Misterios de Lisboa

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Raúl Ruiz Pino o Raoul Ruiz, cineasta y teórico de cine, de origen chileno, establecido en Europa, muestra una vez más su mirada transmoderna de observar la realidad en “Los misterios de Lisboa”, su penúltima película estrenada en 2010. “La noche de enfrente” (2012) fue la última película de Ruiz, basada en tres cuentos de Hernán del Solar.
Si bien en la propuesta se observan lineamientos posmodernistas en su totalidad se enfoca en el nuevo cambio de paradigma: lo “transmoderno”, que se basa en el “Gran Relato”, que en política se acerca a la globalización, mientras que en la literatura y el arte se basa en la metanarrativa y el efecto inesperado de las tecnologías de la comunicación, que nos habla de un mundo en constante transformación.
El anclaje de “Los misterios de Lisboa”, tanto en la novela y como en el filme, está relacionado con el melodrama y el folletín. Su estrategia de narración está ligada a un contexto histórico-cultural determinado en este caso entre finales del siglo XVIII y principio del XIX. En cuanto a lo temático Ruiz continúo los lineamientos básicos de estos géneros y prefirió lo exótico y lo crudo, lo romántico y lo marginal. Sus tips son folletinescos: huérfanos en busca de padre, condesas infelices, padres y maridos crueles, un sistema de castas inexpugnable, derechos de primogenitura… y finales tristes o trágicos en los cuales existe un asesinato a descubrir y un secreto a develar.
En la novela y en la película los personajes no se explican el por qué de sus acciones. Acciones, por otra parte, que son extrañas y conllevan a sutiles consecuencias, además de un futuro impredecible. La historia que contó en su novela de tres tomos, Camilo Castelo Branco (publicada en 1854) es un torbellino que envuelve paisaje, espacios, personajes y que, en una breve síntesis de 275 minutos, Ruiz, logró trasladarla a los espectadores actuales.
En “Los misterios de Lisboa” se sustenta sobre una estrategia de revelación de lo subyacente a través de sorpresivos giros: una intrincada red de amores contrariados, pasiones fatales y paternidades. Como si fuera un canavá Ruiz fue entretejiendo historias dentro de un relato hipnótico que se introduce dentro de otros, plagados de genealogías y subtramas que se bifurcan para ingresar a un laberinto, cuyo destino es mostrar la raíz esencial del melancólico carácter portugués.
La estructura es semejante a un abanico que al desplegarse va mostrando cada uno de los paisajes que conforman la totalidad. A partir de ahí la historia se desarrolla en lo que parece un escenario de títeres, los cortes ocasionales a una etapa de marionetas reales podrían sugerir el sueño de un titiritero llamado Pedro (João Arrais), un huérfano cuya vida transcurre en un orfelinato dirigido por el estricto padre Dinis (Adriano Luz) y para ello se vale del flashback, pero a la vez nunca separa al espectador de la trama, sino que juega con ella en una “metanarrativa” cargada de complejidades.
Esas complejidades también se transmiten en el plano fotográfico cuya cámara magistralmente conduce André Szankowski. Cada plano fue cuidado y estudiado a fondo: desde la estructura del encuadre hasta los travelling a través de las paredes y los planos secuencias que distraen para fijar luego el punto de vista del narrador, nada fue puesto al azar.
En su preciosista y artificial puesta en escena la iluminación recuerda las pinturas de Tomás José da Anunciação y Migue l Ângelo Lupi, disolviendo el fondo para poner de relieve a los personajes, y utilizando colores apastelados, típicos de esas pinturas, que van desde los marrones, verdes, ocres, y amarillos pálidos. A través de ellos Ruiz transmite su visión sobre la historia de un mundo idílico, pero plagado de turbulencias, simpleza, soledades y pérdidas.
Tal como con sus ilustres predecesoras (“Los misterios de París”- Eugène Sue, “Sin familia”, Héctor Malot, y “Los dos huérfanos”, Alejandro Cardeñosa y Mir), los personajes de “Los misterios de Lisboa” son víctimas, pero por otra parte son los perfectos ejemplos de la vertiginosa movilidad social del siglo romántico, que inventó la estética del suicidio, el culto a la Edad Media y la era industrial, a los cementerios y las ruinas, a la revolución del librepensamiento y la cimiente del socialismo. Y tal como en ellas, las intrigas de “Los misterios de Lisboa” entran y salen del sistema narrativo propuesto por Castelo Branco y deconstruido por Ruiz, se enredan en su propio laberinto, recreando hechos improbables de los cuales se duda. Donde la tormenta de desventuras de los personajes, nunca despeja ese cielo oscuro y truculento para que penetre un rayo de luz.