Momentos que duran para siempre

Crítica de Fernando López - La Nación

Retratos en los que cabe la vida de una mujer

Un film que aborda conflictos familiares y artísticos

Una cámara fotográfica está en el centro de esta historia de una familia de trabajadores suecos en las primeras décadas del siglo XX.

En el origen del matrimonio, su propiedad ha sido objeto de amable disputa entre los cónyuges: ella la ganó en un sorteo con el número que él eligió. Después, pasó años -años de poca felicidad y mucha penuria dentro de casa y de turbulencias varias fuera de ella-, olvidada en un armario, hasta que en un momento de extrema necesidad se la desempolvó para canjearla por dinero.

Felizmente, la venta no se concreta porque hay quien descubre que la protagonista tiene el raro talento de saber ver el mundo a través de la lente y le enseña a aplicarlo; entonces la cámara se convierte a veces en auxilio económico para una familia creciente e inestable y casi siempre en refugio donde la mujer encuentra oxígeno para aguantar los repetidos maltratos de un marido demasiado débil para negarse al alcohol, demasiado rápido para resolver todo a golpes y demasiado tosco para entender que la sensibilidad de su esposa espera otros gestos de amor bien distintos de sus violentos reclamos sexuales.

La cámara está, en fin, en la propia estructura episódica de este relato elegante que combina el pequeña y cambiante epopeya familiar con la evocación de un tiempo histórico y una cultura y con el retrato de un personaje -la matriarca-, que es el nexo que mantiene unida a la familia, tolera deslealtades, sacrifica su amor casto por otro hombre y resiste todos los infortunios, sólo por seguir el mandato de que el hombre no debe separar lo que Dios unió. Algo incomprensible para la mayor de los siete hijos, Maja, que es quien evoca con honestidad la historia de Maria (podría ser la de cualquier mujer de su época y su clase) como quien hojea el álbum de fotos que conservan los momentos del título, dichosos o amargos.

Clásico en su estilo, refinado en lo visual, admirablemente interpretado, el de Troell es un film sereno, que sugiere calladamente el conflicto entre el sacrificio y la realización personal. El arte (Maria es sin duda una artista) no es un camino hacia el éxito sino la secreta pasión que le da fuerzas para sobrellevar con cierta dulzura la vida que eligió.