Mommy

Crítica de Morena Goñi - La cueva de Chauvet

DEL ESTETICISMO A LO HUMANO

Xavier Dolan es de aquellas personas que por su corta edad y abultada trayectoria nos hace preguntar en voz baja y con algo de vergüenza qué hemos hecho de nuestras vidas hasta el día de la fecha. Este joven canadiense, de apenas veintiséis años, tiene en su haber cinco largometrajes, tres de los cuales fueron producidos, guionados, dirigidos, actuados y hasta subtitulados por él. Suena agotador. Dolan es de aquellos que, tal vez producto de su narcisismo, no pueden delegar casi ninguna tarea y que terminan por convertirse en una entidad omnipotente en sus obras. Por lo tanto, hablar de una película de Dolan implica hablar de Dolan mismo. El “genio impertinente”, el “niño prodigio”, “el maldito” y “l’enfant terrible”, son algunos de los sobrenombres con los que se le ha bautizado a lo largo del mundo debido a la transgresión y a la heterodoxia mostrada en sus películas. Películas que pueden gustar o no, pero que nunca pasan desapercibidas.

Mommy (2014), film que valió el premio del jurado de Cannes junto a “Adieu au langage” (Adiós al lenguaje) de Godard, es un esquizofrénico y explosivo melodrama que da un salto de calidad respecto a sus producciones anteriores. El primer signo de madurez se visualiza en que él no actúa en el film. Esta sensata decisión le permitió esquivar cierto acartonamiento temático en que recaen otras de sus películas, fundamentalmente porque cuando él actúa se interpreta a sí mismo. Por otro lado, este film no necesita apelar a su conocida parafernalia visual para ser impactante; logra el mismo efecto por medio de las excelentes actuaciones de sus tres protagonistas. La empatía que logran transmitir los personajes provoca que esta reseña sea más una suerte de biografía de sensaciones, que un escrito racional o técnico.

La paradigmática Anne Dorval, referente e ícono de Dolan, interpreta a Diane o “Die” (en inglés: “muere”), una viuda que con la liviandad fonética propia del francés quebequiano y sus bruscas ironías (“Hay que organizar mejor las pajas e iremos por buen camino”), se hace querer desde la primera intervención. Antonie-Oliver Pilon interpreta a Steve, hijo de Die que sufre de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) y de un recalcitrante complejo de Edipo que le lleva a tener una conflictiva relación con su madre. Suzanne Clement, fetiche de Dolan por excelencia, interpreta a Kyla, una vecina tartamuda que sufre de algún intrigante trastorno sólo visibilizado a medias y que propicia de sostén psicológico de los otros dos.

La tríada sentimental, elemento recurrente en las películas de Dolan, entre Die, Steve y Kyla es lograda con precisión quirúrgica en Mommy. Los tres protagonistas, cada uno dueño de su propia cruzada psicológica, encuentran liberación y plenitud en este vínculo. Los personajes construyen entre sí una relación tan sensata y poco convencional que durante varios tramos es difícil de asimilar. Pasados algunos minutos de la película, comprendemos que como interlocutores no seremos entidades pasivas que absorberán los estímulos del film y ya; éste nos empujará de una sensación radical a otra; nos hará pasar de una apopléjica melancolía a la excitación o el terror en muy corto tiempo, incluso en una misma escena. Es que no se puede confiar en la estabilidad emocional de ninguno de los protagonistas y esto nos llevará a estar constantemente alertas y expectantes. Los tres personajes están hechos de dinamita y sus diálogos materializan un sincericidio tras otro. Cualquier escena puede ser víctima de un vuelco inesperado producto de las convulsas personalidades que están en juego. Y este es a mí entender uno de los puntos fuertes de la película; lo imprevisible, la no certeza.

