Moonfall

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Durante la primera mitad Moonfall es un disparate propio de Roland Emmerich – mala ciencia, personajes clichés, tramas de relleno que no le interesan a nadie, muchos efectos especiales – y hasta le podría dar tres atómicos por ser ese tipo de espectáculos descerebrados que te sirven para matar el tiempo, sea disfrutándolos o criticándolos – 2012 es un claro ejemplo de esa categoría -. Pero basta con que el trío principal se vaya al espacio para que los disparates vayan a Warp 10. Es como si los libretistas hubieran combinado una parva de hierbas experimentales y se las hubieran fumado todas en una sola noche para que los bolazos de la trama se lancen a la velocidad de la luz. La última hora tiene tantas ideas chifladas como para llenar diez películas de ciencia ficción… ninguna de las cuales llega al nivel de lo decente.

Debo admirar la osadía de Emmerich. Que haya conseguido que una parva de millonarios le hayan dado 150 palos verdes para financiar este dislate es una tarea tan titánica como admirable. ¿Nadie nunca revisó el guión?. ¿Pensaron que Emmerich era Spielberg, un tipo con tanto talento visual que era capaz de disfrazar las deficiencias intelectuales del libreto con magistrales pases de magia?. Porque los agujeros de lógica del guión son siderales – la Luna es un satélite artificial creado por mentes alienígenas – y el desarrollo del script se lleva demasiadas veces de patadas con la lógica – la gente del Apollo 11 piso la Luna en el 69 y, cuando clavaron la banderita, el piso hizo “clonk” como cuando golpeás una chapa… aunque luego la nave de Patrick Wilson y la Berry deben atravesar una capa de al menos 30 kilómetros de rocas y tierra para encontrar la estructura metálica central; gente pisteando con camionetas en la Tierra mientras la Luna pasa rozando las puntas de las montañas y arranca (por la gravedad) árboles y casas aunque es incapaz de remontar un par de autos solo porque ahí van los parientes de los protagonistas; la absoluta credulidad mundial por un par de tweets de un desconocido paranoide que afirma que la Luna viene en camino a chocar la Tierra (y pronto empiezan a evacuar ciudades y saquear tiendas); que ningún científico en el mundo haya controlado la distancia entre la Tierra y la Luna, salvo el chiflado del protagonista; la locura total de querer “volar” la Luna con miles de misiles nucleares, aún cuando eso se haga cuando el satélite roce la estratósfera y te caigan millones de toneladas de cascotes sobre el coco; y así sigue un largo etcétera, etcétera, etcétera… – y la edición es salvaje. Emmerich vomita una locura y a los dos segundos ya estamos viendo otra aún mas demencial. En el medio hay un montón de gente laburando a reglamento, diciendo sus líneas sin convicción – el cameo de Donald Sutherland es tan patético – y los FX son realmente dispares. Hay momentos en donde Wilson y la Berry están parados frente a una obvia pantalla verde (mas tarde completada con una ilustración de mala calidad hecha con Photoshop, nivel inicial), y otros donde a la destrucción le falta otra capa de renderizado para verse realista… pero que no llegaron a tiempo. La ciencia es mala – la Luna emite millones de cascotes pero estos tipos pueden pistear con un transbordador espacial sin que ningún meteorito les haga un agujero; poder lanzar un transbordador con un motor menos y dos tipos en la sala de control en tierra (si uno lo ve así, la NASA está llena de ñoquis, tipos de relleno a los que les pagan un sueldo para apretar botoncitos y ver lucecitas, diría Shatner en ¿Y Dónde Está el Piloto?, Parte 2); usar naves espaciales en desuso desde hace décadas sin necesidad de cambiarle escudos, motores o electrónica; ídem con trajes espaciales que datan de la era pre Apollo 11 y que le calzan a cualquiera aunque el flaco pese 150 kilos; y la lista sigue y sigue y sigue – y la puesta en escena es peor. Yo hubiera rebanado toda la subtrama familiar de Wilson – e incluso la de la Berry – que no le interesa a nadie y solo agrega mas momentos de incredulidad como el estirado escape al refugio o los artificiales problemas de moral del ex de la Berry, un tipo con cara de malo y totalmente inexpresivo.

Entre el mal corte de pelo de la Berry y las salidas fuera de lugar de Michael Peña (otro que viene quemando su carrera a pasos agigantados entre esto, La Isla de la Fantasía, el filme de Netflix y la de Tom y Jerry), hay pocas cosas satisfactorias en Moonfall. Hay gente que la considerará ofensiva para su intelecto; para otros como yo, le resultará fascinante los niveles de fruta que dispara, en donde la ocurrencia de cada momento sobrepasa a la del anterior. En un mix de Armageddon, El Abismo y una treintena de épicas espaciales de todo tipo y color, Moonfall no termina por cuajar de manera coherente por ningún lado, reduciéndose a una orgía de FX e ideas salvajes que solo pueden satisfacer a los adictos a espectáculos sicotrónicos (como nosotros) pero que deja afuera al 99% del público mundial.