Mongol

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

La ira del Khan

Los estrenos de la cartelera en dvd ampliado (que algunos cines exhiben cobrando el mismo valor de la entrada como si se tratara de una copia en 35 mm) son y serán motivo de polémica entre quienes sostienen el argumento de la posibilidad de tomar contacto con títulos poco comerciales y aquellos que, en defensa de la calidad de la imagen, consideran a este punto un tanto endeble. Más allá de tomar una posición por uno u otro bando, es justo decir que no todas las películas ampliadas en dvd resisten, en términos cinematográficos, este formato hogareño y realmente pierden total sentido en cuanto a calidad de imagen, sonido y nitidez.

Por esas incongruencias de los distribuidores locales llega con dos años de atraso Mongol, film del director ruso Sergei Bodrov, financiado con capitales rusos, kazajos y mongoles que reconstruye los primeros años de la vida de Genghis Khan, quien se convirtiera tras vencer en una épica batalla a su propio hermano, en emperador de Mongolia y luego -con el correr de los años- en prácticamente de la mitad del mundo, extendiéndose su imperio por toda Asia y Europa. Si había algo que precisamente justificara el estreno de esta película de segunda línea, sin lugar a dudas era su despliegue visual; su bella fotografía y el lucimiento de sofisticadas panorámicas, así como grandes movimientos de extras en las escasas secuencias de batallas. Pero lamentablemente estos elementos se ven gravemente disminuidos en la proyección que no sólo no deja apreciar las bondades del cinemascope, sino que por contar con una baja luminosidad hace por momentos bastante tediosa su visión.

La historia, esquemática y convencional, se instala en dos períodos históricos que se yuxtaponen entre tiempo presente y flashbacks: el de la infancia del niño Temudjin, quien a los nueve años viaja con su padre para elegir a su futura esposa y al regresar debe soportar la pérdida de su progenitor, envenenado por el clan enemigo, y luego padecer tras el vacío de poder los castigos propinados por los traidores al régimen de su padre, para quienes jura venganza en el futuro. El segundo segmento lo compone lo que podría llamarse la juventud del protagonista, donde se siembra el germen de lo que -tiempo después- se transformaría en un gran guerrero y emperador.

Salvo algunas escenas de acción bien filmadas y un correcto trabajo de los actores principales en las situaciones dramáticas, no hay mucho para destacar de esta biopic enfocada en el culto al personaje, con una innegable mirada complaciente e idealizada (como la que tuviera Mel Gibson con su William Wallace de Corazón valiente).

Si bien se ha dicho que ésta es la primera entrega de una trilogía sobre la figura del Emperador mongol, lo cierto es que a dos años de su estreno aún no ha habido indicios por parte de los productores y su director de una secuela que estaría basada en el apogeo del imperio, para terminar en una tercera parte focalizada en la decadencia. Por ahora es lo que hay y eso es realmente poco.