplieron y cumplirán un solo rol; “ser el villano de”. Hay metrajes que logran mostrar una mirada interesante sobre el origen del mal, tal como se vio en la tan hablada Joker o mismo en animaciones como Megamente o Mi Villano Favorito, brindando personajes que no tienen miedo de pararse frente a la pantalla y decir “Soy malo, me mando cagadas porque esa es mi labor y lo recontra disfruto”. En Joker, por ejemplo, complejizan este concepto atravesando la psiquis rota de un personaje que intentó pertenecer a una sociedad disruptiva, encontrando su lugar en ella generando un poco del caos que él absorbió de la misma.

¿Estoy diciendo con esto que con Morbius estábamos esperando una Joker 2? Por favor, no, pero es necesario recordar que pelis sobre villanos abundan y que no debemos comer vidrio, por más colorido que sea.

Volviendo a lo que nos compete, esta nueva entrega marvelita, protagonizada por un villano que pertenece a una basta galería de sujetos deformes que buscan destruir al arácnido, tenía la doble responsabilidad de construir un personaje coherente y apto para seguir un protagonismo dentro de una trama estable, con dificultades y una trasformación aparente para dicho personaje. No logra ninguna.

El origen de Michael se apoya en el altruismo de un enfermo que quiere darlo todo para curar a su mejor amigo que, casualmente, sufre la misma enfermedad que él. El nacimiento del villano del «villano» es deducida desde el minuto uno, y sin que este sea el mayor problema, sí lo es su entera presentación a lo largo del metraje. “Voy a dañar a aquellos que me dañaron”. ¿En serio? ¿Toda una vida en muletas y de repente sos un asesino chupa sangre no por necesidad sino por una maldad contenida? La trama policial, liderada por el cuatrochi (Al Madrigal) y el negro desabrido (Tyrese Gibson), es un conglomerado de escenas que reorganizan la información para escupírsela al espectador dormido que fue al baño a lavarse la cara y la mera aparición de la doctora Martine nos hace preguntar qué tan arcaico y estúpido se puede ser para seguir ubicando intereses amorosos y así emparchar una trama que necesita orden, no más plastilina.

Tras lo dicho anteriormente, es importante pensar el futuro que se plantean estas películas alrededor de lo que pueden contar y ofrecer. Es moneda corriente, y no por eso coherente, que estas entregas funcionan enteramente en merced de una entrega mayor, en la que el héroe con más follows se enfrente, finalmente, a estas figuritas que tuvieron sus dos minutos de fama en una superproducción de millones de dólares. Pero el quid de la cuestión es qué queda tras eso.

Es sabido, y sin buscar debate alguno, que el verdadero propósito de toda esta movida es invertir millones para recaudar billones, pero donde antes había un espacio para demostrar una autoría desde lo actoral hasta lo técnico -desde Raimi con su arácnido y sus enormes villanos hasta Singer con sus mutantes multifacéticos – ahora solo están estas películas, y series, que se concentran hasta el hastío en ser un relleno consciente. Y a partir de esto, el público de la media busca refugio en la “originalidad y frescura” de una aventura gótica que esconde sus deficiencias en la oscuridad de tres horas de duración. De esta forma, este círculo de “novedad, hartazgo, descubrimiento” devela que nos conformamos siempre con lo mismo, apretando la naranja de ese árbol ya seco hasta que ya no queda más que una cascara de la que todos agarran desesperados. Es la misma cáscara de la misma fruta, agarre quien la agarre, la corten como la corten.

¿Lo bueno de Morbius? Dura hora cuarenta. La corta duración no debería de ser un factor positivo, pero en donde estás superproducciones duran más de dos horas y media, que un copy-paste dure menos es un alivio para nuestro cerebro.