Mongol

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

Concebida como una auténtica superproducción llevada adelante por Kazajistán, Rusia, Mongolia y Alemania, Mongol es un épico y extraordinario film del realizador ruso Sergei Bodrov que compitió hace un par de años por el Oscar en su rubro. Con notorias y casi indisimulables influencias de Akira Kurozawa, el film ahonda en los conflictivos primeros años de la vida de alguien nacido bajo el nombre de Temudgin que luego se transformará en el poderoso, proverbial, casi mitológico líder Genghis Khan. Bodrov elige una pintura benigna acerca de la niñez y juventud de quién fue considerado un salvaje y despótico emperador, retratado como un duro guerrero pero también como un hombre tenaz, visionario y generoso.
Todo el enorme crisol de costumbrismos cotidianos, ancestrales y guerreros de esas regiones están recreados de manera espléndida en la película de Bodrov, como la ceremonia o pacto de sangre que sella una hermandad, la elección varonil de las prometidas, el temor a los truenos, y la astrología, que titula y segmenta el film, en varios capítulos de acuerdo al animal correspondiente (caballo de fuego, tigre, etc). Si bien el film progresa de manera cronológica, no tiene un tono biográfico y prefiere contar sus incidencias con toques poéticos, elipsis sugerentes, figuras que se recortan en el paisaje imponente y miradas poderosas que resumen en silencio pasajes de la trama.