Misterios de Lisboa

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Hay varios detalles a tener en cuenta sobre esta película que recién ahora llega a unas pocas salas de Buenos Aires. Primero, que está dirigida por Raúl Ruiz, el chileno de extensísima filmografía exiliado largos años en Francia donde rodó sus últimas películas antes de su deceso hace unos años. La segunda, su duración, ni más ni menos que poco más de cuatro horas. Es que fue concebida inicialmente para una miniserie de televisión y luego se “comprimió” (por así decirlo) en dos partes de aproximadamente dos horas cada una. Y así pudo darse el lujo de pasar por las pantallas grandes… hace unos años, porque el último de los datos, más de color este, es que tiene poco más de cinco años, pero tras su paso por Les Avant Premieres ahora hay nueva oportunidad para verla acá en el cine.
Las historias son muchas. La primera parte puede parecer algo confusa, es difícil introducirse inmediatamente en el relato, pues está llena de personajes y de idas y venidas en el tiempo y entre escenarios. El tono se encuentra en el medio entre novelezco y teatral, con diálogos poéticos, calculados que entre las actuaciones dramáticas a veces hace que se perciba un poco artificial. Los movimientos de cámaras, que casi nunca se quedan quietas, son las que más cine respiran.
Huérfanos, traiciones, infidelidades, muertes, celos son sólo algunos de los ingredientes que las muchas historias de esta película trata entre aquellos personajes que aparecen y desaparecen. Es el del Padre Dinis (interpretado por Adriano Luz) el que ronda mayor tiempo. “Sé casi todo. Sé demasiado. Ojalá no supiera tanto”, estando presente en diferentes tiempos y diferentes lugares, siendo testigo de varias de las historias, en una película en la que hay muchos narradores y muchas versiones, incluso un teatro en miniatura que sirve para recrear ciertas escenas –quizás de las que hubiese sido más difícil y costosas de rodar.
Historias dentro de otras historias. Un joven bastardo en busca de su identidad, un sacerdote con un oscuro pasado, una condesa atrapada en un matrimonio que no la colma y la lleva a una relación clandestina, un conde frustrado con el amor, una mujer manipuladora y vengadora… Así, “Misterios de Lisboa” es una galería de personajes. El problema es que quizás es difícil sentir empatía por alguno de ellos, si aparecen y desaparecen. Aun así, ciertas escenas o secuencias funcionan como sí solas de una belleza hipnótica.
Hay que estar muy predispuesto a sentarse cuatro horas a ver una película, pero si las ganas están y uno logra introducirse en ella, el resultado será al menos una experiencia más que interesante y es una de las últimas películas de un prolífico cineasta como lo fue Raúl Ruiz.