Miss Tacuarembó

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Un feliz musical ochentoso

La ópera prima del artista Martín Sastre es entretenida, aunque despareja

Con el estreno de las nuevas versiones de Karate Kid y Brigada A, el cine de Hollywood ensayó un guiño nostálgico a los años ochenta que parece haber tenido más que ver con el agotamiento de sus ideas que con el homenaje sensible al pasado reciente. Para eso tenía que llegar Miss Tacuarembó , ópera prima en el largometraje del videoartista uruguayo Martín Sastre. Repleta hasta reventar de sus propias costuras de imágenes, recuerdos, objetos y hasta aromas de la infancia transitada en la mencionada década, la película, basada en la novela homónima de Dani Umpi, transcurre entre un pasado nada idílico en el pueblo uruguayo y el presente desencantado en Buenos Aires.

En el centro del relato está Natalia, una soñadora nena que se viste con sus mejores galas para ver su telenovela favorita, Cristal , que ensaya la coreografía de Flashdance junto a su mejor amigo, Carlos, y que asiste a las clases de catequesis convencida de que Cristo le debe fidelidad a ella y no a la inversa. Mientras planea su huida de Tacuarembó a bordo del título de Miss, Natalia canta y baila sus alegrías y sus penas, porque antes que nada éste es un film musical. Interpretada en la niñez por la encantadora Sofía Silvera, cuando crezca ya instalada en Buenos Aires -pero sin haber abandonado ni sus sueños ni su memorabilia ochentosa- Natalia es Natalia Oreiro. O al revés. La popular y carismática actriz se apropia, desaparece en su tocaya, tan frustrada, algo torpe y bastante triste porque la fantasía de éxito y fama artística está cada vez más lejos.

Luces de neón

Un iconoclasta enamorado de símbolos tanto religiosos como culturales que utiliza combinados con una pizca de realismo mágico y un gran espíritu de juego, Sastre consigue una película tan interesante como despareja. A veces brillante -el número musical realizado a dúo por Oreiro y Mike Amigorena interpretando una versión pop de Cristo-, y a veces fallido -el reality show conducido por la almodovariana Rossy de Palma-, el film se pierde en la acumulación de citas generacionales y un juego de espejos e identidades que pierde fuerza y coherencia a medida que se acerca el final de la historia.

Hay muchas Natalias en el film: primero está la niña que duerme con un muñeco de Alf bajo el brazo y sueña con ser una heroína de telenovela como lo fue tantas veces Oreiro; luego aparece la pretendida Miss Tacuarembó, y, finalmente, Cándida, la reprimida y vengativa villana del film, que también interpreta Oreiro. La estrella de un film distinto, excesivo, irrespetuoso y muy feliz.