Momentos que duran para siempre

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Saga nórdica, prototipos históricos

Desde que a comienzos de los ’70 se dio a conocer internacionalmente con el díptico de Los emigrantes y La nueva tierra, el realizador sueco Jan Troell, hoy casi octogenario, mostró su predilección por las grandes sagas humanas, siempre ubicadas en un marco histórico identificable. El peligro de ese esquema es que los personajes funcionen, antes que como tales, como prototipos históricos. Es lo que sucede en Momentos que duran para siempre, producción de la que no dejó de participar ni un solo país nórdico (ver ficha) y que Suecia postuló, un par de años atrás, como candidata al Oscar. Narrada en dos tiempos, la película más reciente de Troell transcurre a comienzos del siglo XX, momento cuyas grandes líneas históricas la película se aboca a ilustrar.

Narrada por una muchacha, Momentos... es un retrato familiar de la clase trabajadora, que se abre en 1907 y se cierra siete años más tarde. Son tiempos duros en Europa, y mamá Larssons debe ganarse la vida fregando pisos, mientras papá Sigfrid palea en las minas de carbón. Palea y apalea a su esposa Maria, cada vez que llega a casa pasado de alcohol: ya se sabe que la vida de una trabajadora suele más dura que la de un trabajador. Faltan unos años para la Revolución Rusa y algunos compañeros de trabajo de Sigfrid mentan a Kropotkin, pero no a Lenin: son años de socialismo y anarquismo, y Sigfrid se verá envuelto en alguna trifulca, que incluye una falsa acusación de asesinato y la consiguiente persecución policial. Mientras tanto y no contento con dejarle un ojo morado a la sufrida Maria, el señor Larsson pasa las tardes en compañía de alguna camarera.

Tal vez para olvidarse de las escapadas y aporreos del marido, Maria rescata una cámara fotográfica ganada tiempo atrás en la lotería, probando que tiene buen ojo para el encuadre. Más le vale encontrar un escape a la dura realidad: estamos en 1914, los varones marchan a la guerra y algún poderoso parece paladear, con asombrosa antelación, las tempestades de acero que un par de décadas más tarde se abatirán sobre Europa. Como suele suceder con esta clase de películas, Momentos... trabaja sobre lo archisabido, el lugar común, trátese de las luchas obreras de principios del siglo pasado, la emigración europea, la sensibilidad femenina, la postergación de la mujer, el maltrato masculino o la superación por el arte. Todo ello, narrado desde la tranquilizadora distancia de una tercera persona, en este caso una de las hijas de los Larssons. Los personajes encajan en ideas previas como palomas en sus casilleros y otro tanto hace la narración, al servicio de un guión al que se ajusta como quien se ata a un destino indeleble.