Los films de Dolan se caracterizan por tener una fotografía potente que hace uso de una amplia gama de colores que se combinan entre sí de forma ecléctica. Tanto los vestuarios como la escenografía contienen una fuerte carga estetizante, que conjuga lo barroco y surrealista con planos simétricos y pictóricos, obteniendo como resultado un lenguaje algo complejo y cargado. Sorpresivamente en Mommy estos recursos son dejados de lado para mostrar una estética mucho menos pretenciosa, aunque igual de impactante, que se deja guiar exclusivamente por los personajes. Lo vintage, lo pop, lo excéntrico dan lugar a una fotografía menos contracturada, situada en los suburbios de Quebec, con casas modestas y un vestuario que, a diferencia de sus producciones anteriores, no disimulan cierto descuido y mal gusto. Carece de la ornamentación y el refinamiento técnico de las producciones previas: se dejan en segundo plano las minuciosas cámaras lentas y los impasses plásticos; el lenguaje visual se vuelve más terrenal y directo. Con impacientes movimientos, la cámara sigue el vaivén corporal de los protagonistas generando que el foco de atención recaiga exclusivamente sobre éstos. Este retroceso del plano estético, sumado al particular encuadre 1:1, provoca que la riqueza del film repose exclusivamente en lo humano. Este efecto visual, que se radicaliza sobre las pantallas horizontales en las que acostumbramos consumir cine, es tan chocante como oportuno. No es una decisión arbitraria; la sensación de agobio y aprisionamiento que causa el encuadre se desarrolla en perfecta sintonía con los sentimientos que experimentan los protagonistas. Tensión, angustia y euforia son algunos de los sentimientos que se suceden a ritmo histérico y que se intensifican con ese recorte visual. Cuando el plano se abre al familiar 16:9, sentimos, junto con los protagonistas, cierta liberación y liviandad que no habíamos experimentado en los primeros setenta minutos de la película. Cuando éste vuelve a cerrarse, el aire de plenitud se desvanece tanto para nosotros como para los protagonistas, y la claustrofobia nos envuelve nuevamente.

Si hay un elemento en las películas de Dolan que jamás pasa desapercibido es la música. Ésta se caracteriza fundamentalmente por su eclecticismo; Dolan puede pasar del pop más comercial, al indie alternativo o a una pieza clásica en un mismo film. El espectro musical puede recorrer sin prejuicios producciones lejanas en tiempo y espacio: Isabelle Pierre, The knife, Vivaldi, Lana del Rey, Depeche Mode, Celine Dion, son alguno de los artistas seleccionados. Esta confluencia, nada ortodoxa, es fundamental para crear un vínculo emocional con cada una de sus películas, y sobre todo con una película que refleja sentimientos que se suceden de forma tan caótica.

En Mommy, esta heterodoxia musical también es manifiesto. Es muy común escuchar dos o más temas musicales superpuestos en una misma escena. La música que se proyecta en off, transita sin silenciar la música que emana de la radio de algún auto o de los altavoces de un bar. Llamativamente esto no representa un problema, en cambio, resulta determinante para definir cada contexto. A su vez, puede suceder que los cambios de tomas estén acompañados de cambios tajantes en la musicalización, permitiendo que la música marque el ritmo del film y se transforme en su lenguaje mismo.

La eficacia musical, la osadía del film, se hace evidente cuando escuchamos “Wonderwall” de Oasis y no la sentimos ajena a la película. La canción deja de ser el hit de los 90, trillado y comercial que tantas veces escuchamos; se resemantiza. Crea un sentido de pertenencia tan fuerte con la película que difícilmente podamos escucharla nuevamente y no pensar en Steve sobre su longboard. El particular anclaje que tiene la música en las escenas genera un híbrido extraño. Por ejemplo, no acostumbramos a que un film nos exhiba un accidente automovilístico con una canción de Sarah Mclachlan de fondo. “Buildig Mystery”, una balada nauseabunda y soft, llega a su climax cuando se enfoca a nuestra protagonista ensangrentada y en estado de shock. Esta habilidad para trastocar los equilibrios del sentido común es lo que hace meritoria la película. Diría que la sutileza con la que elude los convencionalismos cinematográficos es la piedra angular de Mommy.

Diálogos, sonidos, música y fotografía transitan muchas veces desfasados entre sí, en una suerte de dislexia cinematográfica y, sin embargo, muestran una coherencia, un continumm que transita subterráneo en ese mosaico de particularidades; es la subjetividad propia del espectador. En definitiva, lo que importa no es qué se muestra (películas que traten la temática de Mommy hay varias) sino cómo se lo muestra y la empatía que se logre generar con el espectador. Creo que con esta película Dolan hace justicia a lo que se supone que el cine debe ser: una literatura contemporánea, que se escribe y se lee con imágenes; una experiencia gráfica que difícilmente pueda contarse, sino que debe vivirse. ”El maldito”, siempre definido a partir de otros directores (Truffaut, Godard, Almodóvar), tal vez por la reticencia que genera consagrar a una persona en su temprana edad, moldea con esta película una impronta propia, caracterizada no a partir de apreciaciones exógenas sino endógenas: el estilo Dolan.