Miss Tacuarembó

Crítica de Javier Luzi - CineramaPlus+

Algún día el mundo será nuestro

Película audaz y efervecente cuya potencia revulsiva lo convetirá en el futuro en un film de culto.

Riesgo es la palabra exacta para describir a Miss Tacuarembó. Un filme musical, con la atracción del nombre de Natalia Oreiro, lanzado en plenas vacaciones de invierno, con la banda sonora compuesta por Ale Sergi (Miranda!) y distribuida por Disney. Nada será lo que parece. Ni para los seguidores que se toparán con más de lo que esperaban ni para los prejuiciosos que jamás hubiesen pensado en enfrentarse con semejante producto.

En el lugar al que alude el título, en un pueblito en Uruguay, se marchitan las vidas de Natalia (Sofía Silvera) y Carlos (Mateo Capo). Son niños y se sienten diferentes. Así se lo hacen notar los otros y así lo viven ellos. Entre coreografías de Flashdance, adoctrinamiento catequístico, perfumes, telenovelas, canciones de Los Parchís y sueños de triunfo. Una amistad indestructible que sorteará todos los escollos. Y que los traerá a Buenos Aires, escapando de los dedos inquisidores, donde la siguen peleando aunque para muchos sostengan sueños que no condicen con sus 30 años. Natalia (Natalia Oreiro) y Carlos (Diego Reinhold) quieren demostrar que son buenos en lo que les gusta, cantar y bailar, pero mientras tanto de algo tienen que vivir y trabajan en Cristo Park, “el único parque de atracciones autorizado por el Vaticano” haciendo de tablas de la ley que reciben a los visitantes. Saltando temporalmente entre este gris presente y aquel pasado discriminador vamos y venimos en la narración de la historia develando los motivos de la desaparición de algunos personajes (Cándida) y procurando reencontrar otros (Natalia y Haydeé, su madre), con la ayuda del reality televisivo “Todo por un sueño”, mechándolo todo con unos números musicales pegadizos y encantatorios. Puro pop. Absurdo y naive. Burbujeante y extra brut.

No hay sutileza pero tampoco ironía posmoderna. La burla y el cinismo no se llevan con la ternura y la apuesta por el amor. Y entonces se desarman los engaños que nos construyeron. Demostrando lo lejos que quedan entre sí la fe y la institución eclesiástica. La divergencia evidente entre el amor y la caridad cristiana. La diferencia entre el temor de Dios y el temor a Dios. Vivir por Cristo, subsumido en él, o vivir con Cristo a nuestra vera.

La película construye su trama como espejo reflejante de la misma telenovela “Cristal” a la que recuerda: una protagonista, con un origen bastardo y falso, luchando por sus ideales y abriéndose camino por sí sola. Pero realiza un cambio sustancial: no la deja a ella en brazos del amor, de ese hombre que la complete. La lleva a conseguir un éxito, el reconocimiento buscado, pero por un amigo. El amigo (gay) que vivió en las sombras. Y he aquí una de las mejores potencialidades desplegadas por el filme. No procurar repetir que todos podemos llegar (falsa promesa de un falso sueño) sino acercarnos y observar a quien permanece al lado del triunfador. Aquel que es más factible que seamos.

Utilizando con inteligencia y sensibilidad una estética que remite a los ’80, el director Martín Sastre, en su ópera prima, -adaptando la novela homónima de Dani Umpi-, no teme al ridículo y se apropia del absurdo para construir un mundo que divierte y emociona con los mejores recursos.

¿Existe una estética gay? Si la respuesta fuera afirmativa (soy más de la idea de tendencias o maneras de ver que de admitir taxativamente una posibilidad de encorsetar nada) seguramente esta película podría utilizarse como modelo a analizar. La recurrencia a los musicales, la exposición de la belleza masculina, la construcción del divismo femenino (y su potencia fálica), la simbología religiosa (San Sebastián, el Cristo de la cruz) y los motivos de la (de)formación religiosa, la culpa y el sexo culposo, la afición por la telenovela y sus amores de cenicienta. Ahora ¿de qué serviría examinar esos tópicos? De poco, si no fueran la forma que algún contenido requiere para desarrollar una historia. Y entonces el reconocimiento requiere de una conjunción forma y contenido que Miss Tacuarembó puede ostentar. Mas seamos claros: libertad y audacia es, en este caso, sinónimo de incorrección política, pero no es de revolución de lo que hablamos. Es de ampliación de límites, sano y necesario paso. Pero no pretendamos que se patee ningún tablero que pocas cosas tan conservadoras como el gay de hoy.

Divertida, fresca, audaz, sorpresiva, encantadora Miss Tacuarembó, seguramente, se convertirá en uno de esas cintas de culto que serán descubiertas en su potencia revulsiva sólo con el paso del tiempo.