Momentos que duran para siempre

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Cámara con mirada de mujer

Denso drama histórico del sueco Jan Troell.

Junto a Bo Wideberg, Jan Troell es uno de los más respetados cineastas suecos post-Bergman, con una carrera larga pero limitada en cantidad de títulos que arrancó a mediados de los ’60. Es, además, poseedor de varios e importantes premios (un Oso de Oro y un premio a mejor director en Berlín, dos nominaciones al Oscar) y títulos considerados semiclásicos como la saga de Los emigrantes y La nueva tierra , ambos filmes de principios de los ’70 que contaban novelísticas historias de la emigración sueca hacia los Estados Unidos en el siglo XIX.

Momentos que duran para siempre , estrenada ayer, la filmó a los 77 (ahora tiene 79), y en ella demuestra que su estilo sigue imperturbable pese al paso del tiempo: largas tramas épicas en las que las vidas de un grupo de personas se cruzan con los grandes eventos históricos. Todas bellamente fotografiadas, ya que si hay algo en lo que siempre se destacó Troell fue en su exquisito y por momentos preciosista trabajo en ese campo. Como aquí se estrena en formato DVD, lamentablemente, uno de los aspectos más interesantes del filme pasará inadvertido.

El filme toma la vida de una familia humilde sueca a principios del siglo XX y se centra en las experiencias de Maria, madre de seis hijos y esposa de un marido alcohólico y bastante maltratador, quien un día sale a vender una cámara fotográfica que había ganado en un sorteo, pero la convencen de quedársela y aprender a usarla.

Esa anécdota, si bien no cambiará del todo su vida (sus complicaciones familiares, su falta de dinero y, especialmente, la brutalidad de su esposo seguirán) la ayudará a atravesar los momentos más difíciles y le permitirá observar el mundo de otra manera.

Tal vez esa sea la metáfora más evidente: la del uso de la cámara para aprender a captar cierta realidad que no se aparece de manera obvia a los ojos del que pasa por la vida sin observarla. Troell pone esa metáfora en juego en una saga dividida en dos tiempos y que pinta tiempos difíciles con una belleza acaso excesiva. Ese, tal vez, sea el mayor problema de la película: convertir experiencias traumáticas en una serie de bonitos cuadros. Las cámaras (la de Troell y la del filme) pueden ayudar a mirar, pero tal vez no sean lo suficientemente intensas como para penetrar del todo la superficie.