Moonfall

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Satélite popular

Roland Emmerich retoma el cine catástrofe en “Moonfall”, una épica de vieja escuela donde la Luna se cierne sobre la Tierra.

Siempre atento a los peligros que amenazan a la raza humana, Roland Emmerich (Día de la independencia, El día después de mañana) busca adaptarse a los tiempos que corren en Moonfall. La inteligencia artificial, las teorías conspirativas y la crisis planetaria se adueñan de la trama de esta superproducción de 140 millones de dólares que tiene como protagonistas a un trío espacial y un satélite no tan natural como se pensaba.

La funcionaria de la Nasa Jocinda Fowl (Halle Berry), el astronauta díscolo Brian Harper (Patrick Wilson) y el científico clandestino KC Houseman (John Bradley) calientan motores durante la primera mitad del filme antes de eyectarse para impedir que la Luna caiga sobre la Tierra.

El corrimiento de la órbita lunar es lo que pone en vilo a los personajes, furiosamente individualistas y ligados a conflictos familiares en sus dispares circunstancias. Lidiar con niñeras, con hijos con adicciones o con madres seniles es en Moonfall tan importante como el rescate de la humanidad, y las instituciones –la Nasa, el Ejército, la política, los medios de comunicación, la ciencia– no aparecen sino como entidades lejanas, frías y sospechosas.

Así, el frustrado KC tiene la oportunidad de cumplir sus sueños de grandeza al corroborar su teoría de que la Luna es una estructura hueca que se silenció en la histórica expedición de la Apolo 11, sumándose a los talentos de Fowl y de Harper para reforzar la verdad: el satélite es manipulado por una inteligencia artificial con forma de enjambre digital que se remonta a una cosmología de raíces ancestrales.

El sonido de un reggae radial entre las inundaciones y apagones producidos por la Luna –cada vez más gigante en el horizonte– no engaña: el cine de Emmerich anhela una épica entretenedora de vieja escuela más que alumbrar las sinuosidades de una tecnología (y una estética) poshumana.

La originalidad de último momento en que Harper y Houseman dialogan con sus afectos terrestres en unos planos de abstracción blanca tensan la cuerda de un filme que juega a ser 2001: Odisea del espacio y termina alunizando en Armageddon.

Siendo ese terreno de sofisticación popular sci-fi hoy mejor ocupado por Denis Villeneuve, Alfonso Cuarón o Christopher Nolan, a Emmerich le queda aún el retrato de héroe anónimo que patentó Clint Eastwood, pero su optimismo literal le imposibilita absorber tan crudo escepticismo. Si hay un consuelo para Emmerich, es que su cine es muy humano para el futuro.