Mommy

Crítica de Laura Osti - El Litoral

La perversión nuestra de cada día

El joven director canadiense Xavier Dolan está haciendo bastante ruido en el círculo cinéfilo internacional, ámbito en el cual irrumpió en 2009, cuando apenas tenía 19 años, con su primer largometraje “Yo maté a mi madre”. Después filmó tres títulos más y ahora ha presentado con gran suceso su quinta película: “Mommy”.

Otra vez se concentra en el tema de la relación madre-hijo y explora en la intimidad de personajes que viven al límite.

“Mommy” describe el caso de un adolescente problemático, hijo de una madre viuda, que está institucionalizado. La historia se desarrolla en un Canadá ficticio, donde ha comenzado a regir una nueva ley (también imaginaria) que permite a los padres de chicos con problemas, internarlos en algún establecimiento sanitario y delegar su cuidado totalmente en el Estado. En esas instituciones, los tienen encerrados y sometidos a tratamientos diversos, bajo la exclusiva responsabilidad de las autoridades. Pero, a veces, estos adolescentes ni siquiera son admitidos en esos lugares.

Die es una mujer cuarentona todavía muy atractiva. Tiene trabajo y es autosuficiente. Su hijo, Steve, un muchachito de quince años, está internado en un establecimiento especial porque ha sido diagnosticado con ADHD (Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad). La película comienza cuando desde esa institución reclaman la presencia de la madre porque Steve ha provocado un incidente grave y han decidido que ya no pueden hacerse cargo de él.

Los problemas empiezan desde los primeros minutos del filme. Die va manejando su auto camino del internado cuando sufre un accidente en una esquina que la deja de a pie y de muy mal humor. Cuando le comunican cuál es la situación con respecto a su hijo, su actitud es un tanto provocativa y no muy colaboradora. Ya se percibe que la mujer está bajo una fuerte presión y que sus respuestas no son las más adecuadas.

Finalmente, decide llevarse a su hijo de vuelta a su casa, e intentar de nuevo funcionar juntos. Ella necesita tiempo para trabajar y el chico es un problema porque ha perdido la escolaridad y tiende a tener conflictos con la ley.

El relato se concentra en la relación entre esta madre y su hijo, una relación cargada de violencia, aunque también de un afecto posesivo y absorbente, como si fueran dos almas huérfanas y perdidas en un mundo difícil y que en vez de ayudarse mutuamente, no hacen más que sabotearse y amenazarse uno a otro, al punto tal que los conflictos estallan a cada momento.

Para complicar un poco más las cosas, Die pierde su empleo y tiene que rebuscárselas limpiando casas. Por suerte, una vecina, Kyla, que también atraviesa una situación de duelo, aporta alguna ayuda y pone, a su manera, un poco de equilibrio en la relación entre estos dos seres caóticos y disfuncionales. Pero la fuerza autodestructiva que parece poseerlos es demasiado poderosa y al final termina devorándoselos irremediablemente.

La película de Dolan es sumamente inquietante. El guión respira al ritmo de los personajes, con sus ambivalencias y contradicciones, y siempre se percibe un clima enrarecido, enfermizo, que no consigue resolverse ni encontrar una salida satisfactoria.

Dolan utiliza algunos recursos formales que intensifican la sensación de encierro, de opresión y por momentos, de psicosis, propia del mundo mental en el que están sumergidos los personajes. Pone el dedo en la llaga en la relación más significativa para todo ser humano y capaz de condicionar todo el resto, y de dejar al mundo exterior sin alternativas viables para una convivencia normal.

La película es extremadamente incómoda desde el punto de vista de las sensaciones que transmite al espectador y hay que subrayar que los actores interpretan sus personajes trastornados con una profesionalidad extraordinaria.

“Mommy” es uno de esos filmes que muestran lo que tal vez uno no tenga ganas de ver y nada que se parezca a un entretenimiento.